por Jano Ramírez
Vivimos tiempos de desencanto. Los partidos tradicionales están desprestigiados, y con razón, han administrado el país durante décadas para unos pocos, mientras la mayoría sobrevive entre deudas, sueldos bajos, y servicios públicos deteriorados. Pero también se agotaron esas “nuevas” opciones que decían ser distintas, pero terminaron repitiendo las mismas lógicas, cuidando el sistema en vez de cambiarlo.
Por eso, la pregunta no es si necesitamos un nuevo partido más moderno, más amable, o con mejores redes sociales. La pregunta real es, ¿para qué queremos un partido político hoy?
La respuesta no puede ser seguir parchando lo que ya no da más. Un partido que valga la pena debe tener el coraje de decir que este Estado no está hecho para servir al pueblo. Que su rol es garantizar las ganancias de unos pocos, controlar a quienes protestan, y legitimar, con leyes y promesas vacías, un modelo que precariza nuestras vidas.
En lugar de adaptar nuestras demandas a lo que este sistema permite, necesitamos una herramienta política que las empuje con fuerza, sin pedir permiso, hasta que lo normal sea decir. “lo queremos todo para la gente, no las migajas a las que nos tienen condenados”. Hasta que cambiar esta realidad deje de ser un sueño imposible y se vuelva un horizonte compartido por quienes ya no están dispuestos a seguir aguantando. Que no le tema a decir lo evidente, que las pensiones miserables, las jornadas agotadoras, la educación de mercado, la salud para ricos, no son errores del sistema, sino su funcionamiento normal. Y que por lo tanto, hay que enfrentarlo, no gestionarlo.
Este partido debe ser algo nuevo. No una maquinaria electoral al servicio de unos pocos “representantes”, sino una organización construida desde abajo, con jóvenes, trabajadores, pobladoras, estudiantes, profes, mujeres, disidencias, pueblos originarios, que quieran ser protagonistas del cambio. Una herramienta colectiva para unir las luchas que ya están en curso, para que no sigan aisladas ni se apaguen con promesas institucionales.
Y sobre todo, un partido que levante propuestas que conecten con lo que vive la mayoría, reducir la jornada laboral sin pérdida de salario, recuperar el derecho real a la salud y la educación, terminar con las AFP, frenar el extractivismo que destruye territorios, garantizar vivienda digna, y liberar nuestro tiempo para vivir, no solo para sobrevivir. Propuestas que no se detienen en el reclamo, sino que cuestionan directamente a quién manda, quién decide, quién se enriquece con nuestro esfuerzo.
Esto no se trata de romantizar luchas ni de repetir frases de manual. Se trata de organizarnos con sentido estratégico, sabiendo que este modelo no caerá solo. Y cuando se presenten nuevas revueltas, como ya vivimos en octubre, no podemos volver a improvisar ni dejarnos engañar por falsas salidas. Necesitamos estar preparados, organizados, con ideas claras y con una red que no se rinda ni se venda.
No se trata solo de tener razón. Se trata de construir fuerza. Y para eso, necesitamos un partido a la altura del momento. Uno que no le hable desde arriba a la gente, sino que nazca desde ella. Que no se limite a sobrevivir en las instituciones, sino que tenga la audacia de imaginar, y construir, otra forma de vida.
Porque no estamos condenados a vivir así. Nos merecemos mucho más. Y juntos, podemos pelear por ello.