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La Revolución Permanente

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Mucho tiempo antes de los acontecimientos, los revolucionarios marxistas habían previsto la marcha de la revolución y el rol histórico del joven proletariado ruso.

Quizá se me permita dar aquí un extracto de mi propia obra sobre el año 1905, Resultados y perspectivas:

En un país económicamente atrasado el proletariado puede llegar al poder antes que en un país capitalista adelantado (…). La revolución rusa creada (…) en tales condiciones en las que el poder puede pasar (con la victoria de la revolución, debe pasar) al proletariado incluso antes que la política del liberalismo burgués tenga la posibilidad de desplegar su genio estadista.

El destino de los intereses revolucionarios más elementales de los campesinos (…) se liga al destino de la revolución, es decir, al destino del proletariado. Una vez llegado al poder, el proletariado aparecerá frente a los campesinos como el emancipador de clase.

El proletariado entra en el gobierno co­mo representante revolucionario de la nación, como dirigente reconocido del pueblo en lucha contra el absolutismo y la bar­barie de la servidumbre (…).

El régimen proletario deberá desde el principio pronunciarse por la solución de la cuestión agraria, a la que está ligada la cuestión de la suerte de las potentes masas populares de Rusia.

Me he permitido traer esta cita para testimoniar que la teoría de la Revolución de Octubre presentada hoy por mí, no es una improvisación rápida, construida más tarde, bajo la presión de los acontecimientos. No, fue emitida bajo forma de pronóstico político mucho tiempo antes de la Revolución de Octubre. Ustedes estarán de acuerdo que la teoría, en general, sólo tiene valor en la medida en que ayuda a prever el curso del desarrollo y a influenciarlo hacia sus objetivos. En esto mismo consiste, hablando en términos generales, la importancia inestimable del marxismo como arma de orientación social e histórica. Lamento que los estrechos límites de esta exposición no me permitan extender la cita precedente de una manera más amplia; tendré que conformarme con un corto resumen de todo lo que he escrito del año 1905.

Según sus tareas inmediatas, la revolución rusa es una revolución burguesa. Pero, la burguesía rusa es antirrevolucionaria. Por consiguiente, la victoria de la revolución sólo es posible como victoria del proletariado. Sin embargo, el proletariado victorioso no se detendrá en el programa de la democracia burguesa, sino que pasará al programa del socialismo. La revolución rusa será la primera etapa de la revolución socialista mundial.

Tal era la teoría de la revolución permanente, formulada por mí en 1905 y más tarde expuesta a la crítica más virulenta bajo el nombre de “trotskismo”.

Pero, en realidad, esto no es más que una parte de esta teoría. La otra, particularmente de actualidad ahora, expresa:

Las fuerzas productivas actuales hace ya tiempo que han rebasado las barreras nacionales. La sociedad socialista es irrealizable en los límites nacionales. Por importantes que puedan ser los éxitos económicos de un Estado obrero aislado, el programa del “socialismo en un solo país” es una utopía pequeñoburguesa. Sólo una Federación europea, y luego mundial, de Repúblicas socialistas, puede abrir el camino a una sociedad socialista armónica.

Hoy, después de la prueba de los acontecimientos, tengo menos razones que nunca para contradecirme de esta teoría.

 

Pre requisitos para Octubre

Después de todo lo dicho anteriormente, ¿todavía vale la pena recordar al escritor fascista Malaparte, que me atribuye tácticas independientes de la estrategia y que equivalen a una serie de recetas técnicas para la insurrección, aplicables en todas las latitudes y longitudes?

Es en todo caso bueno que el miserable teórico del golpe de Estado, permite distinguirlo fácilmente del práctico victorioso del mismo: nadie correrá el riesgo de confundir a Malaparte con Bonaparte.

Sin la insurrección armada del 25 de octubre de 1917 [9] el Estado soviético no existiría. Pero la insurrección no cayó del cielo. Para el triunfo de la Revolución de Octubre eran necesarias una serie de premisas históricas:

  1. La podredumbre de las viejas clases dominantes; de la nobleza, de la monarquía, de la burocracia;
  2. La debilidad política de la burguesía, que no tenía ninguna raíz en las masas populares;
  3. El carácter revolucionario de la cuestión agraria;
  4. El carácter revolucionario del problema de las nacionalidades oprimidas;
  5. El peso social del proletariado.

A estas premisas orgánicas hay que agregar condiciones coyunturales excepcionalmente importantes:

  1. La Revolución de 1905 fue la gran escuela, o según la expresión de Lenin, el “ensayo general” de la Revolución de 1917. Los soviets, como forma de organización irreemplazable de frente único proletario en la revolución, fueron organizados por primera vez en 1905;
  2. La guerra imperialista agudizó todas las contradicciones, arrancó a las masas atrasadas de su estado de inmovilidad, preparando así el carácter grandioso de la catástrofe.

 

El Partido Bolchevique

Pero todas estas condiciones, que eran suficientes para que la revolución estalle, eran insuficientes para asegurar la victoria del proletariado en la revolución. Para esta victoria otra condición era aún necesaria.

  1. El Partido Bolchevique.

Si yo enumero esta condición en último lugar de la serie sólo es porque esto se corresponde a la consecuencia lógica, y no porque atribuya al partido el lugar menos importante.

No; estoy muy lejos de tal pensamiento. La burguesía liberal puede tomar el poder, y lo ha hecho muchas veces, como resultado de luchas en las cuales no había participado: para ello posee órganos de órganos de control magníficamente desarrollados. Sin embargo, las masas laboriosas se encuentran en otra situación; se las ha acostumbrado a dar y no a tomar. Trabajan, son pacientes el mayor tiempo posible, esperan, pierden la paciencia, se sublevan, combaten, mueren, dan la victoria a otros, son traicionadas, caen en el desaliento, se someten, vuelven a trabajar. Así es la historia de las masas populares bajo todos los regímenes. Para tomar con seguridad y firmeza el poder en sus manos, el proletariado necesita un partido que sobrepase ampliamente a los demás en claridad de pensamiento y en decisión revolucionaria.

El partido de los bolcheviques, que más de una vez ha sido designado, y con razón, como el partido más revolucionario en la historia de la humanidad, era la condensación viva de la nueva historia de Rusia, de todo lo que había en ella de dinámico. Hacía ya mucho tiempo que la caída de la monarquía se había convertido en la condición indispensable para el desarrollo de la economía y de la cultura. Pero faltaban las fuerzas para responder a esta tarea. La burguesía se horrorizaba frente a la revolución. Los intelectuales intentaron dirigir al campesino bajo sus pantalones. Incapaz de generalizar sus propias penas y objetivos, el mujik dejó sin respuesta esta exhortación. La intelligentzia se armó de dinamita; toda una generación se consumió en esta lucha. El 1 de marzo de 1887, Alexander Ulianov llevó a cabo el último de los grandes atentados terroristas. La tentativa contra Alejandro III fracasó. Ulianov y los demás participantes fueron ahorcados. El intento de sustituir la clase revolucionaria por una preparación química, había naufragado. Aun la inteligencia más heroica, no es nada sin las masas. Bajo la impresión inmediata de estos hechos y de sus conclusiones creció y se formó el más joven de los hermanos Ulianov, Vladimir, el futuro Lenin; la figura más grande de la historia rusa. Tempranamente en su juventud, se ubicó en el terreno del marxismo y enfocó su mirada hacia el proletariado. Sin perder un instante de vista a la aldea, buscó el camino hacia el campesinado a través de los obreros. Habiendo heredado de sus precursores revolucionarios la resolución, la capacidad de sacrificio, la disposición de llegar hasta el fin, Lenin se convirtió en sus años de juventud en el educador de la nueva generación intelectual y de los obreros avanzados. En las huelgas y luchas callejeras, en las prisiones y en la deportación, los obreros adquirieron el temple necesario. El proyector del marxismo les era necesario para iluminar en la oscuridad de la autocracia su camino histórico.

En 1883 nació en la emigración el primer grupo marxista. En 1898, en una asamblea clandestina, fue proclamada la creación del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso (en esta época nos llamábamos todos socialdemócratas). En 1903 tuvo lugar la escisión entre bolcheviques y mencheviques. En 1912, la fracción bolchevique se convirtió definitivamente en un partido independiente.

Este partido aprendió a reconocer la mecánica de clase de la sociedad en las luchas, en los acontecimientos grandiosos, durante 12 años (1905-17). Educó cuadros de militantes aptos, tanto para la iniciativa como para la disciplina. La disciplina de la acción revolucionaria se apoyaba en la unidad de la doctrina, las tradiciones de las luchas comunes y la confianza hacia una dirección probada.

Este era el partido en 1917. Mientras que la “opinión pública” oficial y las toneladas de papel de la prensa intelectual lo subestimaban, el Partido Bolchevique se orientaba según el curso del movimiento de las masas. Tenía en sus manos firmemente la palanca sobre fábricas y regimientos. Las masas campesinas se dirigían cada vez con más hacia él. Si se entiende por nación no las cumbres privilegiadas, sino la mayoría del pueblo, es decir, los obreros y los campesinos, entonces el bolchevismo se transformó, en el curso del año 1917, en el único partido ruso verdaderamente nacional.

En 1917, Lenin, obligado a vivir en la clandestinidad, dio la señal: “La crisis está madura, la hora de la insurrección se aproxima”. Tenía razón. Las clases dominantes habían caído en un impasse frente a los problemas de la guerra y de la liberación nacional. La burguesía perdió definitivamente la cabeza. Los partidos democráticos, los mencheviques y los socialistas revolucionarios, disiparon el último resto de la confianza de las masas, sosteniendo la guerra imperialista por su política de compromisos impotentes y de con­cesiones a los propietarios burgueses y feudales. El ejército, despertada su conciencia, se negaba a luchar por los objetivos del imperialismo que le eran extraños. Sin prestar atención a los consejos democráticos, el campesinado expulsó a los terratenientes de sus terrenos. La periferia nacional oprimida del imperio se dirigió contra la burocracia petersburguesa. En los más importantes consejos de obreros y soldados, los bolcheviques dominaban. Los obreros y soldados exigían hechos. El absceso estaba maduro. Hacía falta un corte de bisturí.

La insurrección sólo fue posible en estas condiciones sociales y políticas. Y también fue implacable. Pero no se puede jugar con la insurrección. Desgraciado del ciru­jano que manipula con negligencia el bisturí. La insurrección es un arte. Tiene sus leyes y sus reglas.

El partido realizó la insurrección de Octubre con un cálculo frío y una resolución ardiente. Gracias a esto precisamente triunfó casi sin víctimas. Por medio de los soviets victoriosos, los bolcheviques se colocaron a la cabeza del país que abarca una sexta parte de la superficie terrestre.

Supongo que la mayoría de mis oyentes de hoy no se ocupaban todavía de política en 1917. Tanto mejor. La joven generación tiene ante sí muchas cosas interesantes, pero no siempre fáciles. Sin embargo, los representantes de las viejas generaciones, en esta sala, recordarán muy bien cómo fue recibida la toma del poder por los bolcheviques: como una curiosidad, un equívoco, un escándalo, o más, como una pesa­dilla que debía disiparse con el primer rayo del sol. Los bolcheviques se mantendrían 24 horas, una semana, un mes, un año. Había que ampliar, cada vez más, el plazo… Los amos del mundo entero se armaban contra el primer Estado obrero: desencadenamiento de la guerra civil, nuevas y nuevas intervenciones, bloqueo. Así pasó un año después del otro. La historia tiene que contar ya 15 años de existencia del poder soviético.

LEER PRÓXIMO CAPÍTULO – ¿PUEDE OCTUBRE SER JUSTIFICADO?

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