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El año 1793

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Fuente: Marxist Internet Archive 

por Rosa Luxemburg, 1893

(Extraído de un artículo aparecido en julio de 1893 en la revista polaca Sprwa Robotnicza (La Causa Obrera), editada en París y difundida clandestinamente en Polonia. Rosa Luxemburg era su principal animadora. Este texto, “redactado en ocasión del centenario de 1793”, estuvo inédito en francés hasta que apareció en el periódico L’Humanité del 15 de enero de 2009, gracias al historiador polaco Feliks Tych (Varsovia), que lo autentificó como redactado por Rosa Luxemburg.

¡El año 1793! Cien años han pasado desde los tiempos que los enemigos del pueblo trabajador, los zares, los reyes, la nobleza, los príncipes, los amos de las fábricas y todos los otros ricos (los capitalistas) todavía no pueden rememorar sin experimentar terror. Sus almas tiemblan sólo con oír la expresión: ¡el año 1793!

¿Por qué? Porque en aquellos años el pueblo trabajador de Francia, y especialmente de su capital, París, se desembarazó por primera vez del yugo secular y comenzó a intentar acabar con la explotación e iniciar una vida nueva y libre. (…) [R.L. evoca las primeras etapas de la Revolución francesa]
“¿Yo por qué razón he combatido? ¿por qué he derramado yo mi sangre?” se interroga el pueblo francés a la vista de sus esperanzas traicionadas. ¿Para qué he ofrecido yo mi pecho a las balas de los soldados del rey? ¿Sólo para cambiar un opresor por otro? ¿Para arrancar el poder y los
honores a la nobleza y trasmitirlos a la burguesía?

Y el pueblo de París empezó un nuevo combate. Fue la segunda revolución – la revolución popular -, el 10 de agosto de 1792. Aquel día, el pueblo tomó al asalto el Palacio Real y el Ayuntamiento. La burguesía estaba del lado del rey, quien, dotado de un poder debilitado, defendía sus intereses contra los del pueblo. Lo que no impidió al pueblo expulsarlo del trono. La
burguesía dominaba el Ayuntamiento y las administración municipal con mano firme y quiso dominar al pueblo con su policía y la Guardia Nacional. Lo que no impidió al pueblo el asalto al Ayuntamiento, expulsar de él a la burguesía y coger con sus callosas manos la administración municipal de París. En aquel tiempo, la administración de la Comuna de París era totalmente independiente de la administración del Estado. La Comuna, apoyándose en el pueblo revolucionario victorioso, obligó a la Convención (el nuevo Parlamento nacional), que se reunió en septiembre de 1792 y proclamó inmediatamente la República, a hacer importantes concesiones.

Sin la potencia amenazadora de este pueblo, probablemente la Convención habría hecho pocas cosas más por las masas populares que los parlamentos precedentes. La gran mayoría de los miembros de la Convención eran hostiles a los cambios impuestos por la Revolución del 10 de
agosto. Una parte de la Convención – el partido de la Gironda (así llamado porque sus principales dirigentes provenían de ese departamento) – sostuvo una lucha abierta contra la soberanía de la Comuna revolucionaria de París. Los girondinos, representantes de la media burguesía republicana, eran ardientes partidarios de la República y adversarios encarnizados de toda reforma económica de importancia en provecho del pueblo trabajador. Únicamente la minoría de la Convención, el partido de la Montaña (llamada así porque sus miembros ocupaban los bancos más altos de la sala de la Convención), defendía fielmente la causa del pueblo trabajador.

Mientras los girondinos formaron parte de la Convención, los de la Montaña no pudieron hacer nada prácticamente la mayor parte del tiempo, porque los girondinos tenían evidentemente la mayoría a su favor (…)
[R.L. evoca la caída de los girondinos bajo la presión popular el 31 de mayo y el 2 de junio de 1793]

Examinemos lo que el pueblo trabajador obtuvo en el curso del breve periodo en que ejerció el papel dominante. Los dirigentes del pueblo, igual que los miembros de la administración municipal y los montañeses, deseaban ardientemente la completa liberación económica del pueblo.
Aspiraban sinceramente a la realización de la igualdad formal de todos ante la ley, pero también a una real igualdad económica. Todos sus discursos y todos sus actos estaban basados en una idea: en la república popular no debería haber ricos ni pobres; la república popular, lo que significa el Estado libre construido sobre la soberanía popular, no se podía sostener mucho tiempo si el pueblo, soberano políticamente, se encontraba dependiente de los ricos y dominado económicamente.

Pero ¿cómo realizar la igualdad económica para todos? En nuestra época, los partidos obreros socialdemócratas de todos los países han inscrito en sus estandartes, como objetivo de su lucha, la igualdad económica para todos. Y para realizar este objetivo exigen la abolición de la propiedad
privada de los instrumentos de trabajo; la propiedad de la tierra, de las fábricas, talleres, etc., debe ser transferida al conjunto del pueblo trabajador. El partido de la Montaña buscó resolver este problema de otra manera. Muy pocos entre ellos, y entre los miembros de la Comuna, compartían el punto de vista de la socialdemocracia actual. Solo algunas voces aisladas, que desaparecieron entre la masa de las otras. Esas voces no encontraron ni una sola actitud receptiva entre la parte más progresista del pueblo de París: el proletariado. Por el contrario, ni el proletariado ni los
montañeses pensaron en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Querían realizar la igualdad económica de todos dando una parcela de propiedad a todos los ciudadanos franceses que no poseían nada. En una palabra, ni el proletariado parisiense de entonces ni los montañeses eran socialistas. (…) Era muy distinta la situación hace cien años. En Francia, como en otros Estados, el proletariado representaba apenas una pequeña parte de la masa del pueblo trabajador. El campesinado, que constituye la mayor parte del pueblo francés, estaba satisfecho con lo que había obtenido durante la Revolución. En efecto, como hemos señalado antes, solo los agricultores más ricos podían comprar tierras. La parte más pobre del campesinado francés no deseaba la propiedad colectiva socialista, sino un aumento de su parte de propiedad. Los montañeses tenían, precisamente, la
intención de entregar a los campesinos todas las tierras de la nobleza y del clero que todavía no habían sido vendidas. La distancia entre los montañeses y el socialismo se demuestra por el hecho de que, de acuerdo con los otros miembros de la Convención, éstos últimos repartieron a
algunos campesinos bienes comunales (prados, campos, terrenos sin uso). (…)
Después de todo ello, está claro que los montañeses, a pesar de su buena voluntad, eran incapaces de realizar su deseo ardiente: la igualdad económica de todos. Esta aspiración no era realizable en aquel tiempo. Además, los medios de los que se sirvieron solo tuvieron como efecto
retrasar por un breve periodo el desarrollo de la implantación del capitalismo, es decir, de la mayor desigualdad económica. (…)

Mientras la Montaña tuvo en sus manos la Comuna, tuvo que encontrar la salvación en los medios económicos coercitivos, sobre todo para impedir que el pueblo de París muriera de hambre. Esos medios eran los siguientes: fijación de un precio máximo para el pan y otros productos alimentarios, préstamos obligatorios exigidos a los ricos y, muy especialmente en París, la compra de pan por parte de la Comuna para distribuirlo al pueblo al menor precio posible. Todo esto no eran más que intervenciones pura y simplemente superficiales en la vida económica francesa.

Sólo podía conducir a la pauperización de las personas ricas y no ofrecía más que una ayuda momentánea al pueblo hambriento, nada de nada. Incluso si las intenciones del partido de los montañeses de dar las tierra a los que deseaban trabajarlas se hubieran cumplido, la igualdad económica no se hubiera alcanzado por mucho tiempo. A finales del siglo pasado, Francia ocupaba en el sistema capitalista la misma posición que los otros países de Europa del Oeste. Era necesaria la transformación de los pequeños propietarios en proletarios y la unificación del conjunto de los bienes – incluida la propiedad de la tierra – en manos de unos pocos ricos.
(…) Tras la caída de la Comuna y de la Montaña, el proletariado parisiense, agobiado por el hambre, se sublevó algunas veces más contra la Convención al grito de : “Queremos pan y la Constitución de 1793”. pero solo fueron débiles sobresaltos de una llama revolucionaria en extinción. Las fuerzas del proletariado estaban agotadas.

La conjura organizada en 1796 por el socialista Babeuf contra el gobierno de entonces, con el fin de introducir una constitución socialista, fracasó totalmente. Babeuf había comprendido bien que la igualdad económica no era compatible con la propiedad privada de los medios de producción, a
los que quería socializar. Se equivocaba, no obstante, cuando suponía que se podía aplicar con la simple ayuda de un puñado de conjurados. Babeuf y sus compañeros podían contar con el éxito todavía menos que los montañeses. Sus proyectos socialistas fueron ahogados en el huevo.

(…) La conjura de Babeuf sólo perturbó un instante la calma de la saciada burguesía francesa, que se enriquecía y había olvidado ya los “pavores del año 1793”. Fue ella y no el proletariado quien cosechó todos los frutos de la Revolución francesa. La amplitud de la violencia que laMontaña desplegó contra la nobleza y sus bienes no le sirvió al proletariado, sino a la burguesía.
La mayor parte de los bienes [del clero] requisados – “los bienes nacionales” – fueron comprados y cayeron en manos de la burguesía acomodada. La pauperización del clero y de la nobleza no hizo más que reforzar los poderes económicos, sociales y políticos de la burguesía francesa.
(…) Estos fueron los efectos sociales inmediatos de la Revolución francesa. Actualmente, un siglo más tarde, vemos claramente las consecuencias ulteriores de la Gran Revolución. Instaló ciertamente a la burguesía en su trono, pero el reinado de la burguesía es indisociable del desarrollo del proletariado.

Y es ahora especialmente cuando vemos con nuestros propios ojos hasta qué punto su éxito conquistado sobre la nobleza la dirige a la ruina (…)
El intento demasiado precoz del proletariado francés de enterrar en 1793 a la burguesía recién nacida sólo podía tener un final. Pero después de cien años de reinado, la burguesía se ha debilitado bajo el peso de los años.

Enterrar a esta vieja pecadora es hoy una bagatela para el proletariado desbordante de energía. A finales del siglo pasado, el proletariado – poco numeroso y sin ninguna conciencia de clase – desapareció entre la masa de los pequeñoburgueses. A finales de nuestro siglo, el proletariado se encuentra a la cabeza del conjunto del pueblo trabajador de los
países más importantes y gana a su causa a la masa pequeñoburguesa de las ciudades y, más recientemente, al campesinado.

En la época de la gran Revolución francesa, las mejores personalidades estaban del lado de la burguesía. En nuestros días, las personalidades más nobles salidas de la burguesía (de la “capa intelectual”) se han pasado al lado del proletariado. A finales del siglo pasado, la victoria de la burguesía sobre la nobleza era una necesidad histórica.

Hoy, la victoria del proletariado sobre la burguesía es una necesidad histórica, por la misma razón. Pero la victoria del proletariado significa el triunfo del socialismo, el triunfo de la igualdad y de la libertad de todos. Esta igualdad económica, que era hace un siglo el sueño de unos pocos
idealistas, toma forma hoy en el movimiento obrero y en el movimiento socialdemócrata. La divisa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, solo era, en la época de la gran Revolución francesa, un eslogan de adorno en boca de la burguesía y un débil suspiro en boca del pueblo. Esta consigna es hoy el
grito de guerra amenazante de un ejército de varios millones de trabajadores.

Se aproxima el día en que tomará cuerpo y se convertirá en una realidad.
En el año 1793, el pueblo de París consiguió detentar el poder entre sus manos por un breve espacio de tiempo; pero no fue capaz de utilizar ese poder para liberarse económicamente. En la actualidad, el proletariado de todos los países lleva a cabo, resuelta e incansablemente, un combate a la vez político y económico.

El día en que el proletariado detente el poder político será también el día de su liberación económica.

K.
(Seudónimo de Rosa Luxemburg)

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