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De la Revolución de Octubre al triunfo del Estalinismo (Parte 3)

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LA OPOSICIÓN DE IZQUIERDAS

La degeneración del Partido Comunista de la URSS y del Estado obrero en Rusia atravesó por diferentes etapas y cada una supuso un descenso mayor. No fue un proceso pacífico, al contrario, la nueva casta dominante tuvo que librar una virulenta lucha en el seno del partido y de la Internacional Comunista contra el ala leninista representada por la Oposición de Izquierdas.

A finales de 1923, con Lenin gravemente enfermo, el Triunvirato dirigente del partido —Stalin, Zinóviev y Kámenev— comenzaba la batalla contra Trotsky y ponía en práctica una política que socavaba la democracia interna. Pero las viejas tradiciones del bolchevismo todavía pervivían entre amplios sectores de la dirección y los cuadros intermedios, y Lenin seguía siendo un obstáculo importante. Cuando los atropellos y el sofoco de la vida partidaria comenzaron a dar señales alarmantes, se alzaron numerosas voces exigiendo la vuelta a las condiciones de democracia interna y libre discusión que siempre existieron en el seno del bolchevismo.

El 15 de octubre de 1923, 46 dirigentes bolcheviques hicieron pública una declaración demandando el fin del poder de los funcionarios y de la persecución contra los militantes que expresaban opiniones diferentes sobre el rumbo político del partido y de la dictadura proletaria. Trotsky, que permaneció en un principio al margen de la declaración de los 46, se solidarizó plenamente con ella   publicando una serie de artículos bajo el nombre de El Nuevo Curso, donde reclamaba la participación real de la clase trabajadora y las nuevas generaciones de comunistas si se quería mantener y estimular la dictadura proletaria. La oleada de protestas en el interior de las filas bolcheviques coincidía en el calendario internacional con el fracaso de los comunistas alemanes durante la crisis de ese año.

En meses posteriores se fragua la campaña contra Totsky y el “trotskismo”, calificativo inventado por el Triunvirato, y se multiplican las acusaciones contra el fundador del Ejército Rojo por “subestimar” al campesinado y la “capacidad” de la Rusia soviética para avanzar hacia el socialismo. Una avalancha de artículos en los órganos de prensa soviéticos y del partido, firmados por Stalin y Zinoviev, trataron de desacreditar la obra de Trotsky haciendo especial énfasis en su pasado no bolchevique. Trotsky se defendió escribiendo Lecciones de Octubre, una reafirmación de su posición leninista durante la revolución, y a la vez una denuncia del lamentable papel que en las horas decisivas jugaron algunos de los viejos bolcheviques.

La lucha entre la nueva burocracia emergente y la fracción leninista del partido, agrupada en la Oposición de Izquierdas, está documentada y no disponemos del espacio para un análisis pormenorizado de la misma. En cualquier caso, la muerte de Lenin dio vía libre a las fuerzas más conservadoras y a los arribistas, proporcionando una gran oportunidad para que el aparato se presentara como el hilo conductor de las tradiciones leninistas. Pero las cosas habían cambiado considerablemente respecto a los años heroicos; ahora un nuevo aliento dominaba a la organización bolchevique: el que provenía de los despachos, de una casta de funcionarios del Estado que vieron el terreno despejado lejos de los riesgos y sacrificios de la revolución.

En el V Congreso de la Internacional Comunista, celebrado entre junio y julio de 1924, Stalin y Zinoviev proclamaron la “bolchevización” de las secciones nacionales, sometiendo a su control los aparatos de los partidos comunistas y eliminando a los discrepantes. Este fue el primer paso de otros muchos, aunque la dinámica de depuración desatada no tardó en volverse contra algunos de sus promotores.

Desde finales de 1924 la discusión se centró en las amenazas económicas, políticas y sociales por el mantenimiento de la NEP y la manera de superarlas. En el “gran debate”, dirigentes del Partido como Trotsky o Preobrazhenski insistieron en reforzar la industrialización mediante un plan centralizado, logrando la transferencia del excedente agrícola a la industria y reduciendo progresivamente los altos precios de los productos manufacturados y de consumo, necesarios tanto en el campo como en la ciudad. Con esta orientación estratégica se pretendía dar un salto adelante en la economía soviética que acabara con la situación de atraso y baja productividad de la industria. La tesis a favor de la industrialización fue rechazada por el aparato dirigente, ya cristalizado en torno a la figura de Stalin, con dos teorías: el socialismo en un solo país y, desprendiéndose de ésta, la llamada a la construcción del socialismo a paso de tortuga formulada por Bujarin. Giuliano Procacci, un estudioso de aquellos años, señala:

“En enero de 1925, a la vez que el largo debate sobre el trotskismo iba tocando a su fin, Stalin reeditaba como prefacio al volumen Camino de Octubre, un escrito suyo en polémica con Trotsky que ya había aparecido el 20 de diciembre de 1924 en Pravda. Como es sabido, se trata de un escrito que alcanzó gran éxito y se reprodujo en las sucesivas ediciones de las Cuestiones del Leninismo. Es sabido, asimismo, que su éxito se debe al hecho que en ese trabajo se formula por primera vez la idea de la construcción del ‘socialismo en un solo país’ (…) Los acontecimientos y las discusiones de los meses siguientes probablemente contribuyeron en gran medida a fijar la atención sobre esa formula. En efecto, a fines de marzo se reunió en Moscú el plenum del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, y el signo bajo el cual se desenvolvieron sus tareas fue la admisión de que, agotada momentáneamente la gran ola revolucionaria abierta por la revolución de Octubre, se había entrado poco a poco en un periodo de ‘estabilización relativa’ del capitalismo (…) En el mismo periodo en que se lanzaba la teoría de la construcción del socialismo en un solo país, se desarrollaba otro debate en la escena política soviética, en cuyo centro se encontraba también la figura de Bujarin. El 17 de abril, éste pronuncia en el teatro Bolshói un discurso que iba a suscitar un amplio eco y viva polémica: en el mismo, Bujarin lanzaba como consigna ‘enriqueceos’ para los campesinos y delineaba la perspectiva política de una continuación por tiempo indefinido de la NEP y, por consiguiente, de una edificación del socialismo a ‘paso de tortuga’ —como lo expresará en el curso de los debates del XIV Congreso (18-31 de diciembre de 1925)— (…)”.

La nueva fórmula echaba por la borda los fundamentos de la teoría marxista del socialismo, que parte del concepto de la economía mundial, no como una amalgama de partículas nacionales sino como una potente realidad con vida propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial, que domina sobre los mercados nacionales. “¿Qué significa la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país? — se interrogaba Stalin— “Significa la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y el campesino con las fuerzas internas de nuestro país, la posibilidad de que el proletariado tome el poder y lo utilice para edificar la sociedad socialista completa en nuestro país, contando con la simpatía y el apoyo de los proletarios de los demás países, pero sin que previamente triunfe la revolución proletaria en otros países”.

Paso a paso se preparaba la degeneración en líneas nacionales y reformistas de la burocracia estalinista, de forma tal que el “proyecto” de construir una sociedad socialista en las estrechas fronteras de la URSS no tardaría en decidir la política de la Internacional Comunista condicionándola a las necesidades de la nueva casta dirigente rusa, a sus intereses materiales y nacionales y, dado el caso, a sus pactos y acuerdos con los diferentes bloques de la burguesía extranjera y sus expresiones políticas. La teoría chocó con el internacionalismo que una generación de revolucionarios había asimilado firmemente y que formaba parte del programa leninista. Cientos de textos de Lenin refutaban esta versión metafísica del socialismo:

“Desde el principio de la revolución de Octubre —señalaba Lenin— nuestra política exterior y de relaciones internacionales ha sido la principal cuestión a la que nos hemos enfrentado. No simplemente porque desde ahora en adelante todos los Estados del mundo están siendo firmemente atados por el imperialismo en una sola masa sucia y sangrienta, sino porque la victoria completa de la revolución socialista en un solo país es inconcebible y exige la cooperación más activa de por lo menos varios países avanzados, lo que no incluye a Rusia (…) Siempre hemos dicho, por lo tanto, que la victoria de la revolución socialista sólo se puede considerar finalizada cuando se convierte en la victoria del proletariado por lo menos en varios países avanzados”.

El termidor de la revolución rusa, con su abandono del internacionalismo proletario y la revolución mundial, respondía a poderosas fuerzas sociales. Stalin conectó con el ambiente de depresión del movimiento obrero ruso, reforzado por las sucesivas derrotas de la revolución europea, y proporcionó una justificación política para todos aquellos burócratas que, hartos de sacudidas, sacrificios y tensiones, podían sacar provecho de las nuevas circunstancias.

Pero un fenómeno político de este calado no podía consolidarse sin graves tensiones, sin resistencia y lucha. Durante la primavera de 1925 las discrepancias en el Triunvirato estallaron. La nueva teoría del socialismo en un solo país era una desviación demasiado grosera del pensamiento de Marx y Lenin. Zinoviev y Kamenev denunciaron la nueva orientación, reconociendo su responsabilidad en los ataques contra Trotsky. Pero el XIV Congreso del PCUS, celebrado en diciembre de 1925, ratificó la nueva teoría y el triunfo de la fracción burocrática. No será hasta la primavera de 1926, en la sesión del Comité Central de abril, cuando Trotsky, Zinoviev y Kamenev coincidan en las votaciones de las enmiendas a las resoluciones de Stalin-Bujarin sobre política económica. A partir de ese momento, la Oposición de Izquierdas se reforzó con la llegada de los partidarios de Zinoviev y Kamenev, dando lugar a la Oposición Conjunta. La presentación pública de las nuevas fuerzas opositoras tuvo lugar en la sesión del CC de junio de ese mismo año y volvió a medir sus fuerzas en el debate sobre la revolución China. En mayo de 1927, ante el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Trotsky expuso las tesis de la Oposición y condenó la política de Stalin y Bujarin, responsables de la alianza con partido nacionalista burgués del Kuomingtang y la derrota del comunismo chino.

Pero el poder creciente de la burocracia se demostró inmediatamente en el debate interno. Las reuniones públicas en las que participan miembros de la Oposición fueron atacadas por piquetes armados, mientras se generalizaba la coacción para tapar la boca a los discrepantes. A partir de abril de 1927 se produjeron las primeras detenciones de militantes y los traslados forzosos: Preobrazhensky y Piatakov fueron enviados a París junto con Rakovsky; Antonov Oseenko a Praga; Kamenev a Italia. Las expulsiones afectaron a todos los niveles del partido y a las Juventudes (Komsomol), al tiempo que la censura de los escritos y los textos de los oposicionistas arreció. Ante la negativa de la fracción estalinista de publicar su plataforma política de cara al XV Congreso, la Oposición decidió distribuirla clandestinamente. La reacción no se hizo esperar: Miashkovski, Preobrazhenski, Serebriakov y otros 14 dirigentes bolcheviques fueron expulsados. Por su parte Trotsky y Zinoviev lo serían del Comité Central el 23 de octubre, y del partido el 15 de noviembre.

La Oposición Conjunta acusó duramente estas presiones y empezó a agrietarse. Algunos sectores se inclinaban por la escisión, mientras que otros planteaban abiertamente la posibilidad de un entendimiento con la fracción estalinista. Trotsky rechazó enérgicamente ambas posturas, reclamando el enderezamiento de la política partidaria y la vuelta al programa leninista.

LOS ZIGS-ZAGS DE STALIN

Desde 1924, la burocracia estalinista emprendió toda una serie de zigs-zags políticos, correspondidos simultáneamente con purgas masivas de militantes en las organizaciones del partido y la Internacional. Entre 1924 y 1925, el apoyó a los kulaks y a los nepmen en el plano interior, se trasladó al exterior en la forma de acuerdos oportunistas y burocráticos con organizaciones reformistas y nacionalistas. Fue el caso de la subordinación impuesta al Partido Comunista Chino respecto al Kuomintang, saldado con la derrota de la revolución china en 1925-1927 y la masacre de miles de militantes y cuadros comunistas en Cantón y Shangai. También de la alianza con la burocracia sindical inglesa, el llamado “comité anglo-ruso”, que facilitó una cobertura izquierdista a los dirigentes reformistas de las Trade-Unions que traicionaron la huelga general de 1926.

Todos estos errores de la dirección estalinista, con sus consiguientes resultados, fueron denunciados por la Oposición que advirtió de los peligros que acechaban al Estado obrero. Defendiendo la economía planificada y sus conquistas, exigiendo el reestablecimiento de la democracia obrera en el partido, el Estado y los sóviets, y el abandono de la teoría del socialismo en un solo país y la colaboración de clases, la Oposición reclamó el regreso a una firme política internacionalista y de independencia de clase.

Las advertencias de la Oposición no tardaron en ser reivindicadas por los acontecimientos. Tras utilizar a los kulaks y los nepmen como arietes contra el ala leninista, la burocracia estalinista se enfrentó a ser liquidada por las mismas fuerzas sociales que había animado. La posibilidad de la restauración capitalista en la URSS se convirtió en una amenaza real. El nuevo régimen asfixiaba la participación democrática de las masas en la gestión y control del Estado, de la economía, la política y la cultura. Pero, al menos en aquellos años, esta casta no estaba interesada en que las relaciones sociales de producción que nacieron con la revolución de octubre, esto es, la nacionalización de la economía, fueran eliminadas. De éste régimen económico obtenía la burocracia la parte del león de sus privilegios e ingresos, pero actuando como un parásito consumía una parte cada vez más grande de la plusvalía generada por la clase obrera y objetivamente se convertía en un freno cada vez más importante para la edificación socialista.

A partir de 1927 Stalin, llevado por el pánico, imprimió un nuevo giro en su política y comenzó la purga de la fracción dirigida por Bujarin, adalid de las concesiones al kulak y el nepmen. Utilizando métodos brutales, la burocracia impuso la colectivización forzosa de la tierra y un plan quinquenal para la industrialización del país (en cuatro años), asumiendo de manera distorsionada uno de los principales puntos del programa de la Oposición de Izquierdas. Esta nueva cabriola tendría, como cabía esperar, su reflejo correspondiente en la esfera de la Internacional y una nueva vuelta de tuerca de la represión interna. Respecto a las filas de la Oposición provocó una oleada de capitulaciones. Muchos cuadros y militantes honestos, deseosos de contribuir al desarrollo del Estado obrero, vieron en el giro de Stalin una oportunidad. Pronto los acontecimientos demostrarían lo equivocado de este juicio.

En el V Congreso de la Comintern (junio-julio de 1924), celebrado bajo la alargada sombra del fracaso de la revolución alemana del año anterior, Zinóviev y Stalin decidieron la “bolchevización de la Internacional” y una depuración de grandes dimensiones en las direcciones de los Partidos Comunistas. En ese congreso también se sugieren los contornos de las tesis sectarias que serían adoptadas posteriormente . En el VI Congreso celebrado en 1928 después de un lapso de cuatro años, tras el fracaso de la huelga general británica de 1926 y la terrible derrota de la revolución china de 1926-1927, apremiados por la amenaza de la restauración capitalista, la Internacional Comunista, a instancias de Stalin, dio luz verde a un nuevo un giro ultraizquierdista, que desembocaría en las conocidas tesis del “tercer período” y del socialfascismo, de trágicas consecuencias para el proletariado alemán y de toda Europa.

Según la escuela estalinista, el “primer período” (crisis del capitalismo y alza re-volucionaria) se extendió de 1917 a 1924; el “segundo” (estabilización del ca-pitalismo) de 1925 a 1928; a partir de ese momento, el “tercer período”, que se representaba como la crisis final del capitalismo, llevó a sostener que la socialdemocracia y el fascismo eran gemelos. La nueva doctrina se reflejó en julio de 1929, durante la X sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC con la destitución de Bujarin como responsable de la Internacional: “El informe central presentado conjuntamente por Manuilski y Kusinen —escribe Claudín— se esfuerza, en efecto, por ‘agudizar’ las posiciones de la Internacional Comunista en todas las direcciones señaladas. La asimilación de la socialdemocracia al fascismo se lleva a la perfección, y la primera queda convertida en socialfascismo: ‘los fines de los fascistas y los socialdemócratas son idénticos; la diferencia está en las consignas y, parcialmente, en los métodos’ (…) ‘está claro que a medida que se desarrolla el socialfascismo se aproxima más al fascismo puro’…”

Dado que el resto de las corrientes obreras eran calificadas de fascistas (social-fascistas, anarco-fascistas, trotsko-fascistas), era imposible que los partidos comunistas defendieran el Frente Único antifascista con ellas. Ninguna política le podía ser más útil a Hitler en la época en que se preparaba para tomar el poder.

LA AMENAZA DEL FASCISMO

Utilizando el sufragio universal, las elecciones cada cuatro años y la farsa de la “división de poderes”, la burguesía oculta su dominio sobre la sociedad. La posibilidad de que las organizaciones obreras alcancen escaños parlamentarios ayuda a fomentar esta ilusión, pero eso no impide que los gobiernos, sean del color que sean, no representen más que meros comités que velan por los intereses de la clase dominante. Cuando las contradicciones insalvables del capitalismo empujan a la sociedad burguesa a crisis revolucionarias, entonces la política parlamentaria y sus instituciones se convierten en un obstáculo para la clase capitalista. Consentir la existencia de sindicatos, partidos obreros, huelgas, manifestaciones… se vuelve una carga insoportable.

En las condiciones de quiebra de la democracia burguesa, acuciada por la crisis económica y la extrema polarización, surge el fascismo movilizando a amplios sectores de las clases medias empobrecidas, a capas de la clase trabajadora desengañados con la política reformista, y a la legión de desheredados y lúmpenes surgida de la descomposición social. El fascismo aparece como la forma destilada que adopta la dictadura del capital financiero para romper la resistencia de los trabajadores y aplastar la revolución.

Después de su triunfo en Italia, el fascismo entonó su marcha triunfal sobre Alemania. La República de Weimar no había logrado evitar el desempleo de millones de trabajadores alemanes ni la ruina de una parte significativa de las capas medias. Esas masas pequeñoburguesas, que podían haber sido ganadas a la causa del proletariado si las organizaciones obreras hubiesen defendido un programa revolucionario, dieron un bandazo violento a la derecha. En una sociedad deshecha los nazis consiguieron aumentar considerablemente su influencia. En las elecciones de septiembre de 1930, el SPD obtuvo 8.577.700 votos; el Partido Comunista (KPD), 4.592.100; y el partido nazi 6.409.600. Si el KPD incrementó sus votos en relación a las anteriores elecciones de 1928 en un 40%, los nazis lo hicieron en un 700%.

En el intervalo que va desde 1927 a 1933, Trotsky había sufrido la expulsión del Partido, su destierro a la ciudad de Alma-Ata, en Asía Central, y su posterior exilio del país obligado por la orden de expulsión de Stalin. Llegado a la Isla de Prinkipo, en Turquía, quedó aislado de sus camaradas de la Oposición de Izquierdas que sufrieron la represión brutal del aparato estalinista. Por millares fueron expulsados del Partido, despedidos de sus trabajos y arrojados de sus hogares. Más tarde serían detenidos y trasladados a los campos de concentración de Siberia y el Círculo Polar para ser masacrados.

En esta primera etapa de su exilio forzado Trotsky escribió textos brillantes, de una gran lucidez, abordando el balance de su actuación como revolucionario y los acontecimientos más candentes de la lucha de clases internacional. En Prinkipo acabó la redacción de Mi Vida, La revolución Permanente, su monumental Historia de la Revolución Rusa , y cientos de artículos sobre el avance del fascismo en Alemania y los primeros aldabonazos de la revolución española. En esos años comenzó, con grandes dificultades, la tarea de organizar la Oposición de Izquierdas Internacional.

Los escritos sobre el ascenso del fascismo en Alemania destacan por la profundidad teórica y sus certeras previsiones. Trotsky denunció incansablemente las posiciones sectarias de la IC estalinizada y reclamó una política de Frente Único entre los comunistas y los socialdemócratas para combatir a Hitler, basada en acuerdos entre las organizaciones obreras sobre puntos mínimos comunes, sumamente claros, empezando por la defensa de los locales, imprentas, manifestaciones, derechos sindicales y democráticos, y la organización conjunta de milicias obreras de autodefensa. Esta política de Frente Único no implicaba en ningún caso el abandono de la propaganda por el programa socialista, y favorecía el entendimiento con los obreros socialdemócratas, más honestos y avanzados, que sí querían combatir la amenaza fascista pues en ello les iba su propia supervivencia.

En agosto de 1931, Trotsky escribió:

“Debemos decir claramente a los obreros socialdemócratas, cristianos y sin partido: ‘Los fascistas, una pequeña minoría, desean derrocar al gobierno actual para tomar el poder. Nosotros, los comunistas, pensamos que el actual gobierno es el enemigo del proletariado, pero este gobierno se apoya en vuestra confianza y vuestros votos; deseamos derrocar a este gobierno por medio de una alianza con vosotros, no por medio de una alianza con los fascistas contra vosotros. Si los fascistas intentan organizar un levantamiento, entonces nosotros, los comunistas, lucharemos con vosotros hasta la última gota de sangre, no para defender al gobierno de Braun y Brüning, sino para salvar a la flor y nata del proletariado de ser aniquilada y estrangulada, para salvar las organizaciones y la prensa obrera, no solamente nuestra prensa comunista, sino también vuestra prensa socialdemócrata. Estamos dispuestos junto con vosotros a defender cualquier local obrero, el que sea, cualquier imprenta de prensa obrera de los ataques de los fascistas. Y os llamamos a comprometeros a venir en nuestra ayuda en caso de amenaza contra nuestras organizaciones. Proponemos un frente único de la clase obrera contra los fascistas. Cuanto más firme y persistentemente llevemos a cabo esta política, aplicándola a todas las cuestiones, más difícil será para los fascistas cogernos desprevenidos y menores serán sus posibilidades de derrotarnos en la lucha abierta.”

Las advertencias de Trotsky cayeron en saco roto. Muchos años después, Fernando Claudín, dirigente de las Juventudes Comunistas en los años treinta y posteriormente miembro del Comité Ejecutivo del PCE, tuvo la valentía de hacer balance de la polémica planteada:

“Los acontecimientos demostraron bien pronto la clarividencia de los análisis y sugestiones de Trotsky en sus escritos de 1931-1932 sobre Alemania. Pero la dirección de la IC y del KPD, no las tuvieron en cuenta…”.

En las elecciones de noviembre de 1932, los nazis obtuvieron 11.737.000 votos, pero todavía entre el KPD y el SPD los superaban, con más de 13 millones (la socialdemocracia alcanzó 7.248.000 votos y los comunistas 5.980.000). Estas cifras son el mejor testimonio de que el apoyo de millones en las urnas no vale de mucho si no se cuenta con una política revolucionaria. En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller sin que tuviera que enfrentarse a una respuesta de envergadura por parte de la socialdemocracia o el KPD. Mientras que los primeros aceptaban la victoria de Hitler porque era democrática y advertían a sus militantes de abstenerse en participar en ninguna acción de protesta, los líderes estalinistas alemanes, atrincherados en la teoría del socialfascismo y aconsejados desde Moscú, seguían sin reconocer la gravedad de la situación contentándose en considerar el triunfo de los nazis como preludio de la victoria comunista.

No hubo ninguna respuesta armada del proletariado, a pesar de que el SPD y el KPD contaban con milicias que encuadraban a medio millón de obreros. Los dirigentes paralizaron políticamente al proletariado alemán, el más fuerte de Europa, y los nazis completaron el trabajo aplastando las organizaciones obreras, que fueron pulverizadas. En febrero de 1933 Hitler disolvió el Reichstag, después de incendiarlo y culpar a los comunistas, y suspendió todas las garantías constitucionales: el KPD fue ilegalizado y miles de sus militantes encarcelados. No fue la última victoria sobre el proletariado europeo. En Austria, el gobierno del socialcristiano Dollfuss (el modelo en el que se inspiraba Gil Robles) clausuró el parlamento en marzo de 1933 y encabezó una dictadura bonapartista tras derrotar la insurrección obrera de Viena.

La crisis política y económica del capitalismo europeo en los años 30, pudrió las bases de la democracia parlamentaria y rompió el equilibrio de la sociedad, acelerando la salida fascista. “El régimen fascista —escribió Trotsky —ve llegar su turno porque los medios ‘normales’ militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeña burguesía irritada y a las bandas del lunpemproletariado, desclasadas y desmoralizadas, a todos esos innumerables seres humanos, a los que el capital financiero ha empujado a la rabia, a la desesperación. La burguesía exige al fascismo un trabajo completo: puesto que ha aceptado los métodos de la guerra civil, quiere lograr calma para varios años (…) la victoria del fascismo conduce a que el capital financiero coja directamente en sus tenazas de acero todos los órganos e instrumentos de dominación, dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las escuelas, las universidades, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas (…) y demanda, sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras”.

Aquellos años registraron también el movimiento impetuoso hacia la revolución de los obreros y campesinos españoles. La incapacidad de la república burguesa para resolver los problemas fundamentales de las masas oprimidas, empezando por una auténtica reforma agraria que pusiera fin al latifundismo, exacerbó la lucha de clases. Igual que en la Rusia de 1917, los dirigentes conciliadores fueron rebasados y la perspectiva de la revolución socialista se abrió camino con firmeza. La burguesía, tras comprobar que los diques defensivos de la democracia parlamentaria no impedían a los trabajadores acrecentar sus posiciones y audacia, sus exigencias y sus ansias revolucionarias, urdió el golpe militar de Franco. Pero la oligarquía calculó mal, esperaba un triunfo rápido de la asonada militar y se encontró con la insurrección de la clase obrera en las grandes ciudades y el fracaso de la intentona. Los obreros armados de Barcelona, de Madrid, de Valencia, de Asturias… y los campesinos alzados, llevaron a cabo una labor revolucionaria ocupando fábricas y tierras, haciéndose cargo de la producción, al tiempo que improvisaban las milicias para combatir a los militares facciosos y las bandas falangistas. El Estado burgués en la zona republicana se desmoronó en favor del poder de los comités de obreros y milicianos, bien es cierto que sin la coordinación necesaria y huérfanos de un partido revolucionario.

Durante tres años de lucha armada contra el fascismo y revolución social, los trabajadores y los campesinos españoles estuvieron muy cerca del triunfo. La revolución socialista fue abortada, saboteada, y combatida por muchos, por supuesto por los políticos de la reacción, los militares, el clero, los terratenientes y capitalistas, por las potencias fascistas a través de un apoyo militar abundante, y por las “democráticas” con su política nauseabunda de No Intervención. Pero en la izquierda, a pesar de la entrega heroica de cientos de miles de militantes y de la juventud obrera, los dirigentes del Partido Comunista —siguiendo las instrucciones precisas de Stalin—, constriñeron todos los esfuerzos encaminados a la transformación socialista de la sociedad, y subordinaron la lucha militar a la defensa de la “república democrática”.

Había transcurrido muy poco tiempo desde que la dirección estalinista, adoptando la teoría del “socialfascismo”, permitió a Hitler tomar el poder en 1933. Sólo dos años después, en 1935, el VII y último Congreso de la Internacional Comunista se desembarazó de la doctrina del “tercer periodo” para abrazar el programa reformista y oportunista del frentepopulismo. Stalin acompañó este nuevo bandazo con un recrudecimiento de la represión, incomparablemente más sangriento y masivo que todos los anteriores.

Ver Parte 4 y Final

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