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Las Causas de Octubre

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¿Cuáles son las preguntas que la Revolución de Octubre despierta en un hombre reflexivo?

  1. ¿Por qué y cómo esta revolución ha alcanzado el éxito? Más concretamente, ¿por qué la revolución proletaria ha triunfado en uno de los países más atrasados de Europa?
  2. ¿Qué ha aportado la Revolución de Octubre?

Y finalmente:

  1. ¿Ha mostrado sus capacidades?

 

A la primera pregunta –sobre las causas– se puede ya contestar de una forma más o menos completa. He tratado de hacerlo lo más explícitamente posible, en mi Historia de la Revolución. Aquí, sólo puedo formular las conclusiones más importantes.

 

La Ley de Desarrollo Desigual

El hecho de que el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado como la antigua Rusia zarista, sólo a primera vista parece misterioso; en realidad está totalmente de acuerdo con la ley histórica.

Se podía prever y se previó. Es más: bajo la perspectiva de este hecho, los revolucionarios marxistas edificaron su estrategia mucho antes de desarrollarse los acontecimientos decisivos. La explicación primera es la más general: Rusia es un país atrasado pero es sólo una parte de la economía mundial, un elemento del sistema capitalista mundial.

En este sentido, Lenin resolvió el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la cadena se ha roto por su eslabón más débil.

Una ilustración clara: la Gran Guerra, salida de las contradicciones del imperialismo mundial, arrastró en su torbellino países que se hallaban en diferentes etapas de desarrollo, pero planteó las mismas exigencias a todos por igual. Claro está que las cargas de la guerra debían ser particularmente insoportables para los países más atrasados. Rusia fue la que primero se vio obligada a ceder terreno. Pero para liberarse de la guerra, el pueblo ruso debía abatir a las clases dirigentes. Así fue cómo la cadena de la guerra se rompió por su eslabón más débil. Pero la guerra no es una catástrofe que viene del exterior, como un terremoto. Es, para hablar con el viejo Clausewitz[5] , la continuación de la política por otros medios.

Durante la guerra, las tendencias principales del sistema imperialista de tiempos de “paz” sólo se exteriorizaron más crudamente. Cuanto más elevadas sean las fuerzas productivas generales; cuanto más tensa es la competencia mundial, cuanto más agudos se manifiesten los antagonismos; cuando más desenfrenado se desarrolla la carrera de los armamentos, tanto más penosa resulta la situación para los participantes más débiles. Precisamente ésta es la causa por la cual los países más atrasados ocupan los primeros lugares en la serie de colapsos. La cadena del capitalismo mundial tiende siempre a romperse por los eslabones más débiles.

Si debido a ciertas circunstancias extraordinarias, o extraordinariamente desfavorables (por ejemplo, una intervención militar victoriosa del exterior o faltas irreparables del propio gobierno soviético), se restableciere el capitalismo ruso sobre el inmenso territorio soviético, al mismo tiempo también sería restablecida su insuficiencia histórica y muy pronto sería nuevamente víctima de las mismas contradicciones que le condujeron en 1917 a la explosión. Ninguna receta táctica hubiera podido dar vida a la Revolución de Octubre de no llevarla Rusia en sus propias entrañas. El partido revolucionario no puede finalmente pretender otro rol que el del obstetra que se ve obligado a recurrir a una operación por cesárea.

Se me podría objetar: vuestras consideraciones generales pueden ser suficientes para explicar por qué razón la vieja Rusia (este país donde el capitalismo atrasado, junto a un campesinado miserable, estaba coronado por una nobleza parasitaria y por una monarquía putrefacta), tenía que naufragar.

Pero en la imagen de la cadena y del más débil eslabón falta todavía la llave del enigma: ¿cómo en un país atrasado podía triunfar la revolución socialista?

Porque la historia conoce muchos ejemplos de decadencia de países y de culturas que, tras el hundimiento simultáneo de las viejas clases, no han encontrado ningún relevo progresivo. El hundimiento de la vieja Rusia hubiera debido, a primera vista, transformar el país en una colonia capitalista más que en un Estado socialista. Esta objeción es muy interesante y nos lleva directamente al corazón del problema. Y sin embargo esta objeción es viciosa; yo diría desprovista de proporción interna. Por un lado, proviene de una concepción exagerada en lo que concierne al retraso de Rusia; por el otro, de una falsa concepción teórica en lo que respecta al fenómeno del retraso histórico en general.

Los seres vivos, entre otros, el hombre naturalmente también, atraviesan siguiendo su edad, estadios de desarrollo semejantes. En un niño normal de 5 años, se encuentra cierta correspondencia entre el peso, la talla y los órganos internos. Pero esto ya ocurre de otra manera con la conciencia humana. En oposición con la anatomía y la fisiología, la psicología, tanto la del individuo como la de la colectividad, se distingue por una extraordinaria capacidad de asimilación, flexibilidad y elasticidad: en esto mismo reside también la ventaja aristocrática del hombre sobre su pariente zoológico más próximo de la especie de los monos. La conciencia susceptible de asimilar y flexible, confiere como condición necesaria del progreso histórico a los “organismos” llamados sociales, a diferencia de los organismos reales, es decir, biológicos, una extraordinaria variabilidad de la estructura interna.

En el desarrollo de las naciones y de los Estados, de los capitalistas en particular, no hay similitud ni uniformidad. Diferentes grados de cultura, incluso sus polos opuestos, se aproximan y se combinan con mucha frecuencia en la vida de un país.

 

La Ley del Desarrollo Combinado

No olvidemos, queridos oyentes, que el retraso histórico es una noción relativa.

Si hay países atrasados y avanzados, hay también una acción recíproca entre ellos; existe la presión de los países avanzados sobre los retardatarios; existe la necesidad para los países atrasados de alcanzar a los países progresistas, de obtener la técnica, la ciencia, etcétera. Así surgió un tipo combinado de desarrollo: los rasgos más retrasados se acoplan a la última palabra de la técnica y del pensamiento mundial. Finalmente, los países históricamente atrasados, para superar su retraso, se ven a veces obligados a sobrepasar a los demás.

La elasticidad de la conciencia colectiva da la posibilidad de alcanzar en ciertas condiciones en el terreno social, el resultado que en psicología individual se llama “la compensación”. En este sentido, se puede afirmar que la Revolución de Octubre fue para los pueblos de Rusia un medio heroico de superar su propia inferioridad económica y cultural.

Pero pasemos sobre estas generalizaciones histórico-políticas, que quizá sean un poco abstractas, para plantear la misma cuestión bajo una forma más concreta, es decir, a través de los hechos económicos vivos. El retraso de la Rusia del siglo XX se expresa más claramente así: la industria ocupa en el país un lugar mínimo en comparación con la aldea, el proletariado en comparación con el campesinado. De conjunto, esto significa una baja productividad del trabajo nacional. Bastaría decir que en vísperas de la guerra, cuando la Rusia zarista había alcanzado la cumbre de su prosperidad, la renta nacional era de 8 a 10 veces inferior que la de Estados Unidos. Esto expresa numéricamente “la amplitud” del retraso, si es que podemos servirnos de la palabra amplitud en lo que concierne al retraso.

Al mismo tiempo la ley del desarrollo combinado se expresa, a cada paso, en el terreno económico, tanto en los fenómenos simples como en los complejos. Casi sin rutas nacionales, Rusia se vio obligada a construir ferrocarriles. Sin haber pasado por el artesanado europeo y la manufactura, Rusia pasó directamente a la producción mecanizada. Saltar las etapas intermedias, tal es el destino de los países atrasados.

Mientras que la economía campesina permanecía frecuentemente al nivel del siglo XVII, la industria de Rusia, si no es por su capacidad por lo menos por su tipo, se encontraba al nivel de los países avanzados y sobrepasaba a éstos bajo variadas relaciones. Basta decir que las empresas gigantes con más de mil obreros ocupaban en los Estados Uni­dos menos del 18 % del total de los obreros industriales, y por el contrario, en Rusia la proporción era de 41%. Este hecho no concuerda con la concepción trivial del retraso económico de Rusia. Sin embargo, esto no contradice el retraso, sino que lo completa dialécticamente.

La estructura de clase del país entrañaba también el mismo carácter contradictorio. El capital financiero de Europa industrializó la economía rusa a un ritmo acelerado. La burguesía industrial pronto adquiere un carácter de gran capitalismo, enemigo del pueblo. Además, los accionistas extranjeros viven fuera del país. Por el contrario, los obreros eran naturalmente rusos. Una bur­guesía rusa numéricamente débil, que no tenía ninguna raíz nacional, se encontraba de esta forma opuesta a un proletariado relativamente fuerte, con potentes y profundas raíces en el pueblo. Al carácter revolucionario del proletariado contribuyó el hecho de que Rusia, precisamente como país atrasado, obligada a alcanzar los adversarios, no había llegado a elaborar un conservadurismo social o político propio. Como la nación más conservadora de Europa, incluso del mundo entero, el más viejo país capitalista, Inglaterra, me da la razón. Muy bien podría ser considerada Rusia como el país más desprovisto de conservadurismo.

El proletariado ruso, joven, lozano, resuelto, sólo constituía sin embargo una ínfima minoría de la nación. Las reservas de su potencia revolucionaria se encontraban por fuera del proletariado incluso en el campesinado, que vivía en una semiservidumbre, y en las nacionalidades oprimidas.

 

El campesinado

La cuestión agraria constituía la base de la revolución.

La antigua servidumbre estatal-monárquica era doblemente insoportable en las condiciones de la nueva explotación capitalista. La comunidad agraria ocupaba alrededor de 140 millones de deciatinas[6]. A 30.000 grandes terratenientes, poseedores cada uno, término medio, de más de 2.000 deciatinas, les correspondían en total 70 millones de deciatinas, es decir, tanto como a 10 millones de familias campesinas, o 50 millones de seres que forman la población agraria. Esta estadística de la tierra constituía un programa acabado de insurrección campesina.   [1 deciatina equivale a 2,7 acres]

Un noble, Boborkin, escribió en 1917 al chambelán Rodzianko, presidente de la última Duma del Estado: “Soy un terrateniente y no se me ocurre pensar, ni por un momento, que tenga que perder mi tierra, y menos por un fin increíble: para hacer una experiencia socia­lista”. Pero las revoluciones tienen precisamente como tarea llevar adelante lo que no entra en la cabeza de las clases dominantes.

En el otoño de 1917, casi todo el país era un vasto campo de levantamientos campesinos. De 621 distritos de la vieja Rusia, 482, es decir, el 77%, estaban influidos por el movimiento. El resplandor del incendio de la aldea iluminaba la arena de la sublevación en las ciudades. ¡Pero –me podrán objetar– la guerra campesina contra los terratenientes es uno de los elementos clásicos de la revolución burguesa y no de la revolución proletaria! Yo respondo: ¡completamente correcto, así sucedió en el pasado! Pero es que, precisamente, la impotencia de la sociedad capitalista para vivir en un país históricamente atrasado se expresa en el hecho de que la sublevación campesina no impulsa hacia adelante a clases burguesas en Rusia, sino por el contrario, las arroja definitivamente al campo de la reacción. Si el campesino no quería desaparecer, no le quedaba otra cosa que la alianza con el proletariado industrial. Esta ligazón revolucionaria de las dos clases opri­midas fue prevista genialmente por Lenin y la preparó a través de un largo trabajo[7].

Si la cuestión agraria hubiese sido resuelta­ por la burguesía, entonces, seguramente el proletariado no hubiera conquistado el poder de ninguna manera en 1917. Pero ha­biendo llegado demasiado tarde, caída precozmente en decre­pitud, la burguesía rusa, rapaz y traidora, no tuvo la osadía de levantar la mano contra la propiedad feudal. Así, le entregó el poder al proletariado y al mismo tiempo el derecho a disponer del destino de la sociedad burguesa.

Para que el Estado soviético fuera una realidad, era necesaria la acción combinada de dos factores de naturaleza histórica diferente: la guerra campesina, es decir, un movimiento que es característico de la aurora del desarrollo burgués, y la sublevación proletaria, que anuncia el declinar del movimiento burgués. En esto reside el carácter combinado de la Revolución Rusa.

Basta que el oso campesino se levante, afianzado sobre sus patas traseras, para dar a conocer lo terrible de su acometida. Sin embargo, no está en condiciones de dar a su indignación una expresión consciente. Necesita un dirigente. Por primera vez en la historia del mundo, el campesinado insurgente encontró en el proletariado un dirigente leal.

Cuatro millones de obreros de la industria y de los transportes dirigen a 100 millones de campesinos. Tal fue la relación natural e inevitable entre el proletariado y el campesinado en la revolución.

 

La cuestión nacional

La segunda reserva revolucionaria del proletariado estaba constituida por las nacionalidades oprimidas, integradas, asimismo, por campesinos en su mayor parte.

El carácter extensivo del desarrollo del Estado, que se extiende como una mancha de aceite del centro moscovita hasta la periferia está estrechamente ligado al retraso histórico del país. Al este subordina a las poblaciones aún más atrasadas para mejor sofocar, apoyándose en ellas, a las nacionalidades más desarrolladas del oeste. A los 90 millones de gran rusos que constituían la masa principal de la población, se añadían sucesivamente, 90 millones de “alógenos”[8].

Así se constituía el Imperio en la composición en la que la nación dominante sólo estaba integrada por un 43% de la población, en tanto que el otro 57% era una mezcla de nacionalidades, de cultura y de régimen diferentes. La presión nacional era en Rusia incomparablemente más brutal que en los Estados vecinos, y a decir verdad, no sólo de los que estaban del otro lado de la frontera occidental, sino también de la oriental. Esto confería al problema nacional una enorme fuerza explosiva.

La burguesía liberal rusa no quería, ni en la cuestión nacional ni en la cuestión agraria, ir más allá de ciertos atenuantes del régimen de opresión y de violencia. Los gobiernos “demócratas” de Miliukov y de Kerensky, que reflejaban los intereses de la burguesía y de la burocracia gran rusa, se apuraron durante los ocho meses de su existencia precisamente a hacerles comprender a las nacionalida­des descontentas: sólo obtendrán lo que arranquen por la fuerza.

Hacía mucho que Lenin había tomado en consideración la inevitabilidad del desarrollo del movimiento nacional centrífugo. El Partido Bol­chevique luchó obstinadamente durante años por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades, es decir, por el dere­cho a la completa separación estatal. Es sólo gracias a esta valiente posición en la cuestión nacional que el proletariado ruso pudo ganar poco a poco la confianza de las poblaciones oprimidas. El movimiento de liberación nacional, así como el movimiento campesino, se tornaron forzosamente contra la democracia oficial, fortificaron al proletariado, y se lanzaron sobre el lecho de la insurrección de Octubre.

Así se devela poco a poco frente a nosotros el enigma de la insurrección proletaria en un país históricamente atrasado.

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