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Diez años después del crack, los factores para una nueva recesión se agudizan

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Judy Beishon 

Socialist Party (CIT en Inglaterra y Gales)

No todo pinta bien para el capitalismo. El nerviosismo económico se desarrolla en paralelo a la volatilidad política, tal como demuestra que los picos alcanzados en el mercado bursátil de diciembre de 2017 se transformaran en masivas caídas dos meses después. Por otra parte la colosal deuda privada y pública acecha el sistema, limitando el margen de maniobra del sistema. En realidad, la economía global no se ha recuperado del crack de 2007/08.

Una deuda agobiante

El año 2018 comenzó con los economistas burgueses aplaudiendo el crecimiento global sincronizado y el récord de los mercados de valores, y debatiendo si calificarlo de recuperación, expansión o boom. La capitalización bursátil mundial de 2017 alcanzó un volumen sin precedentes, superior a los 80 billones de dólares, cerca de 17 billones más que su pico anterior a la crisis de 2008. Respecto al PIB mundial, no sólo el FMI y otras instituciones estimaron un crecimiento para 2017 en torno a un 3% o incluso más, también apuntaron a que los próximos dos años registrarían incrementos aún mejores.

Sin embargo, cuando los poderosos del mundo se reunieron en Davos el pasado mes de enero, su entusiasmo se combinó con precaución y malestar. En particular, estaban preocupados por cómo la inestabilidad política y la crisis medioambiental podrían impactar en la economía. Aspectos como el proteccionismo comercial, las guerras, el aumento de los refugiados, la desigualdad y el cambio climático influiría en las perspectivas para la recuperación. El nerviosismo se recrudeció cuando a principios de febrero los precios de los bonos y las acciones bursátiles cayeron repentinamente, y el Financial Times se sintió obligado a prevenir contra el pánico.

En los círculos más serios hay conciencia de que la “tendencia al alza” de las acciones es insostenible, mientras se cuestiona la solidez y durabilidad del crecimiento actual. Los colosales niveles de deuda son una amenaza importante: la deuda global combinada de las empresas, gobiernos y particulares pasaron de 142 billones de dólares en 2007 a 232 billones de dólares en 2017, un incremento espectacular en términos absolutos, alcanzando el 318% del PIB mundial.

La profunda crisis financiera de hace diez años sacudió a las principales economías capitalistas, y la recuperación de los años posteriores ha sido muy lenta. Respecto a la economía más grande del planeta, la de EEUU, Martin Wolf escribió lo siguiente en enero: “La economía estadounidense es un 17% más pequeña de lo que habría sido si hubiese continuado la tendencia alcista de 1968-2007. Desde el inicio de la recuperación, en 2009, la tendencia ha sido mucho más lenta. Lo mismo se aplica a la productividad laboral, cuyo crecimiento sigue bajo”.

Los economistas capitalistas llevan tiempo desconcertados por el crecimiento mediocre de la productividad en los países más desarrollados, y están señalando que también se está desacelerando en las llamadas economías emergentes, acompañado por la ralentización de sus tasas de crecimiento.

Expansión cuantitativa

Como reflejo de la perseverante falta de confianza en la recuperación y su debilidad subyacente, muchas de las medidas de estímulo introducidas en la crisis de 2007-08 continúan de una forma u otra. Los tipos de interés siguen extremadamente bajos y la expansión cuantitativa —EC, las inyecciones masivas de capital de los bancos centrales para proporcionar créditos a interés cero y comprar activos dudosos de la banca privada— siguen en curso. El Banco de Japón continúa comprando activos en la tercera economía más grande del mundo a un ritmo de 30.000 millones de dólares mensuales, sin un final a la vista. Por su parte, el presidente del BCE Mario Draghi señaló que “ve muy pocas posibilidades de que los tipos de interés suban este año”. El Banco de Inglaterra no ha empezado aún a vender los 435.000 millones de libras que adquirió en activos posteriores al crack, y la Reserva Federal estadounidense (Fed) está dando marcha atrás muy lentamente en su programa de estímulo, que alcanzó los 4,5 billones de dólares en los últimos tres años.

Esas ingentes inyecciones de capital, sólo en EC más de 10 billones de dólares, junto con tipos de interés cero o muy bajos, sacaron a las economías de la recesión e impidieron bancarrotas a una escala similar a los años treinta. En un contexto de débil crecimiento global, algunos de los países de la eurozona, que fueron los más afectados por la recesión, han logrado regresar a tasas de crecimiento previas a la crisis gracias a los rescates, pero han sufrido daños económicos adicionales por los planes salvajes de austeridad.

Baja inversión, caída de la productividad y especulación financiera

Los paquetes de estímulo y rescate han sido una bonanza para los más ricos, que han incrementado el valor de sus principales activos financieros, ya sea en deuda pública o empresarial, y en acciones bursátiles. Pero al mismo tiempo, el panorama está dominado por una crisis de baja inversión productiva y productividad.  En las siete economías más grandes, “las tasas netas de inversión son más bajas que antes de la crisis financiera; y la productividad laboral está por debajo de su media entre 1995 y 2007”. Escribe Wolf (Financial Times. 5/12/17)

En lugar de invertir, los ‘capitanes de la industria’ se han beneficiado de la caída obscena de los salarios y el incremento de las acciones. Esos logros son el fruto de que las rentas del trabajo han reducido su cuota en la riqueza total producida, y de un empeoramiento claro en las condiciones laborales y el bienestar de los trabajadores. Deslocalizando la producción a países con salarios más bajos, utilizando trabajadores inmigrantes o nativos pero con bajos salarios, expandiendo la precariedad, o recurriendo al uso de la tecnología para explotar aún más la fuerza de trabajo… han estimulado los beneficios empresariales.

La fabulosa acumulación de riqueza de los que están arriba, también procede de la ‘ingeniería financiera’. Muchas empresas compran sus propias acciones a una escala inmensa, a menudo con dinero prestado a tipos de interés bajos. Este mecanismo se ha convertido en la forma principal de adquisición de acciones por parte de los ejecutivos de las empresas y repartir dividendos entre los accionistas.

Sólo en los últimos dos años las empresas del índice estadounidense S&P 500 han gastado 1,1 billones de dólares en la recompra de acciones. Las recompras reducen el número de acciones disponibles, aumentando así las ganancias por acción y tirando al alza su valor bursátil.

Las instituciones financieras se han convertido en la fuente más importante de especulación, invirtiendo inimaginables sumas de dinero en los mercados de divisas y valores, en los fondos de capital riesgo y otras formas de la “economía casino”. Las criptomonedas, como el bitcoin, se han convertido en una nueva herramienta de especulación y de ocultación de dinero. Aunque ahora tienen un ‘valor’ superior a los 700.000 millones de dólares, todavía no están lo suficientemente integradas en los canales convencionales para que su volatilidad altere la economía mundial. Pero la situación puede cambiar, y ya hay numerosos llamamientos a que sean reguladas debido a la inestabilidad agregada que pueden traer si su uso continúa aumentando.

Aumento de la desigualdad

Son muchas las instituciones económicas internacionales que lloran lágrimas de cocodrilo y avisan en los medios de comunicación sobre los peligros del aumento de la desigualdad. Eso fue lo que hizo la directora del FMI, Christine Lagarde, cuando se refería a los temores a que el aumento de la desigualdad en muchos países esté llevando a “fracturas” sociales.

Las cifras crudas son muy impactantes. Ocho multimillonarios poseen la misma riqueza que 3.600 millones de personas en el mundo, señaló un informe de la ONG Oxfam hace un año. Desde entonces, el 1% más rico del mundo ha acaparado el 82% de toda la riqueza generada. La mitad de la población con menos recursos del planeta no tuvo ningún aumento.

El estancamiento y la caída de los niveles de vida no se limitan a los antiguos países coloniales. En EEUU, 41 millones de personas viven en condiciones de pobreza, mientras el salario mensual medio para los trabajadores a tiempo completo apenas ha aumentado en términos reales (ajustada la inflación) desde 1979. En Gran Bretaña los aumentos salariales son menores que la tasa de inflación y las familias aún están peor en términos reales de lo que estaban en 2007. Además, los empleos de calidad han sido reemplazados por otros peor remunerados, a tiempo parcial y precarios, como lo atestiguan muchos millones de personas. La introducción de nueva tecnología a menudo es utilizada para reducir la cantidad total pagada a los trabajadores a través de recortes de empleos, horas o salarios, y someterles a una mayor vigilancia y explotación.

Todo esto son signos del callejón sin salida de las economías capitalistas. En la búsqueda del beneficio a corto plazo de las clases dirigentes, los ataques a los servicios públicos y el estado del bienestar han llegado muy lejos. Respecto a Gran Bretaña, incluso Lagarde concluyó: “No hay mucho margen para nuevos recortes del gasto”, para recomendar a continuación ¡subir los impuestos y reducir o privatizar el sistema público de la sanidad!

Para los super-ricos, un sector público reducido sirve a dos propósitos. En primer lugar, como un medio de pagar menos impuestos; en segundo lugar, como una fuente para hacer fabulosos negocios con la privatización de los servicios vitales.

Los economistas burgueses no tienen una idea real de lo que sucederá en el próximo período y qué políticas adoptar. No hay modelos académicos que puedan plantear cuáles serán los efectos de una inversión y productividad bajas y prolongadas, o la retirada de las grandes cantidades de capital dedicadas al rescate del sector financiero. La mayoría es consciente de que las economías capitalistas tienen ciclos alcistas y bajistas, como explicó hace mucho tiempo Carlos Marx. Esto significa que tienen que retirar, en un momento dado, las medidas de estímulo y subir los tipos de interés (como están haciendo algunos bancos centrales) en un intento de evitar una inflación potencialmente alta, y así retener algunas herramientas para contrarrestar la próxima recesión. Al mismo tiempo, estas medidas son frenos para el crecimiento económico, y con un endeudamiento tan masivo el aumento de los tipos llevará a muchas empresas e individuos a graves dificultades o a la bancarrota, sin descartar esta perspectiva incluso para países enteros.

Recorte de impuestos en EEUU

Como si los grandes capitalistas no se hubieran embolsado lo suficiente, los nuevos recortes de impuestos a las grandes empresas y magnates propuesta por Donald Trump son una nueva y enorme transferencia de riqueza a la elite estadounidense. Trump justificó la reducción de impuestos para animar la inversión económica y estimular la creación de empleo. Además, de esta manera atraería al mercado doméstico billones de dólares que ahora están en el extranjero.

Aunque algunos de los recortes temporales de impuestos (y en algunos casos bonificaciones de los empresarios) pueden significar algún tipo de estímulo, incluso los economistas de derechas han descartado las previsiones optimistas del Presidente norteamericano. Por ejemplo, Wolf escribía: “Una idea más plausible es que con estas medidas aumentarán los precios de las acciones y la desigualdad. La experiencia británica sobre esto es aleccionadora. La reducción de impuestos a las empresas al 19% en Gran Bretaña, hizo poco por la inversión o los salarios reales”.

La anterior “fiesta de repatriación de impuestos” en 2004, llevó a transferir más de 300.000 millones de dólares que estaban en el extranjero a EEUU, pero la mayoría de ese capital fue utilizado para recomprar acciones y dividendos. Fue “un método inefectivo de aumentar el crecimiento económico”, según el servicio de investigación del Congreso de EEUU, y muchos de los empresarios que se beneficiaron de la medida eliminaron empleos en lugar de crearlos.

Tras el éxito de Trump en aprobar los recortes de impuestos acordados, Wells Fargo, el tercer banco más grande del país, anunció una recompra de acciones por valor de 22.600 millones de dólares. Otras empresas están dedicando miles de millones de dólares a lo mismo. Para los ricos es una doble bonanza: recortes de impuestos, utilizados para conseguir aún más dinero a través de la especulación financiera.

Como estas medidas de rebajas de impuestos agregarán 1,5 billones de dólares a la deuda del gobierno estadounidense en la próxima década, que ya supera los 20 billones de dólares, no todos los congresistas republicanos apoyaron el paquete. El déficit norteamericano en 2019 llegaría a representar el 5,7% del PIB, con un endeudamiento anual superior a 1,1 billones de dólares, una cifra sin precedentes. Lagarde aludió en Davos a que los recortes de impuestos llevarán a “riesgos serios” y a “un impacto en la vulnerabilidad financiera” de EEUU. Un endeudamiento más alto del gobierno estadounidense puede llevar al aumento de los tipos de interés, y el incremento del déficit presupuestario reducirá la capacidad de la Fed para contrarrestar la próxima recesión.

Proteccionismo

Otra fuente de gran inestabilidad para el capitalismo global es el aumento de las tensiones comerciales y las medidas proteccionistas. En un mundo donde las economías son más interdependientes que nunca, la retórica de “América primero” de Trump ha intensificado el temor a una posible espiral de medidas proteccionistas. Por supuesto, este problema ya existía antes de la llegada de Trump, con un retroceso de la globalización que se manifiesta en el hecho de que la Organización Mundial del Comercio (OMC) no ha firmado un solo acuerdo multilateral desde su fundación en 1995. Pero las amenazas de Trump a la UE y China de medidas proteccionistas en sectores como el acero, el químico y otros muchos, aumentan la preocupación general.

La mayoría de la clase trabajadora estadounidense y del mundo se ha vuelto hostil a los tratados y leyes de libre comercio, porque están diseñadas para satisfacer las necesidades de las grandes empresas. Regiones o sectores laborales enteros que sufren pérdidas de empleo a gran escala son vistos como bajas necesarias por los arquitectos de estos tratados. Es precisamente esta hostilidad en la que se basó Trump para ser elegido Presidente. Ahora cuando se habla del “aislacionismo” de EEUU, las dificultades también se revelan. Otras administraciones estadounidenses anteriores impusieron aranceles a las importaciones de acero y neumáticos, y elevaron el coste de estas mercancías. La consecuencia fue pérdidas netas de empleo, precisamente los que Trump pretende evitar. Y cuando otros gobiernos tomaron represalias elevando sus propias barreras arancelarias, las exportaciones norteamericanas se vieron afectadas negativamente.

Trump no es totalmente previsible y no necesariamente actuará siempre en el mejor interés del capitalismo norteamericano, tomado globalmente. Utilizó el populismo de derechas para ganar apoyo, y en algunos terrenos podría decidir cumplir sus promesas frente a la oposición empresarial. Pero en última instancia, ni el proteccionismo ni la reducción de barreras pueden resolver los problemas de EEUU ni otras potencias capitalistas que compiten por los mercados en un mundo con una demanda limitada.

Resulta irónico que el déficit comercial de EEUU creciera un 12% el primer año de Trump, incluyendo un nivel récord con China. Las tensiones comerciales y en otros terrenos estratégicos se han incrementado entre China y EEUU. Las maniobras militares y las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, son un claro ejemplo. En 2016, las exportaciones estadounidenses supusieron sólo el 12% del total global, mientras que las chinas llegaron al 17%, la mayor cuota mundial.

No obstante, el desarrollo económico de China en los últimos años ha sido impulsado por una ola masiva de préstamos, mientras las dificultades se han profundizado. El crecimiento oficial ha sido del 6,9% en 2017, significativamente más bajo que el 9% promedio de los últimos veinticinco años. El régimen chino posee grandes activos que puede utilizar para intervenir en su economía: la mayoría de su sistema bancario es propiedad y está controlado por el Estado. Pero la magnitud de los desequilibrios, incluido un inmenso sector bancario en la sombra y la montaña de deuda pública y privada, son una bomba de relojería para el régimen, que debe tratar de mantener el crecimiento e intentar evitar una rebelión social.

Otra causa de tensión entre las potencias mundiales ha sido el valor de las divisas. El dólar norteamericano ha caído más de un 14% frente al euro desde que Trump llegó al cargo. Eso ayuda a las exportaciones estadounidenses pero, temiendo una nueva ronda de devaluaciones competitivas de la moneda además de las que resultan de la flexibilización cuantitativa, las principales economías del mundo acordaron el pasado mes de octubre no alentar la caída de sus monedas.

¿Puede repetirse el crack?

Los ciclos en la economía capitalista son tan inevitables como cuando Marx los analizó en el siglo XIX; las bases del sistema no han cambiado. La próxima recesión llegará, la única pregunta es cuál será su profundidad. Muchos economistas manifestaron que 2007-08 no se repetirá porque los gobiernos habían impuesto cambios importantes a las instituciones financieras, por ejemplo, los bancos debían poseer más reservas de capital. “Pero el capital aún fluye libremente alrededor del mundo; los desequilibrios en cuenta corriente entre países son más grandes que nunca; los derivados financieros siguen siendo desconcertantes y peligrosos”, según el editor de economía de Sky, Ed Conway. (Times. 11/8/17)

Las propuestas Dodd-Frank de EEUU en 2010 pretendían ayudar a prevenir una nueva crisis, pero ninguna de esas medidas limitadas podría hacerlo y ni siquiera todas se implantaron. La economía de mercado, por su propia naturaleza, se mueve por el máximo beneficio y en gran medida no está planificada, así que ninguna regulación será capaz de eliminar las crisis.

Todas las causas fundamentales que dieron lugar al crack permanecen. La recuperación actual se basa en nuevas burbujas y el aumento de la deuda. No sólo las acciones están excesivamente sobrevaloradas sino que también lo están los bonos El veredicto del columnista de The Guardian Larry Elliot es: “Problemas estructurales profundos, excesiva dependencia de la deuda para apoyar el consumo, una década perdida de crecimiento de la productividad, desigualdad creciente de la renta, no han desaparecido y sencillamente se han disfrazado por un repunte cíclico fuerte”. (8/1/18)

Además de las debilidades económicas que se remontan a antes de 2007, y de las muchas fuentes potenciales de inestabilidad política, hay nuevos factores financieros de desestabilización. El crack de 2007 se desencadenó por el hundimiento del mercado de hipotecas subprime, pero todavía quedan en los bancos montañas de préstamos irrecuperables: sólo los bancos de la eurozona tienen casi 800.000 millones de euros en créditos malos, muchos de ellos en posesión de los bancos italianos.

Ninguna recesión futura será una repetición exacta de una anterior y es imposible predecir los desencadenantes específicos, el tiempo o la profundidad. Pero todos los datos indican que puede ocurrir una crisis tan profundo o más que la de 2007-08.

Estancamiento y crisis

La humanidad se enfrenta a un crecimiento económico frágil o al estancamiento intercalado con repetidas crisis. Las potencias capitalistas no tendrán herramientas contundentes para contrarrestar una próxima crisis. Dada la debilidad de las economías, es improbable que sean capaces de que los tipos de interés regresen a niveles altos para luego estar en condiciones de reducirlos significativamente y proporcionar un gran estímulo. Pueden recurrir a inyecciones de liquidez pero esto elevaría los niveles de deuda a cotas incluso superiores a las actuales, acumulando aún más desequilibrios e inestabilidad.

Además, la cooperación entre las potencias mundiales tras la crisis de 2007-08 para inyectar liquidez en el sistema financiero podría ser mucho menor en la próxima, cuando las divisiones y las tensiones entre ellas aumenten. Su falta de soluciones se deriva de la crisis a largo plazo de un sistema que ya no puede llevar a cabo su misión histórica original de desarrollar las fuerzas productivas. Incapaz de acabar con el desempleo, la pobreza, la guerra y la  contaminación, la clase capitalista se centra de manera parasitaria más en la ganancia a corto plazo que en objetivos a largo plazo.

Su sistema está basado en la producción para el beneficio no en la satisfacción de las necesidades sociales. Por eso se las tendrán que ver con un aumento de las contradicciones internas: límites del poder adquisitivo de la mayoría explotada; una tendencia general subyacente de la caída de la tasa de beneficios debido a la mecanización y la automatización; y las contrapresiones entre la tendencia a la globalización y la existencia de los estados nacionales.

Los límites del poder adquisitivo están ilustrados claramente en la experiencia de Japón, que ha estado intentando durante tres décadas incrementar la demanda doméstica. El primer ministro Shinzo Abe incluso ha apelado a los empresarios para que aumenten los salarios un 3% esta primavera, y así incrementar la demanda y mantener a raya la deflación. Sin embargo, será difícil encontrar empresarios que estén dispuestos a subir los salarios por el bien de la salud del capitalismo. Para lograrlo, será necesaria una acción sindical decidida.

Por supuesto, los diez años desde el crack han sido mucho más que una historia económica. Comentando el ascenso del populismo de derechas, Wolf escribía melancólicamente: “La creciente desigualdad puede acabar con la democracia… al final”. (Financial Times. 19/12/17). Pero la dinámica de la lucha de clases también ha visto un repudio creciente a la austeridad y la desigualdad. La década ha visto el apoyo significativo a políticos y formaciones de otro signo: Bernie Sanders se convirtió en el político más popular de EEUU, Jeremy Corbyn aumentó el voto al Partido Laborista en Gran Bretaña, Syriza (antes de su traición) obtuvo un 36% en las elecciones general, Podemos en el Estado español cosechó más de 5 millones de votos, Jean-Luc Mélenchon recibió siete millones en Francia, entre otros. El voto al brexit y la elección de Trump fueron, en lo fundamental, expresiones de rabia contra la polarización de la riqueza y el entonces fracaso de las fuerzas de izquierda y antiausteridad de presentar una alternativa real.

Estos acontecimientos y muchos más han sido las consecuencias políticas del crack de 2007-08. Luego se ha producido una cierta espera entre la clase trabajadora y las clases medias empobrecidas para que cambiara la marea y recuperar los niveles de vida perdidos. A medida que crece la comprensión de que eso no va a suceder para la inmensa mayoría, y que las nuevas generaciones ya no se enfrentan a un futuro mejor que las anteriores, crecerá el interés en las ideas del socialismo como la única alternativa.

Los jóvenes en EEUU lideran el camino. Una encuesta del pasado mes de noviembre mostró entre los milenials más apoyo al socialismo que al capitalismo. Cuando se construyan nuevos partidos revolucionarios de masas, basados en la clase trabajadora y los sindicatos, serán enormemente atractivos si presentan audazmente programas que puedan barrer este sistema capitalista podrido hasta la médula.

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