León Trotsky, 1939
Escépticos gangrenosos como Souvarine creen que “nadie sabe” lo que es la dialéctica. Y hay “marxistas” que se inclinan respetuosamente ante Souvarine, esperando aprender algo de él. Y estos “marxistas” no sólo hacen su nido en el “Modern Monthly”(Revista del SWP). Hay una corriente souvarinista en la actual oposición del Partido Socialista de los Trabajadores (Socialist Workers Party). Es necesario prevenir a los jóvenes camaradas: ¡cuidado con esa infección maligna!
La dialéctica no es ficción ni misticismo, sino la ciencia de las formas de nuestro pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal mantienen entre si una relación similar a la que existe entre las matemáticas inferiores y las superiores.
Trataré aquí de esbozar lo esencial del problema de forma muy concisa. La lógica aristoteliana del silogismo simple empieza con la proposición de que A es igual a A. Este postulado se acepta como axioma para multitud de prácticas humanas y generalizaciones elementales. Pero, en realidad, A no es igual a A. Basta con ponerse gafas para darse cuenta. Pero, puede objetar alguien, la cuestión no es el tamaño o la forma de las letras, puesto que sólo son símbolos de cualidades iguales, por ejemplo, una libra de azúcar. La objección da en el clavo: precisamente, porque una libra de azúcar nunca es igual a otra libra de azúcar: hay una escala sutil de variaciones entre ambas. Se nos puede objetar de nuevo: pero una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es cierto: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, tamaño, color, etc., no permanecen nunca inmutables. Un sofista respondería que una libra de azúcar es igual a sí misma “en un momento dado”. Dejando de lado la dudosa validez práctica de semejante “axioma”, este argumento no es en realidad una crítica teórica. ¿Cómo concebimos el término “momento”? Si es un intervalo infinitesimal de tiempo, en ese pequeño espacio la libra de azúcar sufrirá algún cambio. ¿O es el “momento” una abstracción matemática, un tiempo cero? Pero todo existe en el tiempo; la misma existencia es un proceso de transformación ininterrumpido; el tiempo es, en consecuencia, el elemento fundamental de la existencia. Luego el axioma “A es igual a A” significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.
A primera vista, podría parecer que estas «sutilezas» son inútiles. En realidad, son de importancia decisiva. El axioma “A es igual a A”, parece ser, por un lado, la base de todo nuestro conocimiento, y por otro, la fuente de todos nuestros errores. Usar el axioma “A es igual a A” impunemente es posible sólo dentro de ciertos límites. Podemos admitir ciertos cambios cuantitativos y presumir que “A es igual a A”. Este es el caso del comprador y el vendedor de una libra de azúcar. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el poder adquisitivo del dólar. Pero, una vez traspasados ciertos límites, los cambios cuantitativos pueden llegar a ser cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o de la parafina deja de ser una libra de azúcar. Determinar en qué momento el cambio cuantitativo se convierte en cualitativo es una de las tareas más importantes y difíciles del conocimiento, incluida la sociología.
Todo trabajador sabe que es imposible hacer dos objetos totalmente iguales. En la elaboración de rodamientos cónicos, los conos sufren una cierta desviación que no debe, sin embargo, traspasar ciertos límites (a esto se le llama tolerancia).
Mientras se cumplen las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales (A es igual a A). Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se convierte en cualidad: en otras palabras, los rodamientos serán inferiores o totalmente inservibles.
Nuestro pensamiento científico es sólo una parte de nuestra práctica, que incluye también técnicas. También existe “tolerancia” para los conceptos, tolerancia establecida no por la lógica formal basada en el axioma “A es igual a A”, sino por la lógica dialéctica basada en el axioma de que todo está cambiando siempre. El “sentido común” se caracteriza por exceder sistemáticamente la tolerancia dialéctica.
El pensamiento vulgar utiliza conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo, moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, a la vez que determina en qué condiciones materiales se produce el cambio crítico, tras el cual A deja de ser A, un estado obrero deja de ser un estado obrero.
El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse con fotografías inertes de una realidad que consiste en eterno movimiento. El pensamiento dialéctico da a los conceptos – por medio de aproximaciones sucesivas, correcciones, concreciones – riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería a decir que les da una suculencia que en cierta medida los aproxima al fenómenos viviente. No hay un capitalismo en general, sino un capitalismo dado en un determinado nivel de desarrollo. No hay Estado obrero en general, sino un Estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista, etc.
El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película no invalida la fotografía inmóvil, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante.
Hegel estableció en su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para las tareas más elementales.
Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución Francesa, Hegel anticipó el movimiento general de la ciencia. Pero porque era solamente una anticipación, aunque hecha por un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel operaba con sombras ideológicas como realidad final. Marx demostró que el movimiento de esas sombras ideológicas no eran sino el reflejo del movimiento de cuerpos materiales.
Llamamos “materialista” a nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en nuestro “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. Lo consciente surgió de lo inconsciente, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena de desarrollo, los cambios cuantitativos se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni para el Diablo, ni para el alma inmortal, ni para las normas o leyes morales eternas. La dialéctica del pensamiento, habiendo surgido de la dialéctica de la naturaleza, posee en consecuencia un carácter profundamente materialista.
El darwinismo, que explicó la evolución de las especies mediante “saltos cualitativos”, fue el mayor triunfo de la dialéctica en el campo de las ciencias naturales. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de los elementos químicos y de los procesos de transformación de un elemento en otro.
Ligado muy de cerca con este problema de la transformaci6n está el problema de la clasificación, tan importante en las ciencias naturales como en las sociales. El sistema de Linneo (siglo XVIII), basado en la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo con sus características externas. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, porque las formas de nuestro pensamiento evolucionan como todas las cosas vivas. Sólo el rechazo definitivo de la idea de las especies fijas, sólo el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía nos proporciona las bases para una clasificación realmente científica.
Marx, que, a diferencia de Darwin, era un dialéctico consciente, descubrió las bases para la clasificación científica de las sociedades humanas en el desarrollo de sus fuerzas productivas, y de la estructura de sus relaciones de propiedad, que constituyen la anatomía de la sociedad. El marxismo sustituyó la clasificación vulgar de las sociedades y los estados, que todavía hoy prevalece en nuestras universidades, por una clasificación materialista dialéctica. Sólo mediante el método de Marx es posible determinar correctamente el concepto de estado obrero, como el momento de su caída.
Todo esto, hasta donde nos es posible ver, no contiene nada de “escolástico” o de “metafísico”, como afirman los ignorantes contumaces. La lógica dialéctica expresa la ley del movimiento en el pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra el materialismo dialéctico expresa un pasado distante, el conservadurismo de la pequeña burguesía, el engreimiento de los universitarios rutinarios… y un poquito de fe en la otra vida.