11 de marzo de 2022
Tony Saunois, Secretario del Comité por una Internacional de los Trabajadores, CIT
[Imagen: Pancarta del Partido Socialista (CIT en Inglaterra y Gales) en la manifestación «no a la guerra en Ucrania» en Gran Bretaña, marzo de 2022]
El mundo se ha visto sumido en otra catástrofe que se suma a la pandemia del COVID-19, tras la invasión de Ucrania por parte del régimen asesino de Putin. La guerra, que lleva más de dos semanas, ha traído consigo una carnicería y un sufrimiento humano que no se experimentaba en Europa desde las guerras de los Balcanes en la década de 1990.
Este conflicto refleja la nueva era en la que ha entrado el capitalismo global. La pandemia del COVID actuó como el gran acelerador de todas las contradicciones subyacentes del capitalismo. Esta guerra ya ha cristalizado algunas de las tendencias subyacentes presentes, en particular, la agudización de las relaciones geopolíticas entre las potencias capitalistas. Lo que habría parecido impensable en un período anterior se ha convertido ahora en posible durante la prolongada agonía del capitalismo global.
Las consecuencias de esta guerra sobre las relaciones geopolíticas, la economía mundial y las relaciones políticas y de clase son ya devastadoras. Sin embargo, las crisis en todas estas esferas se intensificarán en las próximas semanas, meses y años. La guerra y la revolución son las mayores pruebas para los socialistas y los revolucionarios. La izquierda oficial, y la izquierda socialista, en su mayoría, ha vuelto a capitular, como lo hizo durante la pandemia del COVID, ante las clases dominantes y no ha proporcionado un análisis completo ni una perspectiva de estos acontecimientos. Mucho menos han presentado un programa independiente de la clase obrera. En el mejor de los casos, han hecho un llamamiento a la «paz», pero han ignorado las raíces capitalistas de este conflicto. Así, ignoran el hecho de que ni Putin, ni los líderes capitalistas occidentales, ni ninguna institución o representante del capitalismo son capaces de resolver esta horrible crisis o las consecuencias que ahora se derivan de ella.
La invasión rusa de Ucrania revela la época de decadencia del imperialismo estadounidense en la que nos encontramos. El breve período posterior a 1991 que vio un mundo unipolar, en el que EE.UU. a menudo era capaz de imponer su voluntad a nivel internacional, ha terminado. Putin emprendió la invasión impulsado por el chovinismo de la Gran Rusia y el deseo de establecer una esfera de influencia rusa ampliada, con regímenes obedientes en los países fronterizos con Rusia. El objetivo es eliminar a Ucrania como Estado independiente y su derecho a existir. Putin ha retomado la ideología de la «Novorossiya» – «Nueva Rusia»- estableciendo una zona ampliada de lengua y cultura rusas y la asimilación de estados o statelets en dicha amalgama. Esto se produce después de tres décadas de provocadora expansión hacia el este por parte de la OTAN, y del rearme y modernización de las fuerzas armadas rusas.
El derecho a la autodeterminación
Putin afirma que ha asumido la causa del reconocimiento de los enclaves de Donetsk y Luhansk, de mayoría étnica rusa. El imperialismo occidental ha defendido el derecho de autodeterminación y soberanía de Ucrania. Sin embargo, a Putin no le preocupan los pueblos de Donetsk en la declarada República Popular de Donetsk (PRD)) ni la República Popular de Luhansk (PRL). Al imperialismo occidental tampoco le preocupan los derechos democráticos de los pueblos ucranianos. Putin ha denunciado a Lenin, quien, junto con los bolcheviques, defendió el derecho de autodeterminación del pueblo ucraniano. Putin abraza el chovinismo de la Gran Rusia. Estados Unidos y sus aliados han pisoteado los derechos democráticos de muchos pueblos, por ejemplo, los palestinos, a los que se les niega su derecho a la autodeterminación. Tampoco están dispuestos a aceptar estos derechos democráticos de Donetsk y Luhansk a decidir democráticamente su futuro.
El CIT se opone a la invasión de Ucrania y al objetivo de Putin de destruirla como Estado independiente. Sin embargo, no se puede confiar en que el imperialismo occidental defienda los derechos del pueblo ucraniano. La clase obrera y el pueblo de Ucrania necesitan establecer su propia fuerza de defensa interétnica, armada y controlada democráticamente. Lo que se necesita ante una invasión es tanto la autodefensa como un programa político y una organización de la clase obrera.
Las «Repúblicas Populares Independientes» de Donetsk y Luhansk están gobernadas por despiadadas fuerzas nacionalistas de derechas cómplices del régimen de Putin. Los pueblos de Donetsk y Luhansk también tienen derecho a decidir si desean ser independientes, permanecer en Ucrania o formar parte de Rusia. Sin embargo, esto no puede decidirse democráticamente bajo el dominio de las bayonetas rusas. Esta solución democrática de los derechos nacionales y culturales de todos, sólo puede ser alcanzada por la clase obrera y los pueblos de la zona, deteniendo la guerra y uniendo a las clases trabajadoras ucranianas y rusas. La ausencia de poderosas organizaciones y partidos obreros independientes en Ucrania y Rusia con un programa socialista para derrocar al capitalismo, es un obstáculo clave que hay que superar para defender los derechos democráticos y culturales de todos los pueblos de la zona.
La guerra es una continuación de la política por otros medios
La guerra es una continuación de la política por otros medios. Aunque el objetivo exacto de Putin sigue sin estar claro, como mínimo, su objetivo parece ser ocupar la parte oriental de Ucrania y apoderarse de la ciudad portuaria de Mariupol y también de Kharkiv, formando una zona controlada por Rusia que una Crimea con Donetsk y Luhansk, y que posiblemente incluya también Odesa y se extienda hasta Transdnistria. Putin está luchando por esto como parte de lo que percibe como intereses rusos y ahora el prestigio de su régimen. Parece que Putin y su banda imaginaron que era posible una victoria rápida. Al atacar la capital de Ucrania, Kiev, Putin posiblemente quería llevar a cabo un «cambio de régimen» e instalar un gobierno más pro-ruso y anti-occidental.
Este parecía ser el plan. Sin embargo, como dijo el estratega militar alemán del siglo XIX Helmuth von Moltke, ningún plan sobrevive al primer contacto con el enemigo. El plan 1 fracasó, así que Putin ha recurrido al plan 2. Parece que el ejército ruso se encontró con una resistencia decidida de las fuerzas ucranianas. Mientras avanzan en el sur, las fuerzas rusas parecen estar empantanadas en el norte. Putin está desplegando ahora tácticas similares a las que el ejército ruso utilizó en Siria y está golpeando las ciudades hasta convertirlas en escombros. En algunas zonas, están en proceso de repetir lo que hicieron en Alepo y Grozny, especialmente en Mariupol, con un coste humano espantoso. Continúa el bombardeo de zonas civiles sin importancia militar, así como la destrucción de ciudades enteras. En el proceso, se está destruyendo parte de la infraestructura ucraniana.
El resultado de cualquier guerra no está predeterminado. Sin embargo, no será posible que el régimen de Putin ocupe toda Ucrania y reprima a toda su población durante un período prolongado, aunque consiga tomar las ciudades clave. Con una masa terrestre del tamaño combinado de Alemania y Francia, y una población de 40 millones de habitantes, Putin se enfrentaría a una prolongada lucha de resistencia armada. Aunque con muchas diferencias, Ucrania en ese escenario se convertiría en el Afganistán de Putin.
Las consecuencias de la guerra han sido profundas para las potencias imperialistas occidentales. A corto plazo, ha parecido unificarlas y fortalecer la OTAN y la UE. En los países capitalistas occidentales, una amplia capa en esta etapa está mirando a la OTAN más favorablemente, ya que es vista por muchos, aunque no todos, como una fuerza que podría detener la lucha o al menos evitar que se extienda. El estado de ánimo favorable a la OTAN y a la UE entre los ucranianos, que es poderoso en esta etapa, refleja un deseo desesperado de salvar sus vidas y sus hogares y de mejorar su situación y ganar más derechos «democráticos». Sin embargo, esto puede convertirse en su opuesto, derivado de un sentimiento de que «sus palabras de apoyo no han servido para dar un apoyo real». Este sentimiento ya empieza a ser expresado por una capa que siente que «Occidente nos ha abandonado».
Al mismo tiempo, el imperialismo occidental, especialmente el estadounidense, está intentando utilizar esta crisis para aferrarse al viejo orden mundial en una situación mundial fundamentalmente cambiada.
Asia, África y América Latina
Esta visión más favorable de la OTAN no tiene eco en muchos países del mundo neocolonial, especialmente en Asia y África. Esto se reflejó en la votación de la asamblea general de la ONU para condenar la invasión rusa, en la que 35 países se abstuvieron, todos ellos de Asia, África y América Latina. En algunos países, existe una actitud más comprensiva hacia Rusia entre capas de la población. Esto refleja dos cuestiones principales. En primer lugar, una reacción a la asombrosa hipocresía de las potencias imperialistas occidentales, que tienen un historial de intervenciones igualmente brutal. Las sangrientas intervenciones del imperialismo occidental en Irak y Yemen, junto con otros ejemplos, están arraigadas en la conciencia de millones de personas en estos países.
Estos sentimientos se reflejan en algunos de los regímenes burgueses de estos países. Cuando un exgeneral pakistaní expresó su apoyo a Rusia y fue condenado por Estados Unidos, el primer ministro de Pakistán, Imran Khan, que ha aplicado políticas reaccionarias en Pakistán, respondió del mismo modo, proclamando: «No somos vuestros esclavos».
India, Pakistán y Bangladesh están apoyando indirectamente a Rusia en este conflicto. En Uganda, el comandante del ejército, el general Kainerugaba, hijo del presidente Museveni, tuiteó que «la mayoría de la humanidad (que no es blanca) apoya la postura de Rusia en Ucrania». Evo Morales, en Bolivia, ha atacado a Estados Unidos y lo ha denunciado por causar la muerte de millones de personas con las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki y con el Plan Cóndor en América Latina y otras intervenciones de la OTAN.
Esto no es una oposición marxista al imperialismo occidental. Museveni es un gobernante autoritario. Morales ha transigido con el capitalismo cuando ha estado en el poder. Pero reflejan lo que el imperialismo occidental considera una hipocresía. Entre algunos sectores de las masas de estos países, existe el sentimiento de que las protestas de Occidente sobre los horrores que se están produciendo en Ucrania contrastan con la actitud hacia el horrible sufrimiento de las masas en Etiopía, Yemen, Gaza y otras zonas de guerra.
Entre una capa, también hay una añoranza del pasado y una incapacidad para aceptar plenamente el capitalismo reaccionario de gánsteres del régimen de Putin. Algunos no han aceptado el hecho de que el colapso de la antigua Unión Soviética significó un nuevo sistema social de capitalismo oligárquico reaccionario, personificado por Putin. En Sudáfrica, por ejemplo, la idea de que la URSS ayudó en la lucha armada contra el régimen del apartheid se equipara hoy con una actitud más comprensiva hacia Putin y Rusia, en esta guerra. En muchos países del mundo neocolonial, la hipocresía del imperialismo occidental se refleja en la actitud de que Rusia es el «mal menor». Sin embargo, en los principales países capitalistas occidentales, el estado de ánimo abrumador es contra la guerra y la oposición a Rusia.
La respuesta de China a la crisis
Algunos de los países que han prestado más apoyo a Rusia han estado cada vez más vinculados a China desde el punto de vista económico. Por su parte, China ha adoptado una posición parecida a la «neutralidad prorrusa». Aunque no apoye explícitamente la invasión rusa, el régimen de Xi sigue una política cuidadosa encaminada a defender sus propios intereses. Por esta razón, Xi y el régimen chino quieren que se ponga fin al conflicto. Está interviniendo en las discusiones con el régimen ucraniano con la esperanza de intentar negociar algún acuerdo -que no será fácil- y fortalecer su posición global, como resultado. Una crisis importante de la economía mundial no beneficiaría al capitalismo de Estado chino. El impacto de la ralentización de la economía mundial derivada de la guerra de Ucrania repercutirá en los exportadores chinos. No es casualidad que durante el mes de marzo de 2022, China haya fijado su objetivo de crecimiento más bajo en treinta años, tras una desaceleración en 2021.
Significativamente, en respuesta a la posición «reforzada» de la OTAN y al intento del imperialismo estadounidense de defender el «viejo orden», China ha respondido enérgicamente con una advertencia al imperialismo estadounidense. Wang Yi, Ministro de Asuntos Exteriores de China, al intervenir en la Asamblea Popular Nacional, declaró que «Rusia y China se oponen conjuntamente a los intentos de revivir la mentalidad de la guerra fría». Denunció a Estados Unidos por querer establecer una OTAN en el Indo-Pacífico y luego advirtió que «Taiwán no es Ucrania».
Putin está buscando un aumento de los lazos económicos con China para compensar el efecto de las sanciones y el aislamiento que Occidente está imponiendo a Rusia en el plano económico, aunque algunas empresas chinas han recortado las inversiones rusas. A corto plazo, parece probable que se estrechen los lazos económicos entre China y Rusia, al igual que antes de la invasión rusa. Como decía un titular del Financial Times el 3 de marzo «Es poco probable que Xi abandone a su ‘mejor amigo’ a pesar de la presión de Ucrania». Cuánto tiempo se mantenga esta «alianza» es otra cuestión. Sin embargo, aunque es posible que los lazos económicos con China puedan mitigar los efectos de las sanciones occidentales, ello no impedirá que la economía rusa se vea gravemente afectada y que los trabajadores y la clase media rusos paguen un precio terrible por ello.
Los trabajadores rusos pagan el precio y el futuro de Putin
El desplome del rublo en más de un 30% en una semana, el aumento de los tipos de interés del 9,5% al 20% y el corte del acceso a la financiación internacional provocarán un fuerte recorte del nivel de vida en Rusia. Putin contaba con un cofre de guerra de 630.000 millones de dólares de reservas de oro y divisas. Sin embargo, ahora se duda de la cantidad a la que se puede acceder. Más de dos tercios están en divisas o valores extranjeros y ahora están en gran medida fuera de los límites. Este es otro golpe para Putin. Al mismo tiempo, el efecto de las sanciones capitalistas puede funcionar de dos maneras. Puede enfurecer a una capa que se oponga a la guerra y a Putin. Sin embargo, a corto plazo, también puede reforzar la mentalidad de «asedio» y fortalecer los sentimientos nacionalistas rusos.
Estos acontecimientos, junto con el creciente número de bajas rusas a medida que la guerra sigue siendo más complicada para las fuerzas rusas a medio y largo plazo, pueden acabar señalando el fin del régimen de Putin. Sin embargo, a corto plazo, es probable que Putin mantenga su régimen en el poder, probablemente disfrutando de un apoyo mayoritario, en esta etapa, reforzado por la brutal represión estatal de los que se oponen a la guerra. La oposición a la guerra dentro de Rusia parece bastante sustancial y puede crecer. Pero Putin ha respondido con una represión generalizada, que refleja el régimen bonapartista opresivo que encabeza. La política exterior es una continuación de la política interior; la brutalidad que el régimen de Putin utilizó en Ucrania puede ser utilizada contra las masas rusas.
La masiva maquinaria de seguridad interna puede, a corto plazo, actuar para retrasar el desarrollo de un movimiento de oposición lo suficientemente poderoso como para desafiar al régimen, que todavía cuenta con una capa de apoyo. Sin embargo, esta situación puede cambiar rápidamente en función de cómo se desarrolle la propia guerra. Si Rusia se ve inmersa en una guerra prolongada y en el colapso de la economía, la oposición podría desarrollarse y provocar algún tipo de «golpe de palacio», aunque esto parece poco probable a corto plazo. El prestigio del régimen de Putin y del capitalismo ruso está ahora en juego. En este momento, los principales actores del régimen en torno a Putin son todos leales acérrimos, y muchos de ellos, como Putin, proceden del antiguo KGB de la antigua URSS.
Cambios bruscos y agravamiento de la crisis
La guerra también ha provocado cambios históricos bruscos en las políticas de algunos países. Por primera vez, la UE como organismo ha aceptado oficialmente financiar la compra de armas. Alemania, bajo el canciller del SPD, Scholz, cambió de la noche a la mañana su política militar e introdujo un enorme presupuesto especial para armamento de 100.000 millones de euros, un aumento del gasto militar «normal» a más del 2% de su PIB, y acordó permitir la exportación rentable de armas alemanas a zonas de conflicto. El gobierno alemán pretende construir el mayor aparato militar de Europa, lo que supone un cambio masivo en la posición existente desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Estos son puntos de partida importantes, que reflejan la nueva situación que existe en las relaciones mundiales. Forman parte de una explosión del gasto armamentístico que se ha producido a nivel mundial, sobre todo en China, que ha vuelto a aumentar su presupuesto militar.
La guerra de Ucrania, en este momento, ha unificado a las potencias imperialistas occidentales. Sin embargo, detrás de esta máscara, permanecen las tensiones subyacentes que existen entre ellas. Las divisiones dentro de la UE y entre la UE y el imperialismo estadounidense no se han evaporado. Volverán a resurgir, sobre todo a medida que los efectos de esta crisis se hagan sentir cada vez más en la economía mundial y repercutan en cada país. También pueden abrirse nuevas brechas sobre cómo responder a la crisis. Una cosa es que Estados Unidos y el Reino Unido prohíban las importaciones de petróleo, gas y carbón rusos. Otra cosa es exigir a Alemania y a otros países mucho más dependientes que lo hagan.
La enorme subida de los precios del petróleo y el gas amenaza con provocar un shock de estanflación, especialmente en los países importadores de energía. El precio del petróleo se disparó un 20% en la mañana del 7 de marzo, hasta los 139 dólares por barril. Ese mismo día, los precios del gas al por mayor en Europa alcanzaron los 335 euros por megavatio-hora, frente a los 16 euros de hace un año. En el momento de escribir estas líneas, Shell ha dado un salto mortal en 24 horas y ha dejado de comprar petróleo ruso en el mercado al contado.
Si este proceso continúa, no se puede descartar que Rusia corte el suministro de gas a Europa. Esto tendría consecuencias devastadoras. Los países de la UE importan el 40% de su gas de Rusia. Rusia también suministra el 10% del petróleo crudo del mundo.
El imperialismo estadounidense y las potencias occidentales buscan desesperadamente fuentes alternativas de petróleo y gas para reducir la dependencia de los suministros rusos. Es necesario. Esto ha llevado al espectáculo de la administración de Biden abriendo discusiones «cordiales» con el régimen de Maduro en Venezuela, que han estado tratando de derrocar durante años.
Las consecuencias de la guerra llevarán a una mayor inflación. Amenaza con ahogar la efímera «recuperación» económica post-COVID y desencadenar una recesión, llevando a una posible estanflación (recesión y mayor inflación). El corte del suministro de piezas desde Ucrania ya ha obligado a los fabricantes de automóviles y a otros a cerrar algunas plantas europeas. Esto está provocando un fuerte ataque al nivel de vida en todo el mundo. En muchos países, esto dará lugar a un aumento explosivo de la pobreza, incluyendo el aumento del hambre, la desnutrición y la falta de vivienda en las potencias imperialistas occidentales.
La amenaza al suministro de alimentos del mundo es potencialmente catastrófica, especialmente para los países del mundo neocolonial. Ucrania y Rusia representan el 29% de las exportaciones mundiales de trigo, el 19% del maíz mundial y el 80% del aceite de girasol. La guerra puede interrumpir la siembra de las cosechas de este año. Bangladesh, Sudán y Pakistán reciben más del 50% de su suministro de trigo de Rusia o Ucrania. La subida de precios que ya se está produciendo tendrá un efecto devastador en estos y otros países. Ya hay ocho millones de personas que se enfrentan a la inanición en Afganistán, y ese será el destino de millones más en otros países.
Además, Rusia y Bielorrusia son los principales proveedores de fertilizantes, que también han experimentado un enorme aumento de precios. Esto será desastroso para la producción de alimentos en los países del mundo neocolonial.
Estos acontecimientos van a provocar seguramente explosiones sociales y políticas masivas en todo el mundo neocolonial y en los países capitalistas industrializados. Los levantamientos de campesinos y trabajadores rurales y una crisis social más general derivada de la hambruna pueden estallar en Asia, África y América Latina. Las hambrunas de esta magnitud pueden provocar guerras y conflictos étnicos por el grano y los alimentos.
¿Una guerra mundial?
La profundidad de esta crisis ha hecho temer que se desencadene la tercera guerra mundial y un holocausto nuclear. El hecho de que Putin haya recordado que dispone de armas nucleares ha suscitado sin duda estos temores. Estas preocupaciones, especialmente prevalentes entre los jóvenes, son comprensibles, sobre todo teniendo en cuenta la naturaleza de las fuerzas implicadas en el conflicto. Las guerras pueden escalar y ampliarse más allá de lo que las fuerzas contendientes pretendían. Los encuentros accidentales pueden desencadenar conflictos más amplios. No se puede excluir que este conflicto pueda dar lugar a intercambios y escaramuzas militares más amplias, especialmente en la frontera polaca o en algunos otros países.
Sin embargo, al imperialismo occidental o a Putin no les conviene permitir que este conflicto se convierta en una guerra total entre las fuerzas de la OTAN y Rusia, que se convierta en una tercera guerra mundial, con un intercambio de armas nucleares. Esto no sólo daría lugar a la matanza de millones de personas, sino que destruiría la economía capitalista y el dominio de los oligarcas. La propuesta del gobierno polaco de enviar sus aviones de combate MiG a una base aérea estadounidense en Alemania y luego a Ucrania fue rechazada por el Pentágono por esta misma razón: para evitar una escalada completa del conflicto en una guerra más amplia. También ilustra la posibilidad de que se abran divisiones entre la OTAN y las potencias occidentales a medida que se prolonga la crisis. El establecimiento de líneas directas de comunicación entre los militares rusos y la OTAN también ilustra que las élites gobernantes están poniendo en marcha salvaguardias para evitar una catástrofe de este tipo.
La decisión de Estados Unidos y Reino Unido de prohibir las importaciones de petróleo, gas y carbón rusos no entrará en vigor hasta finales de año. Esto refleja en parte la presión para evitar que un conflicto más amplio se salga de control y también la necesidad de tiempo para establecer suministros de petróleo alternativos fiables.
Los efectos de gran alcance de esta crisis en las relaciones geopolíticas se han reflejado en el enfrentamiento que se ha producido entre las partes implicadas en las negociaciones para establecer un acuerdo nuclear con Irán. Estados Unidos e Irán parecen estar cerca de lograr un acuerdo, que el régimen iraní necesita desesperadamente. Sin embargo, Putin ha añadido una demanda adicional para que su comercio con Irán quede exento de las sanciones estadounidenses. El régimen iraní, que mantiene relaciones amistosas con Putin, ha calificado esta medida de «inútil», ya que ha hecho que las negociaciones caigan en picado.
La catástrofe humanitaria, que incluye a más de dos millones de refugiados que huyen de los campos de exterminio de Ucrania, ha abierto un mar de miseria humana. Es una repetición de las desgarradoras escenas que se han visto en otros conflictos del mundo en Asia, África y América Latina. Esta es la realidad del capitalismo en su agonía para millones de personas en todo el mundo. La guerra en Ucrania también ha traído consigo efluvios de solidaridad humana.
En Polonia, Berlín y otros lugares, la gente ha abierto sus casas a desconocidos para ofrecerles comida, alojamiento y otras ayudas. Estos rasgos positivos también fueron inicialmente la reacción ante los refugiados de Siria. Sin embargo, este estado de ánimo también puede cambiar si no se realizan las inversiones necesarias en vivienda, educación, sanidad y empleo, abriendo un espacio para que intervengan la extrema derecha y las organizaciones racistas. El despiadado racismo mostrado hacia los estudiantes africanos y asiáticos y otros por sectores de las fuerzas estatales ucranianas y polacas y organizaciones de extrema derecha es una advertencia de cómo la situación puede ser explotada cínicamente y el estado de ánimo puede cambiar.
Necesidad de una alternativa socialista a la guerra
Las consecuencias de esta crisis a nivel internacional, tanto en lo que se refiere a las relaciones económicas como a las geopolíticas, todavía se están desarrollando, y no está claro cómo se desarrollará. Sin embargo, está intensificando las múltiples crisis subyacentes a las que se enfrenta el capitalismo global en esta nueva era. Las consecuencias económicas y sociales agudizarán la polarización existente en todos los países. La crisis económica y alimentaria que se está desarrollando, especialmente en Asia y África, junto con otras cuestiones, reforzará los conflictos y las guerras nacionales y étnicas. Sin embargo, estas cuestiones también estarán presentes en todas las zonas del mundo.
Este conflicto continuará, de una forma u otra, durante un período prolongado. Dentro de él hay una lucha del régimen de Putin por ampliar su esfera de influencia y afirmarse como potencia mundial contra los derechos democráticos y el derecho a la autodeterminación de varios pueblos. El capitalismo, tanto su cara imperialista occidental como su cara oligárquica bonapartista, no puede ofrecer ninguna solución a la clase obrera y a los pueblos de Ucrania, Donetsk, Luhansk o Rusia. Este sangriento conflicto no es el primero ni será el último que estalle en esta era del capitalismo. Destaca la urgencia de construir partidos obreros de masas con un programa socialista revolucionario, que incluya una política independiente para la clase obrera, para combatir la guerra y el capitalismo que la engendra.