Inicio Historia y Teoría DE LLUÍS MARTÍ BIELSA: «LA DERROTA DEL GOLPE MILITAR FASCISTA EN BARCELONA

DE LLUÍS MARTÍ BIELSA: «LA DERROTA DEL GOLPE MILITAR FASCISTA EN BARCELONA

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EL PORTEÑO


La situación en el país había empeorado día tras día. El Gobierno de derechas había dedicado su mandato a recortar todos los adelantos conseguidos con el advenimiento de la República en 1931. Tanto era así que en julio de 1935 dio marcha atrás en lo que había sido la principal reivindicación de los campesinos españoles, presentando un proyecto de revisión de la Ley de Reforma Agraria del 9 de septiembre de 1932, proyecto al que el mismo José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange, puso objeciones alegando que, si se aplicaba, se tardaría al menos 160 años en poder hacer la reforma agraria en nuestro país; como también pasó con el proyecto de ley para restablecer la pena de muerte, presentado por el Gobierno radical de Alejandro Lerroux en vista de la creciente desestabilización social, que adjudicaba las causas a la jurisdicción militar. A todo esto debemos añadir las manifestaciones de Calvo Sotelo, el líder de la derecha más recalcitrante, que se descolgó diciendo que el mejor régimen era la dictadura.

Esto tuvo una gran repercusión entre las izquierdas, que entendieron que solo con una fuerte unidad, yendo unidos en las próximas elecciones, podrían poner freno a la derecha recalcitrante. Así pues, vio la luz el Frente Popular.

La unión de la izquierda preocupó en gran manera a la derecha radical que gobernaba España. Esta preocupación estaba más que justificada en vista del resultado de las elecciones del 16 de febrero de 1936, con el triunfo clamoroso de aquella coalición de las izquierdas que suponía, como era de esperar, al retorno de la continuidad republicana y la puesta en libertad de los presos políticos, entre los que se encontraban compañeros y todos los consejeros del gobierno de Cataluña, que desde el penal del Puerto de Santa María volverían al palacio de la Generalitat, en la plaza de San Jaime, para continuar con su tarea.

Básicamente en Madrid, las derechas, sobre todo un partido de nueva creación, Falange Española (FE), que el 13 de febrero de 1934 se había unificado con las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), se echaron a la calle y provocaron alborotos que incluso ocasionaron muertes. El Gobierno de la República decretó la ilegalización de FE de las JONS y el encarcelamiento de su líder, José Antonio Primo de Rivera, cuyo abuelo ya había presidido una dictadura en los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII (bisabuelo del actual rey, Felipe VI). Un mes después, el 17 de abril, en vista de que continuaban los enfrentamientos en la calle, el Consejo de Ministros acordó la ilegalización de todas las organizaciones de carácter fascista. El fascismo había sido declarado fuera de la ley.

Pero nada cambió. El 12 de julio de 1936, elementos falangistas asesinaron al teniente de la Guardia de Asalto José Castillo, y un día más tarde un escuadrón de este cuerpo uniformado hizo lo propio con el líder más destacado de la derecha reaccionaria, José Calvo Sotelo.

Estaba claro que, por lo que se refería a los militares, todo estaba a punto. El golpe de Estado estaba proyectado y organizado desde hacía tiempo. Es más, toda aquella situación formaba parte de la estrategia. Si no se hubiera producido alguno de esos hechos puntuales, nada habría cambiado.

Sin embargo, lo que yo pretendo es contar mi historia. La otra, la general, bien o mal, ya está escrita, pero de mí no se ha ocupado nadie, aunque, junto con los de mi generación, hayamos sido protagonistas forzosos de una parte muy importante de nuestra historia más reciente.

El 19 de julio, domingo, debería haberse inaugurado la Olimpiada Popular, la «Espartaquiada», como algunos preferían denominarla. Se hacía como réplica a los Juegos Olímpicos de Berlín, que se habían convertido en un elemento más de la propaganda  nazi.

Mi hermano Rafael y yo habíamos decidido ir a Badalona, donde unos parientes tenían una caseta en la playa a la que tenía acceso la familia de nuestro padre. No era la primera vez que íbamos; los veranos lo hacíamos a menudo. Íbamos a pie hasta la Estación de Francia y en un cuarto de hora estábamos en Badalona, en la playa. Los dos íbamos vestidos de domingo, de un blanco deslumbrante, con calcetines, bambas, pantalones largos y camiseta, lo que ahora llamamos «polo», que por primera vez se cerraba al cuello con «cremallera». Todo un invento que se había incorporado recientemente a las prendas de vestir en sustitución de los botones. Íbamos de punta en blanco, pero duraría  poco.

Bajábamos andando por Castillejos, la avenida Gaudí, la calle Mallorca y el paseo de San Juan hasta el parque de la Ciudadela, para después ir a buscar el que ahora se llama paseo Picasso y continuar hasta la avenida Marqués de Argentera y la Estación de Francia.

Pero habíamos oído algo extraño por el camino. Parecían petardos o cohetes, pero resultaba extraño a primeras horas de la mañana, sobre todo teniendo en cuenta que las verbenas de San Juan y San Pedro ya habían quedado atrás. La verdad es que no habíamos hecho caso y habíamos seguido nuestro camino.

Al llegar a la avenida Marqués de Argentera tuvimos el primer susto. Eran tiros, pues además de los disparos se oía claramente el silbar de las balas. Oímos que alguien nos gritaba: «¡Al suelo, chicos!». Y ahí se acabaron nuestro viaje y la blancura de nuestra vestimenta. Cuando ya no oíamos tiros ni el silbido de las balas, rehicimos el viaje a pie hasta llegar a casa ya más tranquilos. Aquel domingo no habría playa, ni muchos de los que lo  siguieron.

No recuerdo que ni Rafael ni yo sintiéramos miedo. Sí que nos habían asustado tanto tiro y el silbar de las balas, pero miedo no. No sé si me explico. Nada quedaba de aquel blanco deslumbrante; había desaparecido, y en su lugar quedaba un tono de tierra sucio que nuestra madre se apresuró en hacer desaparecer. A medida que íbamos cuesta arriba, ya pensamos que estaba pasando algo muy grave. Hicimos el camino deprisa, sin pronunciar palabra, pero estoy seguro de que pensábamos lo mismo. Cuando nos vieron llegar, nuestros padres respiraron tranquilos. Tampoco sabían con exactitud lo que pasaba. Les dijimos que en la avenida Gaudí con Castillejos unos hombres estaban levantando los adoquines y amontonándolos en círculo en el cruce de las calles, mientras que otros llenaban sacos con la arena de debajo de los adoquines y también los amontonaban. Todo aquello recordábamos haberlo visto en alguna película. Estaban construyendo una barricada.

En casa, desde el balcón o la azotea ya se veía a hombres armados con escopetas y pistolas. Hombres que gritaban al mismo tiempo y que, al parecer, no se entendían. Hablaban de organizar no sé qué. Era domingo y no teníamos nada que hacer, y, como todos los festivos salíamos a la calle a jugar a lo que se estilaba en aquellos meses del año, la cosa estaba muy clara: iríamos a ver lo que hacían aquellos hombres, sobre todo a escuchar lo que decían. Así, mientras ayudábamos a llenar sacos de arena, empezamos a saber lo que estaba pasando. Los militares y los fascistas se habían alzado en armas contra el Gobierno de la República. Habían protagonizado lo que se conocía como golpe de Estado. Esto último no sabíamos muy bien lo que quería decir, pero seguro que no era nada bueno.

Al siguiente día, el lunes 20, todo continuaba igual, con la única diferencia de que se oían más tiros y circulaban más coches llenos de hombres —y también alguna mujer— armados y con las siglas

«CNT», «FAI», «AIT», «UGT» y «POUM» pintadas en las puertas; más tarde también circulaban vehículos con las siglas «PSUC» (Partido Socialista Unificado de Cataluña).

La insurrección militar en Barcelona prácticamente duró tres días. El pueblo armado se lanzó a la calle y, junto con las fuerzas de orden público —sobre todo la Guardia de Asalto, a la que no tardaron en unirse la Guardia Civil y la Policía Municipal, que se habían mantenido fieles al Gobierno de la nación—, acabaron con aquel «pronunciamiento» militar fascista.

(Tomado de las primeras páginas de la segunda parte del libro de  Lluís Martí Bielsa Uno entre tantos. Memorias de un hombre con suerte)

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