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Acuerdos mínimos: los jinetes o los Jiles de una nueva transición

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EL PORTEÑO

por Gustavo Burgos

El primer día de una nueva era en la imparable decadencia del régimen, eso es lo que vivimos. El llamado Acuerdo Mínimo del pasado 30 de abril —una caricatura del Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre de 2019— sienta las bases del nuevo orden que se impone desde las élites. Que Provoste haya salido diciendo que esto no es cocina de poder no hace sino ratificar que esa es precisamente la naturaleza de los acuerdos que se tejen entre el Congreso —su abrumadora mayoría parlamentaria— y La Moneda. Piñera por segunda vez en su mandato, es rescatado del tarro de la basura y vuelto a poner en el sillón presidencial. Sin embargo las fuerzas que ahora lo expulsaban del poder no eran las de las masas movilizadas como el 2019, Piñera estuvo en el cadalso puesto allí por la propia descomposición de Chile Vamos, sector que presionó al gobernante previendo una inminente hecatombe electoral.

Que este año viviríamos el peligro de un interminable proceso electoral, era algo que estaba prefigurado. Que el proceso constitucional —parte sustancial del mismo— se tambaleara como resultado de la profundización de las grietas en el bando patronal, es lo más distintivo de la coyuntura y es aquella cuestión en la que debemos poner el acento. Porque el tercer retiro y la derrota de Piñera en el Tribunal Constitucional son el cuerpo de esa grieta y conjuntamente el resultado de un movimiento de masas que aunque ha abandonado a las calles, es un púgil que sigue de pie, se siente vencedor y está dispuesto a seguir en el cuadrilátero.

El análisis puramente jurídico de los retiros de los fondos de las cuentas de capitalización, ha llevado a algunos a decir que el retiro es un engaño, que son en realidad los trabajadores los que están pagando la crisis, este razonamiento es puramente formal y no es expresivo de los que ocurre en la realidad social. Primero, porque los fondos provisionales formalmente habían sido expropiados del bolsillo de los trabajadores en beneficio del capital financiero nacional. Este hecho es indesmentible, la propia Corte Suprema en reiterados fallos ratificó que los dueños de esos fondos eran las AFP y que a los trabajadores le asistía un derecho puramente nudo o ficticio. En este escenario los retiros anticipados son triunfos reiterados de la lucha popular que han tenido un impacto político enorme, por cuanto los trabajadores lo experimentan como una victoria. Son los intelectuales y agoreros de derrotas los que pretenden descalificar este hecho contundente, como inevitable justificación de nuevas capitulaciones al régimen burgués. La vieja tradición de echarle la culpa al empedrado.

Pamela Jiles, corriendo como Naruto, 2020

Con el Gobierno grogui, aturdido, con la mayoría parlamentaria intentando un deslucido Acuerdo Mínimo, la burguesía no ve otro camino que intentar una nueva transición. Para eso necesitan vitalizar y controlar el proceso electoral. No debemos olvidar que el Parlamento de Valparaíso que se elija en noviembre deberá convivir con la Convención Constitucional de Santiago. Sin tradición parlamentaria —que supone la existencia de partidos de férrea estructura como en Inglaterra o España— las apuestas hoy están todas sobre los jinetes de la nueva figura presidencial. La Derecha, destruida como está, no tiene ninguna posibilidad de imponerse electoralmente. La oposición paralmentaria, la del Acuerdo por la Paz y la de los Acuerdos Mínimos, no encuentra en Narváez, Muñoz, Rincón una alternativa viable. Yasna Provoste carga con el estigma de ser democristiana, Jadue con ser PC. Una tormenta perfecta, que deja el campo abierto para la —hasta ahora— imparable Pamela Jiles .

Vamos a pasar por alto todas las particularidades teatrales de la candidata Humanista, porque tales rarezas no permiten ver el bosque. No importa que corra como Naruto, que hable como poseída por el espíritu de Elena Caffarena, que se califique como abuela, a su pareja como abuelo y al pueblo como sus nietitos. Todas esas banalidades son la forma del fenómeno político y quiénes se concentren en ellas para confrontarla sólo lograrán fortalecer su principal capital político: que ella está en contra del sistema de partidos y de la democracia representativa. Los ataques contribuyen a fortalecer su discurso que se asienta en el unánime descrédito de la institucionalidad democrático burguesa. Sin embargo, nada nuevo representa Pamela Jiles. Hace casi un siglo Ibáñez del Campo, un simple oficial de Ejército, irrumpió en la política chilena haciendo ruidos de sables, y llegó dos veces a La Moneda (1927 y 1952), primero mediando un golpe de Estado y luego imponiéndose electoralmente prometiendo barrer —la campaña se hizo con escobas— con la corrupción de la política tradicional.

Carlos Ibáñez del Campo, marchando con una escoba para barrer con la corrupción, 1952

Se dice que Jiles es populista, lo que no pasa de ser un peyorativo de la cantera de los neoliberales y demás sirvientes del imperialismo. Por populismo políticamente no entendemos nada. Es necesario, por lo mismo, develar qué hay en realidad tras el discurso de Jiles, que dista mucho de ser pura extravagancia. Ella plantea acabar con el sistema de partidos, barrer con lo que llaman la clase política y establecer un Gobierno por encima de las clases sociales en pugna. Bonapartismo en estado puro. Ella y el pueblo, los nietitos. Por lo mismo sus oscilaciones entre políticas de izquierda y de derecha son consustanciales a su identidad. El zig zag de Jiles lejos de ser una carencia, es la columna vertebral de una política de contenido burgués, autoritaria y de compromiso con las masas. Un poco de Eva Perón, una pizca de Ibáñez, algo de Correa o Morales. Nunca lo sabremos, lo que sí resulta claro —quien suscribe esta nota apuesta a ello sus bigotes— es que no se ve en el horizonte político una figura con capacidad de disputar electoralmente la presidencia a Jiles.

Jiles, de eso no cabe duda, expresa los intereses generales de la burguesía y su política se orienta a la preservación del régimen capitalista bajo modalidades distintas, reformadas, a las actuales. Nuestra historia y la de América Latina ofrecen múltiples alternativas de estas expresiones, que por lo mismo deben considerarse nacionalistas. Invariablemente, por una cuestión de clase, todos estos movimientos se apoyan en la movilización, se apropian de sus triunfos —los tres retiros de las AFP— para terminar desplegando una política patronal y de colaboración con el gran capital. Así ocurrió con los agrariolaboristas en Chile, con el peronismo argentino, el varguismo brasileño, el APRA peruano, el MNR boliviano, etc., lo que no impidió que aún hasta hoy día estas corrientes sigan agitando una cierta identidad popular, antioligárquica y hasta antiimperialista. Invariablemente el surgimiento de estos movimientos es el resultado de la paradoja que plantea una poderoso levantamiento popular y una completa ausencia de una dirección política de los trabajadores.

Como decíamos en un comienzo, vivimos el inicio de un nuevo régimen, uno que no rompe con su hundimiento general como clase, pero que plantea las características que dominarán la política chilena en el próximo período. Un hipotético gobierno de Jiles o de quien se imponga en definitiva —sobre esto no hay hipótesis en contrario— será un Gobierno extraordinariamente débil, sin base parlamentaria estable y con un apoyo popular esquivo y condicionado. La transición que iniciamos será sustancialmente diversa a la de los 90 porque aquella se apoyaba en gigantescas ilusiones democráticas que hoy son sólo un recuerdo.

La estrepitosa derrota de la izquierda española —Unidas Podemos— en las elecciones de Madrid el pasado 4 de mayo, dejan de manifiesto que la política de cretinismo parlamentario y de democratismo expresado en la disyuntiva servil de fascismo o democracia, carece hoy de todos sentido. Porque los trabajadores no ven en la democracia burguesa más que hambre y represión, la encarnación del régimen de dominación de los explotadores frente a los cuales sólo cabe luchar. El camino fue abierto el 18 de Octubre en Chile y los siguen hoy las masas en el levantamiento popular contra el régimen narcoburgués de Duque en Colombia. Esa es la única vía para acabar con el régimen y sus lacras.

Como en estas páginas planteara Felipe Portales, el proceso constituyente normativamente es un retroceso respecto de la estructura institucional actual, porque reconoce a esta última como legítima lo que impide reconocer a la Convención Constitucional —aún en términos burgueses— como reformadora del régimen. Lo hemos dicho insistentemente son las revoluciones las que hacen Constituciones, no son las Constituciones ni el debate parlamentario el que abre el camino a la transformación revolucionaria de la sociedad. Para enfrentar los desafíos que la contingencia nos impone, para quebrar la institucionalidad y la transición que se cocina en las altas esferas del poder, se harce necesaria la construcción de una nueva dirección política de los trabajadores, una que persiga implacablemente acabar con Piñera, llevarlo a la cárcel y establecer un nuevo orden político apoyado en los órganos de poder de los explotados. Como siempre: o se es yunque o se es martillo.

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