EL ULTIMO COMBATIENTE.
por Manuel Rojas/ Revista Babel, abril de 1941.
La muerte de León Trotsky pone punto finar a la historia del partido bolchevique ruso. Un gran partido muere con el gran hombre que eta su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una vez y para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social y político que ese partido y los hombres que lo formaban promovieron en Rusia y que tanto alcance y trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a declinar con la muerte de Lenin, que trajo como consecuencia el aislamiento y la persecución de Trotsky; muere definitivamente con éste. Definitivamente, porgue lo que queda, aquello que en el terreno social y político fue realizado por ese partido y por esos hombres, es un organismo que está muy lejos de esos hombres y de ese partido: un Estado obrero degenerado, como el mismo Trotsky decía.
Menos feliz, en cieno sentido, que Vladimiro Iliich Lenin, que murió a tiempo, o sea, cuando la revolución rusa parecía ser todavía su revolución, el solitario de Coyoacán debió contemplar, durante todos sus años de persecución y de destierro, cómo su obra, a la que dedicó muchos o todos sus años de juventud y madurez, iba siendo-como él mismo lo denunció-traicionada. Esto, sin embargo, doloroso para él, lo agrandó en sí mismo y ante los demás. En este sentido fue más feliz que Lenin. Le sobrevivió para denunciar y fustigar a los que estimó traidores y para mantener limpia, aunque solitaria, la doctrina que debió regir los destinos de la revolución de octubre.
Pero la grandeza de León Trotsky no deriva exclusivamente de su condición de miembro de un partido o de organizador y dirigente de una revolución y sería una estupidez querer unir su destino al de esa agrupación de hombres o al de ese acontecimiento. León Trotsky es más grande que cualquiera de esos dos hechos, más grande, en primer lugar, porque los creó o contribuyó a crearlos, y en segundo, porque, mientras el uno, una vez salido de sus manos, degeneró, y el otro se apagó con él mismo, él, en cambio, no hizo sino crecer y afirmar, de modo que podemos estimar eterno, su personalidad. Podrá el Estado obrero degenerado de hoy descender hasta llegar a ser no más que una aldea burocrática idiota y podrá mañana el partido bolchevique, después de frío examen, ser declarado un organismo más bien pernicioso que beneficioso para la causa de la revolución socialista; todo eso podrá suceder. A pesar de eso, y a pesar de muchas cosas más, Trotsky permanecerá. Este hombre no pertenece sólo a la clase obrera, a los partidos revolucionarios o al socialismo. Pertenece a la Humanidad, así como pertenecen ya Lenin, Engels y Carlos Marx.
El porqué de esto es algo que sólo pueden negar los que lo asesinaron y los que aplaudieron o aceptaron su asesinato. Los que tienen las manos y el alma limpias lo reconocen tácitamente.
Como revolucionario, como escritor, como entidad humana, León Trotsky no tiene, dentro de las filas de los militantes del Socialismo, semejante alguno ni lo tendrá en muchos años. Tal vez no lo tendrá nunca ya. Tampoco lo tiene en otros campos. Su profundidad de visión, su certeza de predicción, la honradez de su conducta, su valor moral, mental y físico, su hondo sentido de lo que es el hombre y de lo que debe ser, son cualidades que se dan difícilmente en un solo ser humano. En él se dío todo por junto y con una generosidad ejemplar.
Fuente: Revista Babel, Año XX, Vol. II, Nro. 15-16, Santiago de Chile, abril, 1941. Reproducido de Nuevo Correo de los Trabajadores