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Elecciones en EE UU: El regreso de Trump presagia turbulencias

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6 de noviembre de 2024

Robert Bechert. Comité por una Internacional de los Trabajadores, CIT.

(Imagen: Trump en su discurso de victoria)

La victoria de Trump y de su reformado partido republicano abre claramente nuevos capítulos en la historia de Estados Unidos y del mundo.

Para muchos en un Estados Unidos polarizado, esta victoria del populismo de derechas supondrá más que una nota de miedo, especialmente entre las mujeres que temen ataques a sus derechos reproductivos y los inmigrantes que temen que ellos, o los miembros de sus familias, se vean atrapados en la prometida campaña de deportación de Trump.

También está la cuestión de si Trump buscará vengarse de sus enemigos del pasado, algo que no es inaudito, ya que los demócratas no han sido reacios a utilizar la maquinaria del Estado contra sus oponentes. Sin embargo, para aquellos que creyeron en las promesas de Trump de poner fin a la inflación, un aumento del nivel de vida y días mejores, una «Gran América» y una «Nueva Edad de Oro», sus esperanzas para el futuro serán altas en este momento, pero en última instancia estos sueños se verán truncados a medida que la realidad capitalista les golpee.

A nivel internacional, la victoria de Trump abre la puerta a cambios posiblemente importantes, como la imposición de un acuerdo entre Ucrania y Rusia, probablemente a favor de Rusia. Y dar luz verde a Netanyahu para atacar seriamente a Irán, posiblemente con el apoyo de EE.UU., al igual que Biden aprobó recientemente el estacionamiento de bombarderos estratégicos B52 en Oriente Medio. No es de extrañar que Netanyahu felicitara rápidamente a Trump por su «enorme victoria».

Por encima de todo está la perspectiva de un aumento de las tensiones y posiblemente de conflictos con China. La probable imposición de nuevos y más elevados aranceles a las importaciones repercutirá en todo el mundo, especialmente en China, México y Europa. Es probable que esto provoque perturbaciones en el mercado mundial, posiblemente recesiones en algunos países, y el consiguiente aumento de las tensiones.

Economía

La victoria de Trump es una gran derrota para los sectores de la clase capitalista estadounidense que no confían en él y que hicieron campaña contra su candidatura, en estas, las elecciones presidenciales estadounidenses más caras de la historia. Pero los demócratas fueron incapaces de responder al repetido uso que hizo Trump de la pregunta de Reagan en 1980: «¿Está usted mejor que hace cuatro años?». Entre los votantes, la economía fue la cuestión más importante, con un 39%, seguida de la inmigración, con un 20%. Pero Harris se mostró poco dispuesto o incapaz de responder a preguntas clave sobre cuestiones prácticas.

El dolor infligido por la alta inflación de hace dos años no ha desaparecido y, aunque la tasa de inflación actual es más baja, la mayoría de los precios, especialmente los de los comestibles, no han bajado, sino que ahora suben más despacio. Esta es una de las razones clave de la fuerte caída del voto demócrata. Además de frenar la inflación, Trump se presentó como un «hombre fuerte» que se ocuparía de la inmigración, la seguridad y que era capaz de evitar guerras.

La guerra en Gaza, unida a la reciente ofensiva israelí en Líbano, fue otro factor que golpeó el apoyo demócrata. La indignación por el armamento estadounidense que ha matado a más de 43.000 personas en Gaza ha alimentado el considerable número de votos «no comprometidos» en algunas primarias demócratas. En Michigan, más de 44.600 personas votaron a Jill Stein, del Partido Verde antibelicista, más del triple que los Verdes del estado en 2020. Esto es una señal de cómo, a pesar de la polarización, había algunos que no querían ser arrastrados detrás de las políticas de los demócratas simplemente para detener a Trump.

En su campaña, Trump y, especialmente, su adjunto Vance, utilizaron demagógicamente elementos de la retórica «clasista» para movilizar el apoyo de los trabajadores. Harris, por el contrario, utilizó un vago discurso de «esperanza» combinado con la política de identidad y la creciente participación de los republicanos de derechas contrarios a Trump en su campaña. La victoria de Trump es también una derrota para gran parte de la intelligentsia liberal, cuya arrogancia y apoyo a los demócratas les hizo incapaces, o poco dispuestos, a responder de forma convincente a las cuestiones económicas y sociales sobre las que Trump hizo campaña de una manera que pudiera dividir su apoyo. El simple hecho de calificar a Trump de «fascista» fue visto por sus partidarios como un esfuerzo de la élite por mantener su propio poder e influencia.

Aunque esta vez aún no se dispone de cifras definitivas, a diferencia de 2016, Trump ha obtenido la mayoría de los votos, en torno al 51% frente al 47,5% de Harris. Al parecer, el porcentaje de votos republicanos aumentó en 48 de los 50 estados de EE UU. Es significativo que Trump haya seguido avanzando entre los votantes blancos sin titulación universitaria (del 48% de apoyo en 2020 al 65% ahora), los jóvenes de 18 a 29 años (del 36% al 42%) y los votantes hispanos (del 32% al 45%); de hecho, el apoyo a Trump solo ha caído entre los mayores de 65 años y las mujeres con estudios universitarios.

Trump se enfrenta ahora a la cuestión de los resultados, especialmente en lo que respecta al nivel de vida. La probabilidad de que los republicanos consigan la «trifecta» -la Presidencia, el Senado y la Cámara de Representantes, además de un Tribunal Supremo que les apoye- significa que Trump tendrá pocas excusas. Sus partidarios le pedirán que actúe con decisión. Es posible que Trump comience su presidencia con redadas de alto perfil contra inmigrantes indocumentados y otras acciones de este tipo. Después de todo, el pasado diciembre Trump dijo que «Salvo el primer día… no soy un dictador».

Pero la clave, como él mismo ha dicho en repetidas ocasiones, es el nivel de vida y los buenos empleos. El inevitable fracaso de Trump a la hora de conseguirlos llevará a un número cada vez mayor de personas a sacar la conclusión de que ellos mismos tienen que actuar, luchar, para mejorar su suerte. Es muy posible que algunos votantes de Trump se conviertan en decididos luchadores de la clase obrera cuando vean que Trump y Vance no están cumpliendo sus promesas.

Para la mayoría de la clase dominante estadounidense, esta es una perspectiva aún más preocupante, ya que no consideran a Trump como un representante fiable y temen lo que pueda hacer si su presidencia entra en crisis. Sobre todo porque el Tribunal Supremo dictaminó el pasado mes de julio que un presidente estadounidense tiene inmunidad por sus acciones «oficiales». Algunos sectores de la clase dominante están preocupados por las órdenes que pueda dar Trump, a nivel nacional o internacional, sobre todo porque es el «Comandante en Jefe» de todo el ejército. Aunque Trump no lidera un movimiento fascista que pretenda aplastar a todos los demás, amenaza claramente con intentar utilizar el poder del Estado contra algunas minorías y opositores.

El fracaso del  “mal menor”

En estas elecciones extremadamente polarizadas, los millones de personas que votaron a Harris como un mal «menor» o como una candidata del «cambio», dado que es una mujer negra, estarán, naturalmente, decepcionados y temerosos. Incluso podría haber desánimo, que podría profundizarse con los inevitables intentos de culpar a los votantes, especialmente a los de clase trabajadora, de la victoria de Trump. Pero la realidad no es solo que los demócratas no hayan podido resolver los problemas inmediatos, sino que ellos mismos, como firme partido del capitalismo, son parte del problema.

Los demócratas no tienen soluciones de fondo. La forma en que Biden fue eliminado y luego no se permitió ningún debate sobre quién debería ser su candidato demuestra que los demócratas son una máquina, no un verdadero partido político, y ciertamente no uno democrático. Políticamente representan a sectores clave de la clase dominante, lo que se ve por cómo los demócratas ponen énfasis en trabajar con los republicanos anti-Trump en lugar de intentar siquiera abordar las preocupaciones de los trabajadores que se sintieron atraídos por Trump.

Se avecinan tiempos tormentosos, para los que socialistas y activistas deben prepararse. El apoyo público a los sindicatos es, con más de dos tercios de la población estadounidense, el más alto de los últimos 60 años. La anterior presidencia de Trump fue testigo de una oleada de huelgas y recientemente se han producido las grandes huelgas de trabajadores del automóvil, estibadores (trabajadores portuarios) y trabajadores de Boeing. La mayor disposición a la huelga será un factor importante en la evolución futura.

Los acontecimientos y las luchas futuras plantearán la cuestión de qué alternativa política se necesita. Los republicanos podrían, en algún momento, entrar en crisis, al estallar luchas por el control, en particular después de que Trump salga de escena. Tal lucha podría dar lugar al desarrollo de un partido populista de derechas, hostil a lo que se considera el «establishment», como se ha visto en partes de Europa y América Latina.

Los demócratas pueden intentar un lavado de cara pero seguirán siendo, en el fondo, un conjunto completamente procapitalista que en el poder no conlleva ningún cambio decisivo. Pero, al igual que los republicanos, los demócratas llevan dentro la posibilidad de escisiones, ya que no pueden seguir repitiendo la misma vieja historia de decepcionar a sus partidarios.

Ahora se trata de prepararse para un futuro que probablemente será tormentoso. En la izquierda hay que hacer balance de los últimos años, cuando el apoyo a la idea general del «socialismo» creció masivamente, pero vio cómo una parte importante de la izquierda se acercaba a los demócratas bajo la bandera de apoyar al «mal menor». Aunque esto es comprensible, el resultado de esta política es la perpetuación del actual sistema «bipartidista», que está fallando a la mayoría. Este resultado electoral es también un fracaso de la estrategia del «mal menor» que vio a una parte de la llamada izquierda capitular ante el liderazgo demócrata, no se opuso a la campaña demócrata conjunta con los republicanos anti-Trump y, por lo tanto, respaldó efectivamente una estrategia que reforzó el atractivo de Trump para una parte de la clase trabajadora.

Ya antes de estas elecciones hubo una nueva ronda del continuo debate sobre si los trabajadores y los socialistas deberían esforzarse por construir campañas y organizaciones independientes de las formaciones capitalistas e implicadas en la lucha. Estos pasos están ligados a la necesidad de que candidatos independientes de los partidos capitalistas se presenten a las elecciones como parte de la construcción de un partido que esté genuinamente dirigido por y para la clase obrera.

Esta tarea se ha vuelto aún más importante ahora que el cuestionamiento del sistema estadounidense no ha terminado. Una encuesta de Fox News del día de las elecciones informaba de que alrededor del 70% de los votantes sentían que EEUU iba «por mal camino»; este sentimiento no desaparecerá sin más. El reto es construir las fuerzas capaces de luchar tanto por las mejoras inmediatas como por la alternativa socialista necesaria.

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