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El «Día de la Liberación» de Trump – ¡Es necesaria una respuesta socialista internacional!

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8 de abril de 2025

Robert Bechert .Comité por una Internaciona de los Trabajadores, CIT.

 

(Imagen: Trump declara aranceles el «Día de la Liberación». Foto: Daniel Torok Crédito: Casa Blanca)

El discurso del «Día de la Liberación» del 2 de abril de Trump fue un punto de inflexión, ya que lanzó una ofensiva abierta para romper la globalización capitalista en su forma actual. Esto no fue, como falsamente afirma Trump, en interés de los trabajadores estadounidenses, sino que es un intento desesperado de mantener la posición del capitalismo estadounidense como primera potencia mundial y reconstruir su base industrial. La acción de Trump supone la mayor amenaza desde hace tiempo para la economía mundial, planteando la cuestión de una grave recesión y amenazando con romper y desbaratar, al menos parcialmente, la compleja red de producción y comercio que se desarrolló en los últimos años de globalización capitalista. De ahí la respuesta atemorizada de los mercados financieros mundiales.

 

Demagógicamente, Trump afirmó que «durante décadas, nuestro país ha sido saqueado, saqueado, violado y expoliado por naciones cercanas y lejanas, amigas y enemigas por igual.» Así, argumenta el ala de la clase dominante estadounidense liderada por Trump, cualquier país que tenga un superávit comercial con EEUU debe estar, en palabras de la Casa Blanca, «haciendo trampas».

 

Esta fue la justificación de los anuncios del «Día de la Liberación» de aumento de aranceles a prácticamente todos los países del mundo, aparte de Rusia y Bielorrusia. Esto se expresó en la fórmula matemática que la administración estadounidense inventó para justificar el nivel de los nuevos aranceles. Esta fórmula estaba simplemente configurada para obtener las cifras que quería, aunque había algunos detalles extraños. Así, el aliado clave de Estados Unidos, Israel, que de repente había eliminado todos los aranceles sobre las importaciones estadounidenses, fue recompensado con un recargo adicional del 17% sobre sus exportaciones a Estados Unidos. Sin embargo, a Irán, uno de los principales enemigos de Estados Unidos, sólo se le aplicó un recargo mínimo del 10%. Pero las cifras reales eran sólo una parte de lo que estaba ocurriendo. La realidad es que la agrupación de Trump cree que pasar a la ofensiva es la única manera de defender la posición del capitalismo estadounidense frente a sus rivales, especialmente China.

 

Los informes de que 50 países o más han pedido ahora discutir estos nuevos aranceles no cambian fundamentalmente la situación. Esto se debe a que sus acuerdos bilaterales con EEUU dependen de lo que EEUU acepte y de lo que cada uno obtenga a cambio. Además Trump puede simplemente romper acuerdos como acaba de hacer con el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA), un acuerdo negociado y firmado durante su primera presidencia.

 

La globalización tal y como la hemos conocido ha llegado a su fin

Como era de esperar, estas medidas arancelarias han tenido enormes repercusiones en todo el mundo. Se reconoce ampliamente que estas medidas suponen un punto de inflexión en muchos sentidos. Un viceministro de Finanzas británico dijo: «La globalización tal y como la hemos conocido en las últimas dos décadas ha llegado a su fin.»

 

Inmediatamente, las políticas de Trump han aumentado los temores populares sobre lo que nos depara el futuro. El mundo ya se enfrenta a crecientes desastres medioambientales mientras se ve atenazado por una serie de crisis, como las continuas guerras en Gaza, Ucrania, el este del Congo, Sudán y Myanmar. El temor a futuras guerras en Europa, avivado en parte por la propaganda de los gobiernos europeos, se está extendiendo. En algunos países, las medidas de Trump ahondaron inmediatamente las incertidumbres y preocupaciones ya existentes. Las caídas bursátiles y la amenaza de una guerra comercial mundial plantearon rápidamente la cuestión de si estos acontecimientos podrían contribuir a desencadenar una nueva «Gran Recesión», de forma similar a como el crack financiero de 2007/8 desembocó en una crisis más generalizada.

 

En Estados Unidos, las medidas de Trump tendrán, al menos durante un tiempo, cierto apoyo, especialmente entre quienes esperan que conduzcan a «buenos empleos con buenos salarios». Sin embargo, ante la reacción desfavorable de muchos capitalistas y gobiernos, Trump ha cambiado de tono. Ahora dice a sus partidarios que deben «resistir» y promete que «no será fácil, pero el resultado final será histórico».

En estos momentos parece probable que las nuevas medidas anuncien al menos una desaceleración internacional, con la fuerte posibilidad de una nueva recesión. En tales circunstancias, no puede descartarse que, mientras declara la «victoria», Trump dé marcha atrás en algunas de sus propuestas y acuerde compromisos (aunque, para Trump, eso sería una retirada táctica).

 

Pero lo fundamental es que, como dice abiertamente Trump, quiere llevar a cabo «una revolución económica». Su agrupación dentro de la clase dominante estadounidense pretende claramente fortalecer a Estados Unidos debilitando, incluso sustituyendo, lo que se denomina el «acuerdo posterior a la Segunda Guerra Mundial», que ya en los últimos años se ha visto afectado por un aumento de los aranceles a escala internacional.

 

La base de este ‘acuerdo’ fue que el final de la Segunda Guerra Mundial tuvo el inesperado resultado de que la entonces Unión Soviética (URSS) había surgido como la segunda superpotencia mundial. Era obvio que, a pesar de sus imperios, el imperialismo británico y el francés estaban en declive y eran realmente potencias de segundo orden después de EE.UU. y la URSS.

Rápidamente se hizo evidente que la principal característica de esa nueva situación mundial era la rivalidad entre agrupaciones encabezadas por potencias que tenían sistemas sociales diferentes: Estados Unidos al frente de Estados capitalistas frente a una serie de países, el mayor de los cuales era la URSS, donde el capitalismo había sido derrocado. Sin embargo, a pesar de su nombre formal y de su economía no capitalista, la URSS no era socialista. Aunque entonces no era capitalista, la URSS estaba dirigida por una élite burocrática que había suprimido los derechos democráticos y roto con las tradiciones políticas, especialmente la democracia obrera, de la revolución rusa de octubre de 1917; que había derrocado al capitalismo.

 

En esta situación, las potencias capitalistas se unieron, a pesar de las rivalidades y tensiones ocasionales, para defender su sistema. El capitalismo estadounidense, con diferencia la primera potencia capitalista mundial, estaba dispuesto a hacer algunas concesiones a sus antiguos rivales. Pero el colapso de la URSS y de otros Estados similares después de 1989 cambió por completo la situación posterior a 1945. El capitalismo se restauró en uno tras otro de los Estados no capitalistas. Uno de sus efectos fue la desaparición gradual del aglutinante del capitalismo defensor que había mantenido unido al bloque imperialista posterior a 1945.

 

El ascenso de China

Pero a partir de la década de 1990 se desarrolló una nueva fuente de tensión mundial. Fue el ascenso de China, sobre la base de una forma especial de capitalismo de Estado, a la posición de segunda potencia económica mundial. China se convirtió en un importante desafío a la supremacía del imperialismo estadounidense.

 

Este es el trasfondo de la creciente competencia y rivalidad entre Estados Unidos y China. Se refleja en las restricciones comerciales introducidas tanto por republicanos como por demócratas y en la creciente rivalidad militar entre ambos países.

 

Está claro que la agrupación capitalista dirigida actualmente por Trump y sus ministros multimillonarios/millonarios piensa que es necesario que el imperialismo estadounidense contraataque ahora para defender su dominación. Poco les importan las consecuencias para los aliados formales en la OTAN y en otros lugares. El propio Trump lo expresa con bastante crudeza, aunque esto no descarta necesariamente acuerdos temporales con algunos países, posiblemente incluso con China.

Los dirigentes chinos ven la posibilidad de salir ganando con la abrupta retirada de EEUU de proyectos internacionales, como el desmantelamiento de USAID, y los aranceles especialmente brutales que propone imponer a muchos países más débiles y neocoloniales. Al mismo tiempo, los dirigentes chinos trabajarán para reforzar aún más sus relaciones con las naciones BRICS y en el seno de la UE. Otros Estados capitalistas también buscarán formas de mitigar la pérdida de mercados estadounidenses.

La estructura de la economía mundial ha ido cambiando. El año pasado, las economías de los BRICS representaban aproximadamente el 37,3% del producto interior bruto mundial, según la paridad del poder adquisitivo. Según el Fondo Monetario Internacional, China poseía por sí sola el 19,05%, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea representaban el 14,5% cada uno. Actualmente, alrededor del 80% del comercio mundial no toca a Estados Unidos. La parte de las exportaciones chinas que va a EE.UU. ha ido cayendo y es sólo el 15% de su total. Trump responderá a la cambiante situación con una combinación de amenazas y ofertas.

 

Sin embargo, y a pesar de cualquier acuerdo o concesión que se haga, esta ofensiva arancelaria de EE.UU. provocará más inestabilidad y convulsiones en la economía mundial. Podría ser el detonante que condujera a una crisis mayor.

Masivas protestas del 5 de abril en Estados Unidos

Esto también caracterizará la situación en Estados Unidos. Ya hay indicios de que la posición política de Trump se está debilitando, tanto en términos de pérdida de apoyo popular como de pequeños signos de cuestionamiento entre algunos republicanos. Es significativo que Trump esté utilizando «poderes de emergencia» para aumentar los aranceles que pasan por alto al Congreso estadounidense. Hay pequeños signos de oposición por parte de senadores republicanos, pero se necesitaría una mayoría de dos tercios en el Senado para anular los decretos de Trump. El 5 de abril se produjeron más de 1.400 protestas en todo Estados Unidos, de diversa magnitud, contra Trump, y estas irán en aumento. No obstante, Trump sigue contando con su propia base de apoyo, a pesar de haber obtenido algo menos del 50% de los votos reales el pasado noviembre. Este apoyo se ha visto impulsado por la energía de las primeras semanas de Trump en el cargo y la expectativa de que cumplirá sus promesas.

 

Crecen las protestas en EEUU

Pero en una situación polarizada crece la oposición contra los ataques a los servicios gubernamentales, a los trabajadores del sector público y a la educación. También se están produciendo protestas en oposición a la detención y deportación de extranjeros, sin ningún atisbo de que se lleve a cabo el debido proceso legal. Si la caída de los mercados bursátiles estadounidenses se mantiene, también se plantea la cuestión de cómo repercute en el valor de los fondos de pensiones personales basados en acciones 401(k) (Nota:Este es un plan de ahorro para la jubilación con ventajas fiscales) de los trabajadores individuales, lo que podría desencadenar una ira significativa.

Algunos demócratas intentan demostrar que están haciendo algo para resistir a Trump. El senador Booker llevó a cabo un discurso anti-Trump de 25 horas de duración en el Senado. Por lo general, la oposición de los políticos demócratas tiene como objetivo posicionarse para el futuro en lugar de hacer algo serio ahora. La gira de discursos «Fighting Oligarchy»( Combatir la Oligarquía) de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) ha atraído a decenas de miles de personas para escuchar retórica contra Trump y algunas críticas a las debilidades demócratas.

Mientras Sanders plantea cuestiones de clase y ahora, reflejando el desencanto generalizado con los demócratas, ha hablado de candidatos políticos independientes y de clase trabajadora. Sin embargo espera que «la gente decida presentarse como independientes progresistas, trabajando con los demócratas cuando puedan», es decir, no construyendo un partido independiente como voz política de la clase trabajadora. En realidad Sanders pretende mantener a la oposición mirando hacia los demócratas pro-capitalistas; la misma estrategia que ayudó a Trump a ganar sus dos legislaturas.

Los demócratas, al igual que muchos políticos capitalistas a nivel internacional, se oponen a las políticas de Trump porque temen que la cruda estrategia de «Estados Unidos primero» debilite al imperialismo estadounidense y al capitalismo, en general. Esto significa que, si bien critican a Trump, no tienen una respuesta fundamental a los problemas que enfrentan la clase obrera y los pobres hoy en día. E internacionalmente, los políticos procapitalistas de cada país defienden los intereses de su ‘propia’ clase dominante.

Desgraciadamente, lo mismo ocurre con la mayoría de los dirigentes sindicales y, allí donde existen, con muchos partidos de «izquierda». Apoyan el «interés nacional», que actualmente significa capitalismo, no los intereses de los trabajadores. En Estados Unidos, algunos líderes sindicales, como Shawn Fain del sindicato United Auto Workers (UAW), apoyan la política arancelaria de Trump. En otros países, los líderes sindicales y de «izquierda» a menudo están de acuerdo con las críticas a Trump expresadas por las clases capitalistas locales. La razón de esta postura es que no ven una alternativa al capitalismo y, por lo tanto, trabajan dentro de la «lógica» del capitalismo. En general, los líderes sindicales en los EE.UU. se niegan a romper con el duopolio demócrata / republicano.

 

¡Es necesaria una política económica socialista!

Para los socialistas, no es una simple cuestión de apoyar el «libre comercio» o la «protección». De diferentes maneras, ambos tienen repercusiones negativas en el nivel de vida de los trabajadores. Las exigencias neoliberales de libre comercio pueden destruir puestos de trabajo y medios de vida locales. El proteccionismo puede aumentar los beneficios de los capitalistas locales y de los funcionarios corruptos, pero no beneficiar significativamente a la clase trabajadora. La cuestión clave es el sistema capitalista y la necesidad de sustituirlo.

 

Dentro de unas semanas, trabajadores y socialistas de todo el mundo celebrarán el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, una tradición inspirada por primera vez en las acciones de los sindicalistas estadounidenses en la década de 1880. A partir de 1890 se celebró como día internacional de acción por las reivindicaciones obreras y el socialismo.

Hoy es necesario plantear una clara alternativa socialista al inseguro mundo capitalista. La humanidad se enfrenta a múltiples crisis, como las guerras en curso y la amenaza de nuevas guerras, los problemas medioambientales y sanitarios, el aumento de las tensiones mundiales. Existen múltiples formas de opresión y una creciente militarización. Cada vez se cuestiona más hacia dónde van los países y se teme por el futuro. El alejamiento de la globalización por parte de sectores del capitalismo estadounidense, junto con la rivalidad entre las dos potencias más poderosas, Estados Unidos y China, refuerza la posibilidad de un futuro más tormentoso. En muchos países, la intensificación de la competencia internacional conducirá a un aumento de los ataques a los niveles de vida por parte de los gobiernos bajo la bandera de la defensa del «interés nacional» frente a los competidores. Fuera de Estados Unidos, se culpará a Trump. Dentro de Estados Unidos, Trump culpará a los enemigos extranjeros.

La rivalidad entre las diferentes bandas de ladrones capitalistas podría terminar con «una revolución económica». No la que pretende Trump, sino una «revolución económica socialista». El fin del dominio por y para las clases dominantes existentes abriría el camino para acabar con la opresión, la inseguridad y la pobreza. La tecnología de la globalización capitalista -a pesar de su cortoplacismo, sus daños medioambientales y la creciente brecha entre ricos y pobres- permitió vislumbrar lo que podría conseguir una economía planificada democráticamente que actuara en interés de las personas y del medio ambiente y no del beneficio privado.

Esta es la visión del futuro que hay que plantear junto a las muy necesarias batallas para derrotar los inevitables ataques contra los trabajadores, los pobres y sectores de la clase media. Ahora sufrirán mientras las diferentes clases dominantes intentan hacernos pagar la crisis de su sistema. Las clases dominantes también esperarán que los trabajadores sirvan de carne de cañón en sus batallas contra sus rivales. En ausencia de un movimiento obrero que defienda una alternativa socialista, existe el peligro de que los populistas de derechas ganen terreno ofreciendo falsas soluciones.

Hemos visto repetidamente movimientos de masas y revoluciones en todo el mundo exigiendo un cambio. Pero a menudo estas esperanzas no se han hecho realidad por falta de un programa concreto de lo que había que hacer. Internacionalmente, el reto es construir partidos políticos de la clase obrera que tengan un programa con el que aplicar el cambio socialista y formar parte de un movimiento internacional que pueda transformar el mundo.

A medida que nos acercamos al 1 de mayo, las consignas socialistas tradicionales del Primero de Mayo no son abstractas. Los llamamientos a la unidad de los trabajadores, a la mejora inmediata del nivel de vida, al internacionalismo y a un mundo socialista, son profundamente actuales. Son los objetivos que hay que alcanzar lo antes posible y la reconstrucción y el fortalecimiento del movimiento obrero en líneas socialistas será una clave en ese camino.

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