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Europa: Populismo de derechas y polarización

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Sascha Staničić

Portavoz nacional de la Organización Socialista Solidaridad (Sol – CIT en Alemania).

(Imagen: El presidente populista de derechas de Argentina, Javier Milei – Foto: Wikimedia Commons)

El fenómeno del populismo de derechas no es nuevo en la mayoría de los países, pero hay muchos indicios de que ha alcanzado un nuevo nivel. No sólo porque en las encuestas de opinión y en las elecciones la cuota de votos de los partidos populistas de derechas ha crecido significativamente, sino también porque se han apoderado, de una forma u otra, de las palancas de gobierno a nivel regional o incluso nacional en más países. El 16 de septiembre de 2023, la revista financiera británica The Economist publicó un artículo titulado La derecha dura se acerca al poder en toda Europa.

Sin embargo, no se trata de una evolución unidireccional. En Polonia, el gobierno populista de derechas PiS perdió las elecciones parlamentarias el año pasado, el ultraderechista Jair Bolsonaro no fue reelegido como presidente de Brasil, y el presidente indio Narendra Modi también perdió su mayoría absoluta en las elecciones generales indias a principios de este año. En Francia, en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias de julio, aunque la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen aumentó sus escaños de 89 a 126, no obtuvo la victoria que esperaba, quedando relegada al tercer puesto.

Pero en Hungría, Italia y ahora también Holanda, los partidos populistas de derechas forman los gobiernos o tienen una posición fuerte en ellos. En otros países participan directa o indirectamente en los gobiernos: en Suecia, Suiza y Finlandia a nivel nacional, y en Austria y España a nivel regional.

Las elecciones europeas de 2024 fueron un éxito para los partidos populistas de derechas y de extrema derecha en muchos países. En conjunto, consiguieron aumentar su cuota de escaños en el Parlamento Europeo de una quinta parte a aproximadamente una cuarta parte. Encabezaron las encuestas en Italia, Hungría, Francia y Austria, donde por primera vez existe la amenaza de una coalición FPÖ-ÖVP (partido conservador) con un canciller del FPÖ tras las elecciones generales de otoño. En Alemania, Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo un 15,9% a pesar de los grandes escándalos sobre sus dos principales candidatos, a los que incluso tuvieron que retirar de la campaña electoral.

En el este de Alemania, la AfD es la fuerza más fuerte, y no es imposible que tras las elecciones regionales de septiembre sólo se mantenga fuera de los escaños gubernamentales en algunos estados federales mediante coaliciones (casi) de todos los partidos. En España, no solo el partido de extrema derecha Vox aumentó su porcentaje de votos (hasta el 9,6%), sino que también el recién fundado partido populista de derechas SALF obtuvo el 4,6% y tres escaños. Elliniki Lysi (Solución Griega) duplicó sus votos hasta el 9,2% en Grecia, y por primera vez avanzaron las fuerzas de extrema derecha en Chipre y Portugal. En Polonia, el partido populista de derechas PiS perdió casi diez puntos porcentuales, pero Konfederacja, que se sitúa aún más a la derecha, ganó un 7,5%.

Así pues, se ha producido un giro a la derecha en el Parlamento Europeo. Pero, una vez más, no se trata de una situación uniforme. En particular, en el norte de Europa las fuerzas populistas de derechas no tuvieron tanto éxito y los partidos de izquierdas avanzaron. Por ejemplo, en Finlandia, el partido populista de derechas Verdaderos Finlandeses perdió un 6,2 % (terminando con un 7,6 % de los votos), mientras que el partido de izquierdas Vasemmistolitto aumentó sus votos un 10,5 % (hasta el 17,3 %). También en Suecia, el Partido de Izquierda obtuvo un creíble 10,9% (+4,4%), mientras que los Demócratas Suecos, de extrema derecha, perdieron un 2,2% (terminando con un 13,2%).

En otros países, las fuerzas de izquierda ganaron votos. El Partido Comunista de Grecia (KKE) casi duplicó su porcentaje de votos, hasta el 9,3%, y en Bélgica el ex Partido de los Trabajadores Maoístas de Bélgica (PTB/PvdA) obtuvo el 10,7%. En Francia, La France Insoumise (LFI) de Jean-Luc Mélenchon obtuvo el 9,9%, atrayendo a un millón de votantes más que en 2019. Notablemente, aquellos partidos de izquierda que no lograron avanzar, o retrocedieron, tienen un historial de participación en el gobierno y adaptación al establishment capitalista – Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español, Die Linke (el Partido de Izquierda) en Alemania.

Esto es un reflejo de lo que el resultado de las elecciones europeas representa en general: un alejamiento de los votantes de lo que consideran el establishment político, ya sea votando a partidos populistas de derechas o de izquierdas que son vistos como anti-establishment, o no participando en las elecciones en absoluto. La participación electoral fue del 51%: la mitad de la población no se molestó en participar en la farsa de elegir un parlamento impotente.

¿Qué es el populismo de derechas?

Algunos de estos partidos populistas de derechas existen desde hace mucho tiempo, incluso con representación parlamentaria, pero se han reforzado en los últimos años. En otros países son un fenómeno relativamente nuevo. Es el caso de Alemania, donde la AfD no se fundó hasta 2013. Del mismo modo, Vox y la agrupación SALF (Se les Acabó La Fiesta) son fenómenos nuevos en España, al igual que Chega! (Basta!) en Portugal.  

Estos partidos tienen características diferentes, lo que se refleja en el hecho de que hayan formado distintas alianzas y facciones en el Parlamento Europeo. En junio de este año, los líderes de los populistas de derechas de Austria, Hungría y la República Checa formaron una nueva coalición llamada Patriotas por Europa. Justo antes de las elecciones al euro, la AfD alemana fue expulsada de la facción parlamentaria populista de derechas por la Rassemblement National (RN) francesa y los Hermanos de Italia (FdI) italianos, que aspiran a una imagen más «respetable».

Sin embargo, todos ellos reflejan un fenómeno específico que se ha desarrollado en las últimas décadas desde el colapso de los Estados estalinistas en la antigua Unión Soviética y Europa del Este a partir de 1989: la aparición de partidos entre los tradicionales partidos burgueses conservadores (o liberales) y los partidos que tenían sus raíces en partidos fascistas del pasado.

La derecha populista puede ser nacionalista, racista y autoritaria, pero no defiende -como los fascistas- la destrucción total del movimiento obrero y la abolición de todos los derechos democráticos y el régimen dictatorial (véase el artículo de la serie Introducción al Marxismo ¿Qué es el fascismo?, en el número 278 de Socialism Today, junio de 2024). No tienen alas armadas, no llevan a cabo ataques terroristas, ni basan su estrategia en movilizaciones de masas y una batalla «por las calles». Dicho esto, existe una zona gris y hay conexiones entre la derecha populista y las fuerzas neofascistas en algunos países.

Las fuerzas populistas de derechas defienden el sistema capitalista, e incluso pueden tener políticas económicas neoliberales, pero se presentan como «a favor del pueblo» y «en contra de las élites». Con ello intentan difuminar las líneas de clase en la sociedad, algo útil para los capitalistas, pero al mismo tiempo son un factor constante de inestabilidad desde el punto de vista de la clase capitalista dominante. Ésta preferiría, en la medida de lo posible, apoyarse en los partidos burgueses tradicionales, pero debido a la crisis internacional del capitalismo, éstos se encuentran en profunda crisis en muchos países.

Sin embargo, sería erróneo deducir de estos acontecimientos una tendencia derechista general en la sociedad o dentro de la clase obrera. 2023 fue un año de recrudecimiento de las huelgas y de las luchas obreras y esto continúa -a menor escala- en 2024. En 2023 hubo grandes oleadas de huelgas en Gran Bretaña, Francia y Alemania, pero también importantes huelgas y protestas obreras en otros países como Austria, Noruega, Bélgica y Croacia. También hace menos de dos años que la mayoría en Berlín votó en referéndum a favor de la expropiación de las inmobiliarias; en España hubo protestas masivas por una mejor sanidad, y Grecia ha vivido su mayor huelga general desde la crisis del euro hace diez años.

También hemos visto movilizaciones masivas contra la derecha populista en Alemania, con millones de personas saliendo a la calle en los primeros meses del año y, a finales de junio, 50.000 marchando contra el congreso del partido de la AfD en la ciudad de Essen. También se produjeron grandes manifestaciones en Austria, mientras que en Francia estallaron manifestaciones masivas tras el éxito del RN en las elecciones al euro.

Por desgracia, en la mayoría de los casos estas luchas encuentran poca expresión a nivel político. Sin embargo, dan testimonio de que nos encontramos ante una polarización social en lugar de un giro a la derecha – una polarización que, sin embargo, no es asumida por la izquierda política en la mayoría de los países europeos y utilizada para reforzar su propia posición. Esta incapacidad y crisis de la izquierda es una de las principales razones del fortalecimiento de las fuerzas populistas de derechas y la razón decisiva por la que todavía no se ha frenado el ascenso de la derecha.

Agudización de las crisis

El punto de inflexión histórico marcado por el colapso del estalinismo (es decir, las economías planificadas no capitalistas organizadas burocráticamente en la Unión Soviética, la RDA de Alemania Oriental y otros Estados) en 1989-1991, y la restauración de las relaciones capitalistas en estos Estados, también inició o aceleró una convulsión de las relaciones políticas a escala internacional. En muchos países de Europa, los partidos socialdemócratas y comunistas se transformaron de partidos obrero-burgueses en partidos totalmente procapitalistas y se convirtieron en pioneros de los ataques neoliberales contra la clase obrera. La clase obrera quedó políticamente desarmada frente a una aguda ofensiva burguesa contra las conquistas que había obtenido en el pasado, al no contar ya ni siquiera con una fuerza reformista que representara parcialmente sus intereses.

Esta ofensiva, acompañada de la continuación de las crisis económicas y sociales, socavó la estabilidad social y la adhesión de amplios sectores de la población a las fuerzas políticas tradicionales. Surgió un espacio político que los partidos populistas de derechas pudieron llenar parcialmente. Al mismo tiempo, una parte cada vez mayor de la clase trabajadora, especialmente la más empobrecida, dio la espalda por completo al sistema político y la tasa de no votantes aumentó de unas elecciones a otras.

Sin partidos de izquierda de masas que ofrezcan una solución política alternativa a la catastrófica crisis de las infraestructuras y los servicios públicos, la inmigración puede desencadenar temores sociales sobre la oferta de vivienda, la situación de la educación y la sanidad, el cuidado de los niños, etc., alimentados también por las políticas antiinmigración de los partidos del establishment que intentan ganar votos a la derecha populista.

Recientemente, el debate sobre las medidas de protección del clima también ha sido explotado por la derecha populista. Si los que están en el poder se salen con la suya, la transición a un «capitalismo verde» la pagarán las masas trabajadoras. Este fue el mensaje de la llamada ley de calefacción en Alemania, propuesta por el gobierno de coalición SPD/Verdes/FPD, desencadenando una profunda inseguridad en gran parte de la clase trabajadora y las clases medias. En esta situación, los populistas de derechas pueden encontrar oídos abiertos con su negación o minimización de los peligros del cambio climático. En los Países Bajos, el BBB (Movimiento Campesino-Ciudadano) ha experimentado un rápido ascenso debido a que las medidas de protección del clima del Gobierno han sido a costa de los agricultores.

En algunos países, la guerra de Ucrania es también un factor que los populistas de derechas pueden explotar. El creciente malestar por el incesante apoyo militar al gobierno de Volodymyr Zelensky, mientras se recorta el gasto público en servicios, ofrece a los populistas de derechas de algunos países la oportunidad de presentarse como una fuerza antibelicista y dar al eslogan «esta no es nuestra guerra» un contenido nacionalista. Además, las fuerzas populistas de derechas han recurrido cada vez más a la propaganda antifeminista y anti-LGBTQ+. Al hacerlo, pueden explotar el sentimiento entre sectores de la clase trabajadora de que las fuerzas liberales y de izquierda se preocupan más por el lenguaje políticamente correcto que por sus necesidades acuciantes.

Todas estas cuestiones pueden ser explotadas por la derecha porque la izquierda y el movimiento obrero no han formulado una posición de clase fuerte, convincente y unificada al respecto, y no han logrado movilizarse en torno a los intereses comunes de los trabajadores independientemente de su nacionalidad, afiliación religiosa, género, orientación sexual, etc. Las posiciones políticas identitarias de algunos sectores de la izquierda refuerzan la percepción de que la atención se centra en lo que nos divide y no en lo que nos es común a todos. No obstante, se producen luchas comunes: en las rondas de negociación colectiva de los sindicatos, en las luchas de los inquilinos, etc. Pero no encuentran una generalización política a través de un partido de izquierda que pueda hacer valer los intereses políticos comunes de la clase. Esto es lo que ocurre actualmente en mayor o menor medida en la mayoría de los países europeos.

Participación gubernamental

También existe una clara tendencia a que los partidos populistas de derechas formen parte de gobiernos procapitalistas. El llamado «cortafuegos» de los partidos burgueses tradicionales (conservadores o liberales) contra la cooperación con los populistas de derechas se está desmoronando en un país tras otro. Esto es una expresión de la inestabilidad y la pérdida de su propia base. Al mismo tiempo, los propios partidos burgueses están intentando evitar la pérdida de votantes hacia la derecha con contenidos y retórica populista de derechas.

Este proceso está más avanzado con los republicanos en EEUU que, con el ala en torno a Donald Trump, albergan ellos mismos la fuerza populista de derechas más poderosa del país. Esto también se ha visto con los conservadores británicos que, cuando estaban en el gobierno, utilizaron cada vez más la retórica populista de derecha, especialmente con la campaña «detener los barcos» contra los refugiados.

Algunos sectores de la burguesía no ven otra alternativa que incluir a los partidos populistas de derechas en las coaliciones de gobierno y esperan frenarlos con ello. Es cierto que estos partidos no pueden simplemente aplicar todos sus programas en el gobierno. Al mismo tiempo, la participación en el gobierno no los transforma necesariamente en partidos burgueses «normales», y siguen siendo una fuente de inestabilidad e imprevisibilidad desde el punto de vista de los capitalistas. El FPÖ austriaco es el mejor ejemplo de ello.

Sin embargo, la participación populista de derechas en el gobierno demuestra que estar en el gobierno no significa estar en el poder. La jefa de gobierno italiana y posfascista Giorgia Meloni tuvo que aceptar recientemente mayores cifras de inmigración porque era necesario para el mercado laboral desde el punto de vista de los capitalistas italianos. También tuvo que adaptar su actitud hacia la UE a la de las partes dominantes de la burguesía italiana; y sus socios de coalición, tradicionalmente prorrusos, no pudieron impedir que Italia siguiera apoyando a Ucrania.

Al mismo tiempo, sin embargo, el gobierno de Meloni ha sido responsable de ataques contra los refugiados y los derechos LGBTQ+ y tiene planes para hacer girar al Estado italiano en una dirección más autoritaria, algo que todas las fuerzas populistas de derechas en el gobierno han intentado hacer, sobre todo el PiS en Polonia, consiguiendo el control de los medios de comunicación estatales y del sistema judicial.

Sin embargo, está claro que tener populistas de derechas en el gobierno no significa una forma cualitativamente diferente de gobierno capitalista como ocurre con el fascismo o las dictaduras. Y no hay que olvidar que son los gobiernos capitalistas de todos los colores -socialdemócratas, conservadores, verdes, liberales- los que gobiernan de forma cada vez más autoritaria, reprimiendo los derechos democráticos, limitando la libertad de expresión, junto a recortes sociales y políticas antiobreras.

Incluso es posible que bajo la presión de su electorado, los partidos populistas de derechas en el gobierno puedan implementar algunas reformas sociales o revertir ataques de gobiernos anteriores -como hizo el PiS en Polonia con respecto al salario mínimo, y anunció el líder de RN, Jordan Bardella, con respecto a la reforma de las pensiones de Macron-.

Fracaso de la izquierda

La situación que siguió a la llamada Gran Recesión de 2008-09 demostró que las alternativas de izquierda creíbles pueden debilitar a la derecha populista. En ese momento, viejos o nuevos partidos y corrientes de izquierda se fortalecieron en muchos países: Syriza en Grecia, Podemos en España, el Partido de los Trabajadores de Bélgica, los proyectos de Mélenchon en Francia, el ala de Corbyn en el Partido Laborista, Bernie Sanders en Estados Unidos. Incluso el Partido de Izquierda en Alemania tuvo sus mejores resultados electorales en ese periodo. Hubo varios estudios que indicaban que Bernie Sanders habría ganado unas elecciones presidenciales contra Trump en 2016. El Partido Laborista de Jeremy Corbyn, con un programa reformista, obtuvo más de un millón de votos de antiguos votantes del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), populista de derechas, en las elecciones generales de 2017, y consiguió la mayor cantidad de votos para los laboristas en décadas.

Pero de un modo u otro, los partidos y líderes de izquierdas han fracasado en los últimos años a la hora de satisfacer las necesidades de la clase trabajadora y la clase media. Es el caso más evidente de Syriza y Podemos, cuyas políticas gubernamentales defraudaron todas las esperanzas puestas en ellos, perdiendo gran parte de sus votantes y su apoyo activo. En el caso del Estado español, esto ha abierto el camino para el ascenso del partido populista de derechas Vox y ahora SALF.

Lo mismo puede decirse del Partido de Izquierda en Alemania, que cada vez se ve más como una parte de izquierdas del establishment y no como una oposición antiestablishment. La participación del Partido de la Izquierda en el gobierno de varios estados federales y municipios, y su incapacidad para distanciarse claramente de los partidos procapitalistas en el poder tanto en la pandemia de Covid como en Ucrania, ha aumentado esta percepción.

El declive del Partido de Izquierda provocó la escisión de Sahra Wagenknecht y sus partidarios, que formaron la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) como nuevo partido en enero de este año. BSW se autodenomina «conservador de izquierdas», combinando elementos del populismo de izquierdas y de derechas. Sahra Wagenknecht toma prestada la retórica de la AfD con respecto a la inmigración en un intento de ganarse a los votantes de la AfD. Aunque el BSW obtuvo un creíble 6,2% en las elecciones europeas, la mayoría de sus votantes eran antiguos no votantes o simpatizantes del Partido de Izquierda o del SPD, y sólo un número relativamente pequeño procedía de la AfD. Esto podría cambiar, pero también es un testimonio de la regla de que la gente prefiere votar al original que a la copia.

Adaptarse al populismo de derechas en materia de migración no conducirá a que el populismo de derechas retroceda en la sociedad. Esto requiere una alternativa fuerte genuinamente de izquierdas y socialista, un partido obrero de masas con un programa socialista que pueda unir a los trabajadores de todas las nacionalidades, religiones y orígenes étnicos en torno a un enfoque de lucha de clases para defender sus intereses.

Por desgracia, la contraestrategia contra las fuerzas populistas de derechas y de extrema derecha que tiende a dominar en la izquierda -la formación de «alianzas amplias» con partidos procapitalistas, cuyo único consenso es un rechazo moral de la derecha populista- acaba alimentando la idea de que la derecha populista es la única alternativa al «establishment».

Una contraestrategia eficaz contra la derecha populista debe ser una estrategia proactiva para una alternativa real en interés de la clase trabajadora y de los socialmente desfavorecidos. Construir tal estrategia requiere mantener una independencia política total de los partidos procapitalistas y no verlos como aliados sino como oponentes. Requiere no sólo atacar a los populistas de derechas como racistas y nacionalistas, sino también desenmascarar sus políticas antiobreras y dejar claro que no son mejores que los partidos burgueses establecidos. Sobre todo, la construcción de esa alternativa requerirá que las fuerzas de izquierda que quieran crearla estén activas en los sindicatos y en las luchas obreras, en los movimientos de inquilinos, en los barrios y en los movimientos sociales, tanto para fortalecerlos como para llevar a ellos la idea de una alternativa socialista.

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