El Porteño
por Gustavo Burgos
Amediodía de ayer dejó de existir con 82 años Juan Azúa, en Santiago en la casa de su hija. Unas horas después falleció en otro lugar su hermana Ana Azúa. El hecho de por sí resulta sorprendente, pero tratándose de esta familia de socialistas resulta quizá hasta esperable. Un desenlace trágico empujado por la naturaleza de la propia vida, trazando en su camino siempre un significado, porque nada en los Azúa fue o es banal. Nos cuesta escribir estas líneas. Despedir a un amigo y a un compañero siempre resultará difícil. Sin embargo, en este caso despedimos además a un militante de la clase trabajadora de toda su vida, de aquellos que vivió en primera línea el proceso revolucionario que agitara la lucha de clases, que desembocara en la Unidad Popular y que se estrellara con el golpe contrarrevolucionario de l 11 de septiembre de 1973. Un hito que demarcó definitivamente el papel del reformismo y que agotara —con la sangre de una generación— la llamada Vía Chilena al Socialismo.
Juan Azúa vivió este proceso con una claridad que en sus narraciones resultaba desgarradora, porque si alguna cuestión siempre tuvo clara en toda su existencia, era la de su ubicación de clase en el conflicto social. Creció en una familia obrera en el centro del puerto, cercano a la Plaza Echaurren. Solía pescar —en esa época se podía— en el mismo puerto. Sus primeros estudios los siguió en un colegio católico en el que prontamente fue objeto de acciones disciplinarias. Hubo un momento en que se le prohibió entrar a misa, fue una de sus primeras formas de rebeldía en una época — parecida a esta— sacudida por los embates de la Segunda Guerra Mundial y la ferocidad de los Frentes Populares de Aguirre Cerda, Ríos y González Videla. A los 11 años comenzaría a expresar dos de sus profundas pasiones: el socialismo y el ajedrez. Ambos le acompañarían toda la vida y resulta fácil observar la manera como ambas actividades se conectan y potencian, no solo por la evidente interrelación entre el pensamiento estratégico y la revolución obrera, sino porque el ajedrez en particular en aquella época ganó mucha militancia dentro de la juventud obrera, especialmente en Valparaíso.
Juan vivió la Unidad Popular como empleado del Servicio Nacional de Aduanas y en este período estudió Administración Pública en la Universidad de Chile. Como es natural, a partir de esa época todas sus narraciones alcanzan muy secundariamente su experiencia personal y las mismas comienzan a adquirir un carácter general expresando la intensa radicalización del período. La única anécdota que recuerdo de la época se refiere a un polígono de tiro —creo en San Roque— cuya utilización compartían el PS, el PC y el MIR porteños. El manejo de armas por parte de los funcionarios de aduanas los transformó en un objeto preferente de seguimiento por parte de la inteligencia militar. El marcado conflicto entre el accionar de la clase trabajadora y el proyecto reformista de la UP aparecía de forma dominante para Juan en esta época.
Luego de eso el horror. El Golpe, la Dictadura, su paso por el centro de torturas del Buque Escuela Esmeralda, su salvada del Buque Lebu y luego un largo período en el Cuartel de la Armada en el Cuartel Silva Palma, en el Cerro Artillería de Valparaíso. Pocas veces he escuchado a un hombre narrar su paso por el infierno y preocuparse por la naturaleza del mismo, por la psicología de los torturadores, por sus conflictos de clase, por la conducta de los interrogados y por la forma de seguir en combate aún en esas circunstancias. Muy lejos del martirologio y de la llamada «aristocracia del dolor», Juan pudo sacar conclusiones políticas aún de esas horrorosas experiencias. Esto solo puede hacerse solo si se tiene una altísima conciencia del papel jugado en esa lucha y de la propia identidad de clase.
Luego de eso el exilio, la diáspora: Cuba, Italia, Suecia, Inglaterra. La repartición y la estratificación de los exiliados latinoamericanos como primera medida de que la lucha de clases seguía su curso más allá de Los Andes. Concordante con la derrota Juan contaba este período ya en un tono más personal. Recuerdo, por ejemplo, vivamente como contaba la llegada de Sofía Loren a un acto del partido Comunista Italiano en solidaridad con el pueblo chileno y en general la forma como tanto Fidel como la socialdemocracia europea comienzan a desentenderse de los perseguidos, en claro reflejo del papel jugado por ambas fuerzas durante el proceso chileno.
Su período más largo fue en Suecia, lugar en el que participó activamente en la organización de los trabajadores gráficos. En este espacio jugó un papel de dirigente interactuando con la militancia del grupo Militant de Ted Grant. Un ojo en Suecia, otro en Chile.
Con el fin de la Dictadura Juan regresa a Chile y a su militancia en el Partido Socialista intentando —infructuosamente— la formación de una corriente obrera, clasista dentro del PS. Muy pasados los 2000, 2010 quizá, me tocó conocerlo. Desde el 2014 trabajamos en diversas iniciativas de difusión de las ideas revolucionarias, así las cosas junto a Arnaldo Torres e Ibán de Rementería, participaron en la primera etapa de la revista El Porteño, integrando su equipo editorial. Irreconciliables diferencias políticas impidieron proseguir en el trabajo conjunto. Sin embargo, este hecho nunca impidió la discusión franca, terminante pero fraterna. Juan nunca rompió con el PS, siendo consciente del derrotero burgués y del papel jugado por este en los últimos 30 años. Nunca rompió, porque como muchos trabajadores no logró ver un camino distinto y abrigó siempre la expectativa de que de alguna forma una poderosa acción de las masas lograra cambiar el curso del proceso.
Pero lo dicho no impide despedir a Juan Azúa el socialista, el revolucionario y el interminable ajedrecista. Su nieto Gabriel puso una pieza de ajedrez en su camisa —imagino que fue el Rey— el local del PS en Almirante Montt estaba hoy atiborrado de quienes llegamos a ofrecer nuestros respetos a la familia y especialmente a su hija, Ximena. Adiós Juan, que la tierra te sea leve, hasta el Socialismo, siempre.
(En la foto de portada, primera formación de El Porteño: sentados Ibán de Rementería, Juan Bautista Muñoz, Denis Barría y Juan Azúa; de pie José Miguel Bonilla y Gustavo Burgos)
Anexo: El Porteño en Portales emitido el 17 de noviembre de 2018 en Radio Portales. Relatos directos de María Teresa Ríos, Juan Azúa y Arnaldo Torres , militantes del Partido Socialista, quienes estuvieron a partir del 13 de septiembre de 1973 en el centro de tortura y exterminio, establecido por la Armada en el Buque Escuela Esmeralda. Proyección política de los hechos en el marco de la lucha por los DDHH y el socialismo.