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Intervención de parlamentarios revolucionarios en el Congreso Nacional de Chile

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EL PORTEÑO

Publicamos estas intervenciones históricas de dos parlamentarios trotskystas en el Congreso chileno, las del Diputado Emilio Zapata y el Senador Manuel Hidalgo el año 1933. Las transcribimos rigurosamente, teniendo como base las propias actas del Congreso Nacional. En ellos se desarrolla la línea leninista de intervención de los revolucionarios en el parlamento burgués. Estos textos, sirven como referencia para contribuir a una crítica  a la intervención vergonzante de la izquierda chilena en el parlamento en nuestros días. Volver sobre estas intervenciones nos permite observar con nitidez la profundidad del abismo que separa la política revolucionaria de lo que es hoy en día la izquierda del régimen.

 

EP

El Punto de Vista del Partido Comunista

Discurso pronunciado en la sesión de la Cámara de Diputados el 24 de Enero de 1933 por el diputado trotskista Emilio Zapata Díaz.

El Sr. ZAPATA: En otras oportunidades, señor Presidente, no me ha sido posible expresar mis observaciones de acuerdo con la representación que tengo en esta Cámara y voy a aprovechar la oportunidad que se me presenta en estos momentos para manifestarlas

Me he inscrito, señor presidente, para hablar porque deseo en esta reunión de los que aquí están como “representantes del pueblo”, exponer el punto de vista concreto del Partido Comunista.

El Señor VEGA: ¿Qué Partido Comunista?

El Señor ZAPATA: Del que soy miembro activo y parlamentario y por tanto el punto de vista que interesa honda y profundamente a las masas trabajadoras del campo y la industria.

Como representante comunista, como soldado de fila de la revolución proletaria, no tengo ningún interés en legislar para el perfeccionamiento de este régimen de injusticia y explotación; como tal y como obrero revolucionario, soy mandado por mi Partido a combatir este régimen de miseria en la misma institución creada a tapar la expoliación a que se hallan sometidos millones de trabajadores.

En la calle como en la fábrica, en el taller como en el campo, en el local obrero como en este local burgués los comunistas somos soldados de la revolución proletaria.

Los trabajadores, las grandes masas de explotados, los millones e miserables que con su trabajo de esclavos han llenado de riquezas el mundo capitalista y que viven o mueren de las piltrafas constituyen los enterradores del capitalismo, los organizadores de la sociedad socialista que reemplazará a esta sociedad hambrienta.

La Rusia soviética, en un esfuerzo gigantesco ha demostrado la potencia creadora del proletariado y de las masas campesinas. Ha demostrado al proletariado del mundo entero el camino que deben seguir para traer el bienestar al mundo entero.

El socialismo que se construye a pasos agigantados en la Rusia de los soviets se realiza porque el poder político está en manos de los trabajadores y porque toda explotación ha terminado al terminar revolucionariamente el proletariado con la burguesía explotadora. Y ese es el camino que igual que en todas partes mostramos desde aquí a las masas trabajadoras de Chile.

De los enemigos del proletariado no son los peores los que militan en las filas de la burguesía, no es la iglesia con su opio nefasto, no es la oligarquía criolla que estruja y extrae hasta la médula de los campesinos en jornadas de sol a sol; los peores son los que tildándose de partidos obreros no son sino ganchos de la burguesía para pescar las masas trabajadoras y arrastrarlas tras de su carro de reformas y compromisos.

Los peores enemigos de los trabajadores chilenos son los demócratas, son los socialistas de todos los matices, son los llamados partidos izquierdistas, son todos los que usan el lenguaje y de las poses para engañar las masas obreras y envolverlas en su demagogia pequeño burguesa y entregarlas atadas de pies y manos a la explotación del capitalismo nacional e internacional.

El Partido Demócrata que dice luchar por los trabajadores, fue uno de los puntales de la dictadura financiero militar de Ibáñez, fue agente exclusivo entre los trabajadores del ibañismo y de su propaganda y concurrió con todo su apoyo al incremento de las persecuciones, asesinatos, fondeos de los miembros del Partido Comunista y de las organizaciones revolucionarias de masas.

Los partidos socialistas e izquierdistas, flora de terreno húmedo, no son sino un producto de la radicalización de las capas pequeño burguesas y por tanto de u desorientación. Estos partidos que se caracterizan por una serie de matices amarillos no van más allá de declaraciones líricas, de continuadas peroratas demagógicas que vienen a llenar una necesidad de la burguesía por cuanto forman el ala izquierda de ella y unida a ella por fuertes y estrechos lazos indisolubles y que se hacen valer en la primera ocasión poniéndose incondicionalmente al servicio y la defensa de los intereses de la burguesía criolla e imperialista.

Estos son los peores enemigos del proletariado y de las organizaciones revolucionarias de masas y en especial del Partido Comunista al cual tratan de matar por todos los medios.

Los comunistas no hemos podido llegar a plantear nuestra lucha aquí en la forma en que han llegado todos ustedes, porque estamos fuera de la ley, porque estamos fuera de la ley, porque ustedes lo han querido y porque así conviene a vuestros intereses que son los de la burguesía criolla y que son los del imperialismo internacional. Pero de todas maneras estamos aquí dispuestos a desenmascarar a todos los que son efectivamente enemigos del proletariado y de las clases trabajadoras a pesar de sus caretas de revolucionarios de cartel.

El Partido Comunista me envía aquí a cumplir con el papel que he desempeñado en donde he trabajado: a colaborar en el más rápido desenvolvimiento de la revolución proletaria, ayudando a desarrollar la conciencia de clase de los trabajadores. El Parlamento, institución que cumple con un papel, el papel de mistificar a las masas trabajadoras y facilitar la dominación de ellas por las clases gobernantes, se ha “convertido en la forma democrática” de dominación de la burguesía, a la cual le es necesario, en un momento dado de su desarrollo, una ficción de representación popular que expresa en apariencia la “voluntad del pueblo” y no la de las clases, pero que constituye, en realidad, en manos del capital imperante, un instrumento de coacción y opresión.

Y esto que lo decimos como representante del Partido Comunista, lo decimos a las masas trabajadoras, a los miles, cientos de miles de cesantes, hambrientos y miserables que se mueren de hambre, frío y miseria, al proletariado en trabajo, a las masas trabajadoras del campo sometidas al yugo esclavista del inquilinaje y a todos los que viven de la venta de su fuerza de trabajo. Y lo decimos para que comprendan definitivamente que sólo una lucha feroz, organizada y dirigida por el Partido Comunista, puede triunfar de este régimen ignominioso de explotación inmisericorde de millones de trabajadores.

Aquí se pretende engañar al proletariado y al campesinado legislando y encubriendo, retardando y adormeciendo el movimiento liberador de las grandes masas explotadas. Aquí se pretende digo, hacer creer que hay posibilidad de alimento, de ropa, de techo y de trabajo, dentro del marco del capitalismo explotador, dentro de este sistema putrefacto, en descomposición y que quiere hundirse exterminando al máximo de proletarios, el máximo de campesinos, el máximo de pequeños productores: quiere en resumen, morir matando.

Los trescientos mil cesantes que llenan este país con sus clamores pidiendo pan, tienen que convencerse, tienen que de una vez por todas que de este sistema, del capitalismo, de la burguesía y oligarquía explotadoras, no pueden esperar sino balas y metralla; que su hambre se terminará en la masacres que se preparan hora a hora, día a día, en las clases explotadoras y dirigentes.

No podemos sino gritar aquí, en plena institución burguesa, el sentir, el derecho de las grandes masas del campo y la industria, a imponer sus reivindicaciones económicas y políticas; no podemos sino convertir a esta tribuna que ha sido creada para adormecer a los trabajadores, en una tribuna revolucionaria que sirva para impulsar la revolución proletaria que dará al traste con todo este régimen afianzado en la explotación feroz de millones de hombres, mujeres y niños.

Se ha convocado extraordinariamente al Parlamento para que estudie la Liquidación de la Cosach, en primer punto. Estamos convencidos, porque conocemos el régimen que combatimos que la liquidación de esa funesta compañía y a la cual dieron su entusiasta apoyo gran parte de los señores que dicen haber venido a defender los intereses de los trabajadores, no es sino el preámbulo de la constitución de una nueva Cosach con distinto nombre y a base del capital del imperialismo inglés o del imperialismo francés.

La miseria no se disminuirá un ápice porque pasemos de un dueño a otro o porque aquí se tomen medidas de socorro o de limosnas o porque se aprueben con el mismo voto entusiasta con que acordaron la Cosach y todas la iniquidades que se han cometido y se cometen a diario; medidas de emergencia para solucionar la cesantía, nada de eso disminuirá en nada la miseria y el hambre crónica de las masas trabajadoras y esto por la sencilla razón de que queda incólume el sistema, el régimen entero con todas sus posiciones intocadas, con sus inmensas reservas de artículos de primera necesidad acaparadas por unos cuantos privilegiados a quienes las leyes amparan y protegen y porque el poder político sigue en manos de los explotadores, en manos de la burguesía en estrecha alianza con la oligarquía, con la iglesia y con el imperialismo internacional.

Solamente la revolución proletaria triunfante, con la implantación de la Dictadura del Proletariado y con la destrucción hasta en sus raíces de toda explotación se podrá construir una sociedad en la que todos sean productores y en la que por tanto el que produce come, en reemplazo de esta sociedad en la que come hasta hartarse el que nunca ha trabajado pero que siempre ha explotado el trabajo de otros… (Risas)

El señor ZAPATA: Merecen a Sus Señorías las expresiones de este loco, tal vez porque de locos se ha tratado a los comunistas, a los únicos hombres del Partido Comunista que estuvieron en desacuerdo profundo con la creación de la Cosach, que fue aprobada por los diversos partidos políticos, que tienen representación en esta Cámara y que se manifestaron sumisos y serviles.

Pretenden Sus Señorías reírse de este modesto proletario que ha llegado a tener un asiento en la Cámara en legítima representación de los trabajadores, quienes lo eligieron por sus espontánea voluntad. Porque yo no he ido a emborrachar a los trabajadores para obtener su voto; yo no he ido a violentar la conciencia de los trabajadores para conquistar un sillón en esta Cámara; he llegado legítimamente a ocupar un asiento en esta Cámara en virtud de la majestad de la voluntad del pueblo.

Y cuando en este Parlamento se mistifica con leyes que se dicen van en beneficio de los trabajadores, yo levanto mi voz y hago estas declaraciones.

Ayer Sus Señorías dictaron una ley que rebaja el veinte por ciento del valor de los arriendos de las casas. Esta ley es una continuidad de una ley dictada por el Parlamento elegido por la Dictadura de Ibáñez y debo declarar que los beneficios de esta ley jamás los ha recibido el pueblo. De este modo se mistifica al pueblo y por lo tanto tengo razón en decir que con leyes se está mistificando a la opinión pública que ustedes dicen representar, cuando no son representantes del pueblo.

Discurso pronunciado en la sesión del Senado el 24 de Febrero de 1933 por el senador trotskista

Manuel Hidalgo P.


El Señor GUTIÉRREZ (Presidente): En la hora de los incidentes, tiene la palabra el honorable señor Hidalgo.

El Señor HIDALGO: Durante el curso de lo que aquí se ha dado llamar el debate doctrinario, he sido aludido en varias ocasiones, y a veces en una forma que no corresponde con la verdad de los hechos; tal, por ejemplo, en el caso en que el honorable señor Gumucio, al referirse a los últimos incidentes ocurridos en el país, decía: “Y me propongo exclusivamente examinar la posición que toman los demócratas ante el asalto que, contra la República y la sociedad, están dando, en todo terreno, el comunismo ruso del Señor Lafferte, el comunismo criollo del señor Hidalgo, el napismo del señor Matte y todos los auxiliares del desquiciamiento general”. Señor Presidente: Yo creía que el honorable señor Gumucio, al hacer referencia al desquiciamiento general del país, quería aludir a la funesta organización de la entidad denominada la TEA, al concurso incondicional que prestó la prensa capitalista al primer asalto de los militares al poder público y al clamoroso aplauso que esa acción tributó el mismo honorable señor Gumucio en las páginas de “El Diario Ilustrado”. Sin embargo, Su Señoría, se refirió únicamente al comunismo criollo del Senador Hidalgo, al comunismo ruso del Señor Lafferte y, por último, al napismo.

En atención a que en más de una ocasión he sido aludido en ésta y en la otra cámara en una forma que no corresponde a la realidad, voy a rectificar los hechos diciendo algunas palabras sobre mi propia actuación, antes de entrar a la materia principal de mis observaciones.

Todos los honorables Senadores saben y, por lo menos, el país no lo ignora, que durante la férrea y brutal dictadura de Ibáñez el Senador comunista que habla mantuvo incólume sus principios, y que si alguien no supo ceder ante la insolencia brutal de este dictador, fue el que habla. Sin ningún propósito de vanagloria, puedo afirmar que este Senador comunista fue el único obstáculo que encontró en su camino ese dictador que dominó durante una época que constituirá una vergüenza en la historia de Chile. Sin embargo, se olvidan muy a menudo los hechos en nuestro país, para caer en nuevos errores, pasando enseguida a otros sucesos de que se culpa a otros dictadores que no tienen de tales sino el nombre.

Voy a hablar ahora a nombre del Partido Comunista.

Alguien ha aludido en la otra cámara a la representación que invisto. He creído necesario ocuparme de ello para terminar con lo malentendidos. Nunca he dejado de pertenecer y representar al Partido Comunista. En los tiempos de la represión ibañista, cuyos ribetes adornan el civilismo de hoy, fui la cabeza visible del Partido y conocí canallescas persecuciones y más de una deportación. Divididas hoy las filas del partido de clase del proletariado chileno, actúo y hablo a nombre de la fracción revolucionaria que cree en la extensión internacional de la lucha emancipadora, en la dictadura proletaria y en el ocaso del capitalismo. Y si supe mantener mis principios comunistas bajo la feroz dictadura militar, en que no se vio a ninguno de los gritones de hoy, con mayor razón los sabré mantener bajo la dictadura encubierta y constitucional que se avecina, pero en momentos en que la agonía del capitalismo nos señala claramente la ruta revolucionaria.

Ahora, como siempre, es a los trabajadores a quienes me dirijo, desde esta tribuna burguesa que un día barreremos junto con la burguesía. No porque un hecho sea doloroso podemos nosotros, los marxistas, desentendernos de él. Y el hecho es que las filas de la Internacional Comunista se han escindido en todo el mundo desde que en sus esferas oficiales se olvidó la revolución mundial por la defensa de la Unión Soviética. De un lado permanecieron los revolucionarios internacionalistas de siempre que, como Trotsky, no han temido seguir una lucha acendrada en la vida toda, contra la burguesía y todos sus adláteres. Del otro bando los estridentistas y gritones atentos más al lirismo revolucionario que a los intereses de las grandes masas obreras. De un lado, pues, están los partidarios del “socialismo en un solo país”, los que en todo el mundo han guiado a las masas de derrota en derrota, los que oponen a la dictadura del proletariado la fórmula ambigua, e indigerible de “gobierno de obreros, campesinos, soldados, marineros e indios…”; del otro los que llevaron a los trabajadores rusos a derrocar la autocracia zarista bajo la guía de Lenin y Trotsky, los que luchamos por la revolución internacional, por la dictadura del proletariado, contra el confusionismo que pretende entronizarse en las propias filas del comunismo.

En todo el mundo, las filas comunistas se han dividido. Ante cada partido oficial se ha puesto: la Izquierda Comunista, el Partido Comunista de Oposición. Y téngase en cuenta que en la Izquierda no están los que gritan más, sino los que luchan mejor. La posición del Partido Comunista (al) que represento ha sido idéntica a la de la oposición en todas partes, y en el Congreso de marzo adheriremos a ella. Si hay en el mundo una burocracia estaliniana que traiciona los principios de la Internacional Comunista, también hay auténticas fracciones bolcheviques que restituirán a la Internacional Comunista su efectividad revolucionaria.

(Aplausos- El presidente amenaza despejar tribunas y galerías si ellos se repiten)

Ahora que el mundo capitalista se debate en la crisis más honda e insubsanable, ahora que en Alemania sólo falta una dirección atinada que encienda la mecha revolucionaria, ahora que en China se va afianzando paso a paso la revolución proletaria, ahora que en la España convulsionada se presienten las claras demostraciones de la pronta emancipación obrera, ahora que en nuestro país son demasiado evidentes los estertores de la burguesía, lucharemos con más energía que nunca para barrer con la burguesía y con los comediantes de la revolución.

No he sido yo el primero en traer al Parlamento, a la faz de la burguesía, cuestiones de orden interno del Partido Comunista. Pero en estos momentos no es a la burguesía a la cual me dirijo, sino a los trabajadores que necesitan saberlo. Hemos decidido terminar con las contemplaciones que aún guardábamos al laffertismo. De ahora en adelante los excluiremos como lo que son, escoria revolucionaria, desperdicios del régimen capitalista en descomposición. Trotsky ha puesto una cátedra de intransigencia y en esa cátedra se generó la Revolución de Octubre. Algún día también en nuestra intransigencia se generará el Octubre chileno.

Exponiendo el honorable señor Matte los fundamentos que tuvo la revolución del 4 de Junio, que por lo demás, de tal no tuvo sino el nombre, decía ciertas palabras cuyo propósito yo no sabría como calificar, pues no se comprende si se quiere desfigurar el socialismo o escarnecerlo. Son las que siguen:

“Desgraciadamente, en el momento de la acción hubimos de marchar unidos a elementos que no tenían esos mismos propósitos y que, bajo fórmulas socialistas que jamás han entendido ni menos amado ocultaban su sed de mando y predominio. Fue necesario vencer nuestra porfiada resistencia; pero hicimos ese gran sacrificio en la convicción de que había llegado la hora de asestar un golpe”.

Y agregaba más adelante: “La Compañía que, muy a nuestro pesar, nos impusieron las circunstancias fue, desde el primer momento, serio obstáculo a nuestros propósitos, y nuestra acción constructiva se veía paralizada con desgraciada frecuencia por las iniciativas dictatoriales y reaccionarias que a cada paso se nos oponían”.

Yo me pregunto, si esta era la situación del honorable señor Matte dentro de la Junta Revolucionaria, si ésta era la composición de los que fueron al asalto de la Moneda, ¿cómo se explica, entonces, que los directores de la revolución se dirigieran al pueblo, a los obreros, diciéndoles que el movimiento se hacía a favor de la case asalariada?.

En efecto, más adelante agrega: “Así se procedió de inmediato a suspender los lanzamientos de los arrendatarios modestos morosos, considerando que la miseria general era la causante de la mora y que el lanzamiento agudizaba un mal social, sin mejorar tampoco la situación del proletariado”.

“Se destinó una suma prudencial a devolver a los trabajadores sus herramientas y prendas de vestir, en atención a que se trataba de un pequeño sacrificio que el Estado bien podía hacer para aliviar la desesperación de los necesitados”.

“Se domicilió en algunas casas desocupadas a cesantes en especial mujeres y niños, que paseaban su miseria y hasta su desnudez por las cales y plazas de día y de noche. La propiedad desempeñó así realmente una función social en momentos críticos para la Nación”.

Creo que este programa revolucionario socialista lo habría podido realizar el Partido Conservador que dice practicar el concepto de la caridad cristiana; pero llamar a esto socialismo por medios combativos es estar engañando de buena fe o no saber lo que se dice.

Cuando se produjo la toma del poder por el grupo revolucionario, el Partido Comunista, a quienes los revolucionarios quisieron halagar con este socialismo, propuso las consignas que debía propiciar la revolución para triunfar. Eran ideas radicales que descansaban en la doctrina pura y que no estaban sujetas a las influencias que más tarde hemos podido ver en los continuos asaltos al poder en que los unos han desplazado a los otros.

El Partido Comunista propuso las siguientes consignas para ir a la Moneda y afianzar la revolución obrera:

“La Junta Revolucionaria debe formar a los trabajadores reconociendo sus comités y entregándoles armas para formar la Guardia Revolucionaria”.

“La Junta Revolucionaria debe proceder de inmediato al desarme efectivo de las guardias blancas, cívicas y bomberos”.

“Formación de comités obreros y campesinos, de obreros de fábricas, minas, salitreras, transportes, etc. Y su reconocimiento para el control de la producción por los trabajadores y su reparto”.

“Entrega del control de las fuerzas a las clases, lo que se ejecutará por medio de asambleas de soldados y marineros”.

“Entrega de las municipalidades a los trabajadores y municipalización de las viviendas con el control de los cesantes sobre su alimentación y aprovisionamiento”. “Socialización de los medios de producción, expropiándolos sin indemnización y entrega de la tierra a quienes la trabajan”.

“Destrucción de la industria bancaria y creación del Banco del Estado”

Estas simples consignas, el solo armamento de las clases proletarias, su organización como elementos directivos de la producción hubieran afianzado y hecho posible el éxito de la revolución que se propiciaba. Pero, desgraciadamente los elementos que formaban esa Junta no eran capaces de realizar ese programa. ¡La pequeñoburguesía jamás podrá realizar la revolución social para derrocar el actual régimen de capitalismo y hacer imperar el socialismo!

Históricamente se demuestra que sólo el proletariado es capaz de realizar esta conquista revolucionaria; y lo hará encabezando él solo las fuerzas.

Esta es la causa del fracaso de la llamada revolución socialista, y no, como decía el honorable señor Matte, que parte de los elementos que formaban en el grupo revolucionario, en el momento decisivo, se pasaran al bando contrario, defeccionando lastimosamente.

La causa fue que los propios y genuinos elementos revolucionarios no tenían ningún concepto acerca de lo que es una auténtica revolución socialista. Esto fue lo que trajo el caos y el desastre de la revolución.

Así es que, sin temor a equivocarnos los elementos marxistas podemos decir que la revolución llamada socialista nació muerta; que fue un conato de asalto al poder como cualquier otro, pero que del socialismo no tenía ni la careta.

El honorable señor Lira Infante, al analizar el discurso en que el honorable señor Matte expusiera las ideas que respecto al programa de Gobierno tiene la Nueva Acción Pública y al referirse a la revolución que el señor Matte había encabezado, decía en un párrafo: “…en medio de estas opuestas actitudes cayó fulminada la Junta por obra de otro cuartelazo, bajo la aplastante acusación del General Moreno que la denunció como culpable de haber “conducido al país por los tortuosos caminos del comunismo”.

Me parece, señor Presidente, que nadie tiene derecho a traer el testimonio del General Moreno para inflingirle un insulto gratuito al comunismo al citar palabras de ese militar, de quien todos sabemos que en vísperas de traicionar a su compañero de armas, el señor Grove, iba a su casa a pedir misericordia para que lo mantuviera en su puesto de General.

La actitud del comunismo en esa ocasión, como siempre, fue absolutamente franca: no entramos en esa revolución llamada socialista porque repito no tenía de tal sino la careta.

Y agregaba Su Señoría, con una presencia de ánimo verdaderamente admirable, el siguiente párrafo, que es uno de los más descollantes de su discurso:

“La historia patria no había conocido jamás tamaño desconocimiento de la soberanía popular. Arrogándose una representación que nadie le había conferido y que sólo el electorado pudo otorgarle”.

Señor Presidente: la persona menos autorizada para hacer esta declaración es, precisamente , el honorable señor Lira, que recibió del tirano Ibáñez un mandato de Diputado, sin que previamente se hubiera consultado al electorado nacional; pues, como se sabe, en la Termas de Chillán, designó quiénes debían venir al Senado y a la Cámara de Diputados. Se sabe también que una de las causas principales de la caída del señor Montero, a quién Su Señoría defendió con tanto calor, fue creer que un Presidente constitucional no podía disolver un Congreso ilegalmente elegido.

El señor LIRA: ¿Me permite el honorable señor Hidalgo una interrupción, ya que tan directamente ha aludido a mi actuación política?

El señor HIDALGO: Con el mayor agrado, señor Senador.

El señor LIRA: Posiblemente cometí un error al ingresar al Congreso de 1930; pero tengo la satisfacción de recordarle a Su Señoría, que no ingresé a él para secundar en forma alguna la dictadura del General Ibáñez; al contrario, toda mi actuación dentro de la Cámara a que pertenecí fue de resistencia a sus actos arbitrarios y Su Señoría no puede olvidar que más de una vez nos encontramos luchando juntos, Su Señoría y el que habla, en la Comisión Mixta de presupuestos, en contra de abusos de ese gobierno (Aplausos).

Al hacer a Su Señoría esta aclaración lo he hecho con el propósito de que se establezca la verdad toda entera, no a medias.

Agradezco a Su Señoría la deferencia que ha gastado conmigo al permitirle hacerle esta interrupción.

El señor HIDALGO: Sólo he querido referirme al párrafo del discurso de Su Señoría que he leído, en que manifiesta que es imposible aceptar un mandato popular sin que ele electorado sea previamente consultado. Todos los demás argumentos del honorable senador, inteligentes como todos los de Su Señoría, no son sino atenuantes del delito cometido. (Aplausos).

Por otra parte, no es que crea en esto del mandato popular, porque, a mi juicio, nunca ha existido en nuestro país, ya que, como muy bien lo decía el honorable señor Matte en una sesión anterior, las consultas al electorado no constituyen sino una de las tantas comedias con que se burla la voluntad de los trabajadores para generarse el poder de la burguesía..

Entre las “interesantes” observaciones que formuló el honorable señor Cox, sobre la revolución encabezada por la NAP y su programa, Su Señoría dijo lo siguiente: “Régimen individualista había en Chile 35 o 40 años atrás, cuando el concepto de Estado era el de simple instrumento central del orden público: “Dejar hacer, dejar pasar” ¿Es acaso el lema político y social de nuestro país? ¿Es acaso el lema del Partido Conservador?.

El señor COX: Permítame decirle, señor Senador, que esa última frase no fue pronunciada por mí, estaba en el original de mi discurso pero la suprimí después. Tal vez no la borré completamente y por error fue impresa.

El señor HIDALGO: Yo tengo que aceptar lo que se publica en el Boletín de Sesiones. Por otra parte, señor Senador, tomo esto como un simple antecedente.

El señor COX: Repito que esa fue una frase que no la dije en la sala, de manera que no se puede tomar en cuenta ahora.

El señor HIDALGO: A continuación de lo que he citado viene lo siguiente, puesto en boca de Su Señoría: “¿No hay leyes sociales en Chile? ¿No hay jornada de ocho horas, de contrato de trabajo, ley de seguro obligatorio, leyes de jubilación, ley de empleados particulares, impuestos de cesantía, leyes de desahucio y todas las leyes que protegen el trabajo contra los abusos del individualismo? ¿Por qué se sigue llamando individualista a nuestro régimen?”. Yo digo, señor Presidente, que se sigue llamando individualista al régimen que impera en este país, porque en él se observa y está legalmente establecido el derecho de propiedad; porque los elementos de cambio y producción están en manos de unos pocos privilegiados; porque, como lo demostró ayer no más el honorable señor Azócar, sin que nadie pudiera contradecirle, la mayor parte de las tierras cultivables de Chile están en poder de un grupo reducido de personas; porque las famosas leyes enumeradas por el señor Senador no constituyen sino otras tantas burlas y paliativos para la clase obrera.

La jornada de ocho horas, ¿qué significado tiene para el trabajador? Que el obrero trabaja el tiempo que el patrón quiere, sin parar mientes en los mandatos de esa ley, como los vemos en los campos en que el obrero trabaja de sol a sol, en medio de una espantosa miseria. ¿Qué significa el contrato de trabajo? Solamente el imperio de la voluntad omnipotente del patrón. ¿Qué significa la ley de seguro obligatorio? ¡Más valdría no hablar de esto! Si hay estafas en Chile contra las clases trabajadoras, ésta es la más grande de todas.

La inmensa cantidad de millones que se extraen al escaso salario del obrero, recogidos en forma que constituye uno de los tantos abusos del régimen capitalista, mediante el sistema de seguro obrero, no tiene razón de ser, pues no habiendo una población mayor de ochocientos mil hombres que trabajan en condiciones de obreros en este país, aparecen más de dos millones de libretas de seguro. ¿Por qué es esto? Sencillamente, porque en cada oportunidad en que el trabajador va de un sitio a otro cambia de libreta y así, un mismo obrero puede tener varias, de manera que las cuentas que los obreros tienen en la caja de Seguro Obrero, no corresponden exactamente al número de trabajadores existentes en el país y los fondos correspondientes los pierden. De esa manera, la ilusión que tiene el infeliz obrero de alcanzar una jubilación, es otro de los tantos engaños cometidos en la ley.

De manera que las observaciones hechas por el señor Senador, en orden a que los obreros deben estar satisfechos con el sistema capitalista actual, no es sino otra forma de explotación que ellos tienen que sufrir.

Pero hay otra afirmación de Su Señoría que es de lo más interesante. Dice el señor Senador, respecto a las doctrinas sociales, hablando de Cristo. “Las doctrinas sociales de Él, que vino a levantar a los humildes, a redimir a los desamparados y a predicar la hermandad entre los hombres, las han robado y desfigurado las escuelas socialistas, substituyendo la fraternidad por el odio, borrando el nombre de Cristo del corazón de las masas, que exigen el beneficio de su doctrina, sin rendirle su gratitud”.

Por eso detestan la palabra caridad, la cual a pesar de sus protestas, seguirá siendo el gran vocablo en la vida de la sociedad humana”.

Me imagino que estas palabras son íntegramente del señor Senador y que no corresponden a los señores redactores de sesiones.

Decir que las doctrinas socialistas han robado y desfigurado las doctrinas de Cristo, me parece que fuera una frase de Diógenes, no de Diógenes Laercio, el autor de “Una vida de Sócrates”, sino del Diógenes del barril, a quien sus contemporáneos llamaron “cínico” en el concepto filosófico de la palabra; porque si alguien ha combatido en el hecho al ilustre agitador ebonita, es precisamente, es precisamente Su Señoría y los que comparten sus ideas. Cristo que perteneció a una secta de los ebonitas, enemigos del derecho de propiedad y que mantenían todo en común, ha expuesto claramente en sus discursos su doctrina respecto a los ricos. Así, en el sermón de la montaña dijo: “Es más fácil que pase el camello por el ojo de una aguja, que un rico se salve”. Como se ve, no era muy halagadora para los ricos esta sentencia. Y cuando se acerca el discípulo rico y le pregunta qué debe hacer para seguirlo, le contesta: “Abandona vuestras riquezas, porque es sabido que ellas son el fruto del trabajo de los pobres”.

Y como si esto fuera poco, encontramos en todos los padres de la iglesia, llamados apologéticos, los que estuvieron cerca de él, estas condenaciones rotundas y terminantes, sin atenuaciones, en contra de los ricos: San Basilio ha escrito que “El rico es un ladrón”; Se Jerónimo ha dicho “La opulencia es siempre producto de un robo cometido por el propietario actual o sus antepasados” (y esto es una evidencia incuestionable). Por su parte, San Amborosio ha manifestado: “La naturaleza ha establecido la comunidad y la propiedad privada la usurpación”; San Clemente, añade: “En buena justicia, todo debería pertenecer a todos y que la iniquidad ha hecho la propiedad privada”. Y, como si esto fuera poco, San Juan Crisóstomo, en fin, exclama: “¡El rico es un bandido! Sería mejor que todos los bienes fuesen comunes”. No me referiré al sermón de Bousset que se refiere a la dignidad de los pobres en la iglesia, porque esto no tiene importancia para el honorable Senado.

El señor AZÓCAR: Conste que estas frases no son de los izquierdistas.

El señor GUMUCIO: Son del señor Neut-Latour, que ha escrito el discurso que está pronunciando el señor Hidalgo.

El señor HIDALGO: ¡No admito insolencias al honorable señor Gumucio!

El señor GUMUCIO: ¡Tiene que admitirlas Su Señoría!

El señor HIDALGO: ¡Nunca las he soportado a nadie! Jamás he necsitado que otra persona me escriba los discursos; ni al señor Neut-Latour que, en todo caso, es mi compañero. ¡Si Su Señoría necesita buscar inspiración en el Arzobispo para hablar, yo no la necesito!

Decía que desde hace trescientos años ha sido una preocupación constante de los que siguen la doctrina del cristianismo falsear el derecho de propiedad, y la iglesia católica ha elevado este derecho dándole carácter divino; pero es curioso observar que, mientras el catolicismo acepta el derecho divino para la propiedad y el capitalismo, la iglesia rusa lo castiga y lo declara pecado mortal.

En consecuencia, se puede colegir de los antecedentes que he leído que no es la escuela socialista, ni menos Marx, los que hayan podido en manera alguna falsear las doctrinas de Cristo. Lo que en realidad hay es que entre el predicador ebonita y el socialista alemán existe de común el concepto radical de negar el derecho de propiedad.

Entraré ahora a considerar desde el punto de vista de mis ideas qué es régimen capitalista.

Se ha hablado, y se sostiene que dentro del régimen capitalista se goza de las mayores garantías, de las más amplias libertades, y una serie de cantinelas con que se halaga al proletariado, pero en verdad, la primera característica del régimen capitalista es la esclavitud económica a que está sometida la inmensa cantidad de proletarios que se encuentran sometidos a la brutal ley del asalariado. El régimen capitalista somete a las multitudes obreras a la esclavitud moderna de los salarios.

Frente a este sistema de organización económica, Marx decía “La única libertad posible que hay para el hombre es la económica, todas las demás son subsidiarias o consecuenciales de ésta”.

En realidad, esto es lo que ocurre. ¿Qué sucede entre nosotros con las famosas leyes? El régimen capitalista establece la igualdad ante la ley. ¿Qué es esta famosa igualdad para los trabajadores establecida en la portada de la constitución Política? Un simple engaño. Aquí no existe igualdad política ni civil para los proletarios; sólo hay esclavitud para los obreros, servidumbre incondicional al régimen capitalista por un miserable salario.

Se establece la libertad de prensa y esto significa para los obreros únicamente la persecución cuando delatan o señalan las corrupciones que existen y los latrocinios realizados por la clase capitalista, se procede a señalarlos como subversivos, mientras que la llamada “gran prensa” puesta al servicio de los consorcios extranjeros al servicio del capitalismo imperialista mundial, al que naturalmente está subordinado nuestro país, pues el régimen capitalista cuenta con toda clase de garantías, ya que es una organización hecha para defender las finalidades para las cuales ha sido creada.

La libertad de reunión, se dice, está garantizada plenamente por la Constitución, una de cuyas disposiciones dice que las personas pueden reunirse sin aviso previo y sin armas. Pues bien ¿Qué es lo que ocurre hoy día en este orden de cosas? Cada vez que las clases trabajadoras quieren celebrar una reunión pública tienen que pedir permiso a la respectiva autoridad administrativa, y esta puede darles este permiso o negárselo y generalmente es esto último lo que ocurre. En esto consiste el famoso derecho de reunión, que es otra de las ilusiones consagradas como principios constitucionales.

La libertad de palabra, se dice también, es otra de las libertades de que goza el pueblo chileno. Esta es otra de las fantasías musicales que consultan las disposiciones constitucionales de Chile. Desde el momento en que se prohíben las reuniones, desde el momento en que los obreros no son dueños de reunirse libremente ni aún dentro de sus propios locales sociales, la libertad de palabra no pasa de ser una de las tantas falacias que se encuentran en la Carta Fundamental y cuyo ejercicio acarrea la acción violenta del estado capitalista.

Llegamos a la otra libertad garantida por la Constitución política: la libertad electoral. Con esta libertad se engaña también a los trabajadores, proclamando el triunfo de las ideas de democracia en el país. Entretanto, ¿qué es la libertad electoral? Sencillamente una mascarada aún careciendo las mujeres de derecho a voto. Nadie ignora que no es raro oír en el campo, donde los electores son simples instrumentos de la voluntad de sus patrones, que el candidato tal cuenta con los votos de los inquilinos de don Fulano o don Zutano. Para quien quiera que tenga sentido común ¿puede constituir el sistema electoral vigente en Chile una manifestación efectiva de libertad electoral?.

El derecho de sufragio libre es sólo un privilegio de las clases capitalistas, que lo tienen a su servicio para asegurar la supervivencia del régimen actual. La libertad electoral es una ficción que da apariencias de legalidad a los que obtienen un puesto en la representación nacional. ¿podrá el régimen capitalista decir a los trabajadores este es un régimen democrático? Podrá decirlo, pero ese será otro engaño más para los asalariados, que nunca creerán en la llamada democracia burguesa.

Esta es la realidad de las cosas. Los capitalistas tienen fundos, tienen fábricas, tienen dinero y tienen a su disposición los tribunales de justicia y por satisfacer un capricho no vacilan en obligar a sus empleados a votar por el candidato de sus afecciones.

En consecuencia, la base sobre la descansa la generación de los poderes públicos no la constituye un derecho libremente ejercido por los trabajadores, sino que esa generación se encuentra subordinada a la voluntad de los patrones, de los capitalistas. Y por esto la generación de los poderes públicos mediante el derecho electoral es, como decía un honorable senador, una ficción, una mentira, con que se engaña a las masas.

Así se explica que, siendo los obreros la inmensa mayoría de la población electoral, sólo llegue al Congreso un reducido número de genuinos representantes de ellos. Esto se debe a que las elecciones no corresponden sino a una determinante del régimen capitalista, cuyos dirigentes se hacen elegir por las fuerzas electorales de que disponen en sus fundos, fábricas, etc. Hay, pues, que llegar a la conclusión de que por medio de la elección según el sistema democrático, la clase trabajadora no llegará jamás a conquistar su independencia económica, la que sólo alcanzará por medio de una revolución estableciendo la dictadura del proletariado.

Se dice que la lucha de clases no debiera existir en este país, que esto constituye una monstruosidad y que es inexplicable que la acepten y propicien los elementos obreros. Si examinamos la historia de este país, que por cierto no es muy larga, que no ofrece muchos vericuetos, como que no se remonta sino a 300 o 400 años, podemos llegar a conclusiones ciertas en esta materia. Así, por ejemplo, tratándose del derecho de propiedad, ¿cuál es la primera institución de derecho público que se conoce en este país? Está representada por el régimen de encomienda, es decir por el robo y el engaño. Al llegar a Chile los conquistadores españoles, se repartieron entre ellos las tierras, confiando a cada dueño de encomienda la misión trascendental y casi sobrehumana de enseñar a los indios la doctrina cristiana, mientras se le sometía a la más inicua esclavitud y se le explotaba brutalmente. Esta es la génesis del derecho de propiedad en este país: el asalto y sometimiento del débil por el fuerte mediante la violencia y el engaño y haciendo creer a los indígenas que debían desentenderse de los negocios de este mundo y resignarse a su triste situación mediante la esperanza de una dicha ultraterrena. Pero los que eso enseñaban al indígena no se preocupaban sino de acrecentar sus encomiendas y de disfrutar de los goces de la vida.

Y vemos que el régimen de encomienda existe todavía en Chile. Mientras los partidos burgueses se reparten las prebendas de la administración pública, al proletariado se le adoctrina en la civilidad, la constitucionalidad y otras engañifas y se le predica que se conforme a morirse de hambre y de miseria.

Este sistema continuó en el curso de la vida de la República, sin variación alguna; por el contrario, después de la batalla de Chacabuco, con motivo de la enorme hambruna que azotaba el país se había extendido el robo en forma desmedida. Para poner coto a este estado de cosas, dicen los historiadores, se reunió el Senado consulto y adoptó una resolución se castigaba el robo con penas corporales, y al efecto, se dispuso que al que se sorprendiera en delito in fraganti de robo, se le aplicaran cien azotes, pero si era una persona decente debía aplicársele ese castigo en privado. Se establecía así un privilegio a favor de la clase dominante, mientras que a los infelices se les azotaba en la plaza pública.

Si seguimos examinando las diversas Constituciones que ha tenido este país y llegamos a la del 33, veremos que Huneeus dice en sus Comentarios que dicha Constitución, no sólo negó a las clases humildes uno de sus más elementales derechos, sino que también las afrentó privando a los sirvientes domésticos del derecho a voto. Y esto lo hicieron los fundadores de la República cuando estaban más entusiasmados con los sentimientos de fraternidad que nacieron en ellos durante las luchas por la independencia política que acababan de librar. Pero es que para ello primaban por sobre todo, los intereses de clase y sabían defender el concepto clasista en todas las circunstancias de la vida.

Vino después el Código Civil -y al ocuparme de este punto se dirá que el compañero Neut-Latour me ha dado también a conocer estos antecedentes- que establecía que, en los casos de juicios entre sirvientes domésticos y patrones, constituía plena prueba la declaración del patrón. No es raro entonces, habiéndose consagrado en la Constitución y en las leyes civiles este original sistema de igualdad ante la ley que los conservadores se atrevan a decir que no es posible hablar de lucha de clases de este país…

Así como los revolucionarios del 4 de Agosto no estrangularon a la nobleza de Francia para darle a ese país una organización igual a la hasta entonces existía, sino para crear un estado que estuviera de acuerdo con las finalidades que perseguía la burguesía francesa, así también en los tiempos actuales la clase obrera, para solucionar el problema social y económico en que se debate no podrá menos que estrangular por su parte el régimen capitalista actual, a fin de darle a la sociedad una organización justa.

Porque ¿qué ha significado en realidad para los trabajadores el advenimiento de la República? Nada, puesto que aún sigue prevaleciendo el mismo régimen de esclavitud anterior a ese régimen. En los campos los trabajadores no tienen hoy una situación mejor que la que tenía la gleba en la Edad Media. En las faenas agrícolas, no sólo se pagan salarios miserables, sino que aún se paga en especie, cosa que está estrictamente prohibida en la ley, que jamás se ha cumplido en este país. ¿Por qué? Porque los campesinos son rotos, mientras sus dominadores son poderosos terratenientes.

No se nos venga entonces a hablar de igualdad ante la ley, no se nos venga a decir que vivimos en un paraíso y que sólo circunstancias desgraciadas han producido esta desigualdad horrible en que vivimos.

Frente a este problema de la desigualdad económica, aparece el régimen capitalista agudizándolo con proyecciones siniestras mediante el maquinismo. No es que los comunistas estemos contra el progreso y queramos que las máquinas desaparezcan, sino que queremos que las máquinas y los elementos de producción vuelvan a manos de la sociedad, pues se comprende que nadie podría pretender que se volviera al primitivo sistema de producción muscular.

El maquinismo es un problema grave y sin solución propia dentro del régimen capitalista y la clase obrera, empujada por la fuerza de los acontecimientos lo va a llevar a su total solución, poniendo la máquina al servicio de la sociedad. El maquinismo es el que ha creado la desocupación de setenta millones de hombres en el mundo capitalista. La lucha por la conquista de mercados se ha agudizado de tal manera que los industriales se ven en la necesidad de producir rápida, extensa y profusamente para desplazar a los demás concurrentes. El maquinismo, perfeccionado hasta lo infinito, mediante el taylorismo y la racionalización que hoy domina la industria, va creando un problema que no tendrá solución mientras persista el régimen de la máquina en poder de unos cuantos. El maquinismo ha creado en la clase obrera de muchos países y especialmente en Estados Unidos, por obra de la extrema subdivisión capitalista del trabajo que predomina en ese país, un grave mal que esta ya alarmando a los hombres de ciencia norteamericanos: me refiero a la neurastenia y la locura que son un resultante del sistema actual de producción, porque un hombre que pasa las ocho horas de la jornada de trabajo dedicado exclusivamente a una misma labor, está muy propenso a volverse loco.

En efecto, es fácil imaginarse el cansancio que producirá a un obrero el hecho de estar ocho horas diarias entregado a un solo trabajo, como por ejemplo el de colocar una etiqueta o un tornillo en la máquina que se está fabricando, lo que viene a ser algo así como obligarlo a mirar una cinta que pasa ante sus ojos, sin poder distraerse un solo instante.

Además el perfeccionamiento de la máquina ha llegado a tal grado de progreso que por mucho que se reduzca su empleo, no se logrará proporcionar trabajo a la inmensa multitud de desocupados que pasan años sin conseguir trabajo. La paralización de la industria salitrera, por ejemplo, ha dejado sin elemento de vida de ninguna especie a más de cien mil hombres que vagan a lo largo del territorio de la República, y si las oficinas vuelven a funcionar con el sistema Schanks, esos hombres obtendrán la colocación que necesitan, pero eso no sucederá porque la garra del imperialismo no va a simplificar la industria para dar de comer a los obreros cesantes chilenos, pues se comprende que no se ha interesado por la industria para hacer obras de misericordia y caridad, sino únicamente porque le interesan las utilidades que en ella puede obtener.

Así, hemos podido observar, que después de la guerra europea se estuvo por parte del régimen capitalista que para salir de esta situación de desequilibrio, producida por esta catástrofe que ha precipitado al mundo a su descomposición, era indispensable producir más, incrementar la producción, con lo que el mundo iba a salvarse y a restañarse las heridas causadas por aquel conflicto. Entretanto, terminada la guerra, se renovaba con igual violencia que antes la lucha por la conquista de mercado y las fábricas se han confederado e incrementado su producción de tal manera que la producción excede al consumo y se produce así la paradoja siniestra de que el mundo capitalista se muere de hambre por exceso de producción. ¿Cómo concebir o explicarse que mientras los almacenes están pletóricos de mercaderías y el trigo se quema o arroja a los canales, las multitudes de hambrientos deliran por un mendrugo de pan y el mundo capitalista fallezca de inanición? No es que esto obedezca a una razón de mayor o menor producción, sino a que el régimen capitalista debe inevitablemente desaparecer, como único medio de poder salvar a la humanidad del desastre que se avecina. Cuando se produjo exceso de producción, se alegó otro argumento para satisfacer a las multitudes hambrientas: se les dijo que la situación en que se encontraban no se debía a un exceso de producción, sino porque no había oro y que los países ricos viven porque poseen grandes existencias de este metal. Sin embargo, como ningún país escapa a la ley del progreso, luego apareció el mismo fenómeno en los Estados Unidos y después en Francia.

Estados Unidos, que tiene empozadas las cuatro quintas partes del oro del mundo, que ha desplazado a Inglaterra como potencia financiera, puesto que el centro económico del mundo ha pasado de Londres a Nueva Cork, a pesar de poseer la inmensa cantidad de oro que tiene, cuenta con doce millones de hambrientos. Y así hemos podido ver que ese país, que pagaba a los obreros jornales que no alcanzaban los obreros en otros países capitalistas, hoy día no paga al trabajador otro jornal diario que un pedazo de pan y esto cuando el obrero obtiene trabajo.

La verdad es que no es un problema de falta de producción el que ha creado ese estado de cosas en el país que posee la moneda más cara del orbe y que tiene las cuattro quintas partes del oro del mundo, así como es cierto también que no es un problema de mayor o menor existencia de oro, sino que es un problema propio del régimen capitalista, régimen que ha hecho crisis porque correspondió a otra época de la historia y porque es absolutamente imposible desentenderse de él y resolverlo a pesar de los enormes esfuerzos hechos en las convenciones y conferencias que han celebrado los banqueros, los alquimistas de las finanzas, los genios que andan buscando la piedra filosofal para tratar de salvar con ella al régimen capitalista. Sin embargo, las realidades son escuetas y no permiten dudar que ante esta situación, todo el mundo capitalista se descompone, y así podemos afirmar que sólo se está luchando, desesperadamente por el predominio para monopolizar la explotación del mundo. Y frente a ese consorcio del capitalismo, aparece en primer término la miseria y el sufrimiento de los países semi-coloniales como Chile, entregando todas sus fuentes de riqueza a aquellos consorcios de capitalistas que lo explotan para aprovecharse de los elementos que no encuentran ya en sus territorios. El imperialismo es la última fase del capitalismo, así lo dijo Lenin; también lo dijo Spengler, que, por supuesto, no es comunista, con estas palabras: “El imperialismo es la última forma que alcanza una cultura y su civilización”.

Y ya que hablo de estas descomposiciones que se observan en este régimen decidida decadencia, quiero referirme, de paso, a una declaración que hizo el honorable señor Álamos en esta Cámara al hablar, en días pasados, sobre el último complot que se dice ha sido descubierto en Santiago en el cual estarían comprometidos los napistas, los provistas y los comunistas, y agrega el honorable senador que estos cuartelazos no obedecen al desenfrenado apetito de repartirse las prebendas del estado.

Y yo me pregunto ¿acaso estos cuartelazos son únicamente producto de esta voracidad? No, son también producto de los llamados gobiernos constitucionales. El señor senador no podrá olvidar que durante el gobierno de Montero, que era entonces presidente constitucional de Chile, cuya presencia en el poder garantizaba el cumplimiento de todas las leyes y el ejercicio de todos los derechos, -a pesar de los asesinatos inicuos que entonces se cometieron en contra de la clase obrera y que hasta hoy permanecen sin sanción- los apetitos de esta naturaleza eran tan desenfrenados como lo han sido durante los regímenes de dictadura, cualesquiera que ellos sean. Esto lo sabe el señor Senador, que denunciaba a los comunistas como complotados para derrocar gobiernos, mucho mejor que el que habla y sabe hasta qué punto lograron satisfacer estos apetitos en tiempos de Montero.

Constantemente se nos acusa a los comunistas como responsables de los asaltos al poder ocurridos en este país, yo puedo afirmar que no hemos tenido parte en uno solo de los descalabros que ha sufrido el régimen capitalista porque si alguna vez la hubiéramos tenido, ese régimen estaría definitivamente liquidado. Nosotros no tenemos el propósito de detentar el poder por el poder, sino de tomarlo en nombre de la clase obrera, para transformar por completo el régimen en que vivimos, es decir, para implantar el socialismo, sin desfiguraciones ni cobardías.

Decir que el comunismo ha producido trastornos en nuestro país, es atropellar la verdad histórica. En Chile, sobre todo en los últimos tiempos, los trastornos que han ocurrido no se los debemos sino a la propia clase capitalista, que ha organizado estos sucesivos asaltos al poder.

¿No se formó hace años por algunos famosos civilistas una organización denominada “Tea”, cuyos miembros iban a las propias filas del ejército para buscar elementos para derrocar al señor Alessandri? ¡Sí, señor Presidente! Y la prensa de este país, “El Diario Ilustrado” inclusive, proclamó como salvadores de Chile a los que lograron derribar al gobierno de Alessandri. ¿Fue o no fue la clase capitalista, pregunto yo, la que con este fin se dedicó a buscar prosélitos en los cuarteles del ejército?

Y no sólo esto. En las campañas electorales de este país, llegó a hacerse cuestión política a cerca de la persona que debía desempeñar el Ministerio de Guerra a fin de poder contar con el Ejército para ganar las elecciones. Y recuerdo que en una ocasión, en el año 1920 fueron las mismas clases capitalistas las que llegaron hasta fraguar una supuesta guerra con Perú para poder de esta manera movilizar las tropas del Ejército hacia la frontera con aquel país a fin de impedir que hubiera elecciones presidenciales y el señor Alessandri no llegara a asumir la Presidencia de la República.

Se ha llegado a emplear el Ejército contra las clases trabajadoras cuando protestaban de la explotación inicua que sufrían de parte de los industriales salitreros. Cuando los obreros se declaraban en huelga para conseguir que se les mejoraran los salarios y las clases capitalistas no tuvieron empacho ni reparo al poner el Ejército, que ellas mismas declaraban que representaban el honor de la República, al servicio de los capitalistas salitreros a fin de romper las huelgas.

Si continuáramos examinando quiénes fueron los que empujaron por segunda vez al Ejército en contra del presidente Alessandri, veremos que no fueron las clases trabajadoras los que tal hicieron. Tampoco fueron miembros de las clases trabajadoras los que redactaron las insolentes cartas en las cuales el coronel Ibáñez invitaba al señor Alessandri a retirarse de la Moneda, a fin de asumir él la Presidencia de la República. No fueron tampoco las clases trabajadoras las que lanzaron la candidatura del mismo coronel Ibáñez para Presidente de la República ni las que decían a quién quería aírloque él era el único que podía salvar al país.

¿No se recuerda acaso que Ibáñez invitó a todos los partidos políticos a proclamar su candidatura a la Presidencia de la República, y que fue el Partido Comunista el único que rechazó todo consorcio con el coronel Ibáñez? ¿Y se olvida acaso que el dictador encontró su mejor aliado para el logro de su ambición de llegar a la Moneda en las propias clases capitalistas?

Ibáñez hizo todo lo que pudo por aplastar por medio del Ejército las aspiraciones de las clases trabajadoras, por extirpar el comunismo y acabar con las huelgas, haciéndose parecer a sí mismo como salvador de Chile. Parecía creer que un tiranuelo puede ser capaz de destruir una idea.

Cuando el Ejército creyó que podía a él actuar por sí mismo, en lugar de ser dirigido por los sectores de la burguesía, ésta se apresuró a decirle: No, hasta aquí no más marcharemos unidos, ahora lo disolveremos o crearemos una nueva organización armada para defendernos. Y así, hemos visto que fuera de toda legalidad, se ha organizado una fuerza armada como Guardia Blanca, cuyo sólo espectro significa futuras masacres de las grandes masas proletarias.

Yo me pregunto: si se reunieran cuatro o cinco obreros y se armaran para defenderse de las asechanzas que a diario sufren ¿no se apresuraría la clase capitalista a decir que se había establecido el Soviet en el país, que se había instaurado la dictadura del proletariado, por el sólo hecho de haberse encontrado a unos cuantos hombres armados con algunas pistolas sin mango, se diría que esa actitud tenía todos los caracteres de un motín contra la República?

Así, hemos podido ver hace poco que se redujo a prisión a un grupo de infelices por el supuesto delito de querer complotar contra el régimen establecido. Si en este país hubiera justicia social y se respetara a los humildes habría que poner inmediatamente en libertad a esa pobre gente por la sencilla razón de que esos proletarios disfrazados de militares no tienen la culpa de que se les haya enseñado que la disciplina militar es un mito, que el asalto al poder es perdonado solamente cuando se tiene éxito. Yo estoy cierto que si mañana un grupo cualquiera de asaltantes del poder triunfa en sus pretensiones, por ese solo hecho queda sin sanción de ninguna especia. Ya lo hemos visto en todos los casos de esta naturaleza que han ocurrido en el país. Desde luego tal sucedió en la insurrección de la marinería. ¿Quiénes fueron condenados a presidio por aquella sublevación? Los infelices marineros y suboficiales que tomaron parte en aquel acto. Y la verdad es que no puede pasar otra cosa dentro del régimen capitalista.

¿Quiénes eran los culpables del amotinamiento de la marinería? ¿Eran acaso los marineros, los suboficiales? No, por cierto, era la oficialidad que no deseaba que se rebajaran los sueldo. Y para demostración palpable de la irritante injusticia con que se procede en estas materias en el régimen en que vivimos, los mismos complotados, los que empujaron a la marinería a la sublevación, hicieron después las veces de jueces y de verdugos de ellos mismos.

¡Esto es lo que se llama igualdad en el lenguaje y en los hechos del capitalismo!

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