Valerio Arcary *
Revista Forun, 16-7-2020
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
El tiempo nunca es una variable indiferente en la lucha de clases. Depende del contexto de la relación social y política de las fuerzas. Es cruel, pero en este momento y a corto plazo, la pandemia por en cuanto protege al gobierno. Nos dirigimos a los cien mil muertos en agosto, y la devastación económica continúa con la creciente precariedad de las condiciones de trabajo. Pero, paradójicamente, la imposibilidad para la izquierda de contar con movilizaciones callejeras, sin que sea una aventura de contagio irreparable, permite al gobierno ganar tiempo. No podemos arriesgarnos ahora. Todavía tenemos que mantener la máxima prevención ante la pandemia. Llegará el momento de salir a la calle.
Pero Bolsonaro no gana tiempo indefinidamente. El actual impasse tiene una “fecha de caducidad”. Hay una crisis política de gobierno. La tendencia es que se vuelva más grave a mediano plazo. El durísimo ataque de Gilmar Mendes (juez del Supremo Tribunal Federal: NDT) al Ejército, bajo la acusación de complicidad con una política genocida del Ministerio de Sanidad, es una expresión aguda de esta tendencia. Los enfrentamientos entre el gobierno y las diferentes fracciones de la clase dirigente y las instituciones han disminuido en las últimas tres semanas. Pero este intervalo es inestable.
No es inusual confundir una crisis política con una crisis de régimen. Se abre una crisis política cuando ante conflictos más importantes, como el impacto de la pandemia, el bloque de partidos que apoyan al gobierno se divide, expresando las presiones contradictorias de las diferentes clases y fracciones de clase que lo apoyan. La burguesía y sus aliados sociales se fragmentan en el mejor camino para la preservación de sus privilegios, y las parcelas más conscientes entre los trabajadores y la juventud ven esta división como una oportunidad.
Bolsonaro acabó contagiándose del virus, y fue mordido por un emú en el palacio de Alvorada. Un momento de justicia poética en tiempos siniestros. La repercusión de la infección de Bolsonaro fue inmensa en la izquierda brasileña. Una profunda corriente de indignación y aversión se ha ido acumulando contra el fascista, lo cual es positivo, hasta el punto de desearle la muerte. Pero, seamos lúcidos. La ilusión de que su muerte física sería un atajo en la lucha contra el bolsonarismo es peligrosa. De hecho, sería más bien una dificultad, una complicación, un estorbo. Una hipotética muerte de Bolsonaro por covid-19 no disminuiría su autoridad. Al contrario, aumentaría. La muerte de Bolsonaro en medio de una pandemia lo convertiría en víctima del destino, favoreciendo las idealizaciones de un mandato interrumpido y el fortalecimiento de los neofascistas. Sólo una derrota política a través del derrocamiento de su gobierno podría debilitar al bolsonarismo
El gobierno Bolsonaro es un gobierno en crisis política. Pero eso no significa que ya estén dadas las condiciones para derrotarlo. Ningún gobierno es derrocado a sangre fría si la mayoría de la clase dirigente no lo quiere. La burguesía brasileña apuesta, por el momento, por la presión de las instituciones del régimen para contener a Bolsonaro y sus impulsos golpistas. Prefiere a Bolsonaro bajo tutela que un impeachment, y ni siquiera considera anular el resultado de las elecciones de 2018 en el Supremo Tribunal Electoral.
El Estado contemporáneo, es un complejo aparato de preservación del orden que existe en la forma de diferentes regímenes políticos. El régimen es la arquitectura que resulta del papel de cada una de las instituciones. O la forma concreta en que se establece el ejercicio del poder: qué espacio se prevé para el ejecutivo, el legislativo y el judicial, además del lugar de las Fuerzas Armadas, y muchos otros, etc.
Hay muchos tipos de régimen: monárquico o republicano, federal o unitario, presidencial o parlamentario y, en la mayoría de las naciones, varias formas híbridas. Híbridos porque mezclan aspectos de diferentes regímenes, mezclan elementos diversos.
Por lo tanto, para el marxismo es muy importante distinguir entre las crisis de gobierno y las crisis de régimen. Esta distinción se refiere a la cuestión de medir lo que es, en cada coyuntura, la relación de fuerzas entre clases. Se abre una crisis de gobierno cuando una de las instituciones del régimen (en general, las más vulnerables: la presidencia, en los regímenes presidenciales; el primer ministro en los regímenes parlamentarios) se enfrenta a la hostilidad de la mayoría del pueblo, aunque no se haya abierto una situación de movilizaciones generalizadas.
El equilibrio de poder no es sólo una cuantificación de hacia dónde se dirigen las expectativas y opiniones de una mayoría del 50% más uno de los ciudadanos en un momento dado. El equilibrio de poder depende, en primer lugar, del grado de unión o actividad política de las masas populares.
Las demás instituciones también pueden verse sacudidas y, en ese sentido, una crisis de gobierno siempre va acompañada de elementos de una crisis de régimen. Pero aunque las movilizaciones de masas no están unificadas a escala de millones, todavía no hay una crisis de régimen.
Cuando las otras instituciones del régimen permanecen relativamente intactas, pueden tratar de aprovechar el crédito político que aún tienen para presentar alternativas a la crisis del gobierno, y encontrar una salida al marco del régimen. La situación puede retroceder, si la solución política burguesa tiene éxito dentro del régimen, puede evolucionar. Es inconsistente imaginar que cada crisis de gobierno llevará a una crisis de régimen. Este tipo de cálculo, aunque no es inusual a la izquierda, es un pensamiento mágico. Proyecta el deseo como realidad. Como el proyecto socialista tiene prisa, porque la iniquidad del mundo en el que vivimos es inmensa, no es raro. Pero es peligroso, porque las falsas expectativas son la antesala de la desmoralización.
Cuando se abren procesos de crisis política, las diferentes fracciones de la clase burguesa buscan acuerdos y alianzas para fortalecer sus posiciones y debilitar las de sus enemigos, siempre con el cuidado de preservar el régimen. Tendrán mayores o menores dificultades si la crisis política coincide o no con una crisis social.
Sin una crisis social gravísima, las crisis de los gobiernos no se convierten en crisis de los regímenes. Porque sin crisis sociales graves es poco probable que una crisis política sea suficiente para despertar a la lucha abierta a millones de trabajadores y jóvenes, hasta entonces políticamente inactivos o desesperanzados. Las masas sólo se levantan con la perspectiva de que pueden ganar y cambiar sus destinos.
En estas circunstancias de crisis social, que pueden ser las que se vislumbran en el horizonte en los próximos meses, la mayoría de los trabajadores y el pueblo comprenderán, a partir de cada enfrentamiento, a un ritmo acelerado, qué intereses están en conflicto, qué fines se persiguen y qué medios están dispuestos a utilizar. Entenderán más o menos rápidamente si encuentran en las organizaciones que reconocen como propias un punto de apoyo para avanzar. Este proceso es el de la construcción de la conciencia de clase. Sólo es posible, a gran escala, ante el choque de grandes tragedias.
En una palabra, la pregunta es quién está acumulando fuerzas, y quién se está aislando más. En este momento el gobierno bolsonarista se está debilitando. Mientras ninguna derrota decisiva interrumpa el proceso de radicalización, la sociedad se inclinará hacia la izquierda. ¿Qué significa esta inclinación a la izquierda? Significa el creciente aislamiento del gobierno, incapaz de seguir presentando sus intereses, o su poder, como lo que corresponde a los intereses generales de la nación. En este proceso de cambios en las relaciones de fuerzas hay pasajes que son cuantitativos, y otros cualitativos.
Una de las principales virtudes del régimen democrático para la dominación burguesa es que le permite absorber, sin mayores secuelas, las disputas interburguesas como parte de una rutina administrativa del ejercicio del poder. La crisis puede cerrarse si el gobierno es capaz de reorganizar nuevas alianzas que amplíen su base social, o puede profundizarse y convertirse en un proceso crónico.
En las situaciones reaccionarias, en las que los trabajadores están a la defensiva y sus luchas son, por lo tanto, de resistencia, se alternan situaciones de mayor o menor crisis política, que se abren y cierran como resultado de realineamientos partidarios y parlamentarios. Pueden producirse estallidos de furia desorganizados y acéfalos en sectores populares, pero serán infértiles. La tempestad en el piso de arriba es sólo eso, mientras las masas populares no se ponen en movimiento con un programa propio.
Una crisis de régimen es siempre algo incomparablemente más serio. Sólo se abre cuando ya hay varias instituciones, además del gobierno, en juego: los tribunales, o la policía, los parlamentos, las asambleas o cámaras, y las masas pierden la esperanza de que los cambios, a los que aspiran, se puedan hacer desde el interior del régimen. Cuando ya no creen en la espera de poner el voto en las urnas para llevar al poder a la oposición electoral. Cuando ya no creen que la solución es pedir a los tribunales que los protejan. Pero, sobre todo, cuando sectores organizados de la clase trabajadora deciden luchar por ello. Esa debe ser nuestra apuesta estratégica.
* Miembro de la Coordinación Nacional de Resistencia/PSOL.