Inicio Nacional Crónica de una tragedia anunciada

Crónica de una tragedia anunciada

41
0
Compartir

Por Gastón Ramírez

Otra vez la mina, otra vez la muerte, otra vez el silencio que precede al derrumbe.

El 31 de julio de 2025, a las 17:34 horas, un evento sísmico, registrado oficialmente con magnitud 4,2, sacudió la cordillera al oriente de Rancagua. Minutos después, en la mina El Teniente, colapsaron galerías del sector Andesita, Teniente 7. Resultado, un trabajador muerto, nueve heridos, y cinco compañeros atrapados bajo toneladas de roca. Sin contacto. Sin certezas.

 

Pero lo más brutal no fue la sorpresa. Porque no fue sorpresa.

Lo dijeron los trabajadores. “el cerro crujía, hacía días que se sentían ruidos”. Se advirtió. Se avisó. Y aun así, las faenas no se detuvieron. En la minería chilena, como tantas veces, la vida vale menos que el cobre.

Sub Terra sigue hablando

Este país lleva más de un siglo enterrando obreros en la mina. Lota, Sewell, San José, El Teniente. Baldomero Lillo lo escribió en Sub Terra, cuando describió a los mineros bajando “como sombras al fondo del abismo”, mientras el patrón miraba el reloj. La diferencia es que hoy las tecnologías han cambiado, pero la lógica sigue intacta, extraer más, a menor costo, sin detenerse aunque el cerro grite.

 

No es la tierra, es el modelo

No importa si fue un sismo natural o inducido. Lo que importa es que la explotación de la tierra y de los cuerpos no se detiene aunque haya señales de peligro. Y cuando algo pasa, el discurso es automático. «se activaron los protocolos», «se está investigando», «la prioridad son las familias».

Pero ¿cuáles protocolos permiten seguir excavando cuando hay vibraciones?

¿Quién autoriza que se mantenga la faena en zonas tan profundas, con geología tensa, con empresas subcontratadas?

¿A quién le sirven esos protocolos, si el resultado siempre es el mismo?

Porque lo que ocurre en El Teniente no es un accidente. Es una consecuencia directa de un modelo que prioriza la productividad por sobre la vida, que organiza el trabajo como si los cuerpos fueran reemplazables, y donde el capital, incluso el estatal, exige resultados a costa de lo que sea.

 

El costo real del cobre

Chile se enorgullece de ser el mayor productor de cobre del mundo. Pero rara vez se habla del precio real, no el que fija la Bolsa de Metales de Londres, sino el que se paga en vidas humanas.

 En 1945, 355 trabajadores murieron en la Tragedia del Humo en El Teniente.

 En 2010, 33 mineros quedaron atrapados en la mina San José por negligencia estructural.

 En 2025, otro colapso, pese a las advertencias de quienes estaban ahí.

 

¿Cuántas veces más?

Lo que no debemos permitir

No podemos dejar que esta historia se vuelva otra cifra. Otra nota de prensa. Otra foto de casco en la entrada de la mina.

 

Debemos exigir:

Que se investigue por qué no se suspendió la faena si hubo advertencias.

Que se escuche la voz de los trabajadores antes y no después de cada tragedia.

Que se ponga la vida por sobre la producción, y no al revés.

Que el cobre deje de salir con olor a muerte.

Porque si el cerro habla y no se lo escucha, no es solo un error, es un crimen social.

Porque si los trabajadores avisan y nadie actúa, es negligencia sistematizada.

Porque si todo se repite, no es mala suerte, es un modelo que mata.

 

¿Y ahora qué?

Mientras sigamos organizando nuestra vida y nuestra economía para sacar riquezas de la tierra sin importar lo que cueste, esto va a seguir pasando. Si la producción está por encima de la vida, si los trabajadores son vistos como piezas reemplazables, entonces ninguna mina es segura, ninguna faena es justa, ningún futuro es digno.

Chile no necesita seguir siendo un país donde se excava para otros, donde se exporta riqueza y se importa pobreza. No puede seguir siendo un territorio extractivo para el beneficio de unos pocos, aunque algunos lo pinten de “progreso”. Hay que cambiar el modelo, no solo las reglas.

 

Eso significa pensar en otra forma de vivir y producir:

donde la vida esté al centro y no la ganancia,

donde la riqueza se planifique entre quienes la trabajan,

donde no seamos un país que entrega su suelo a cambio de muerte,

donde el cobre y el litio no se exporten como materia prima, sino que se transformen aquí, generando bienestar para todos,

donde las decisiones se tomen desde abajo, no desde las oficinas de ejecutivos o ministerios que nunca pisan el túnel.

Eso es lo que alguna vez se llamó socialismo con control obrero y popular, una economía al servicio de las personas, no del capital. No es una utopía, es la respuesta real a siglos de saqueo, de silencio, de cerros que crujen y nadie escucha.

Si no cambiamos el fondo, solo estaremos esperando el próximo derrumbe.

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here