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Barcelona, 1937: 4 días de mayo que señalan el fin de la revolución social

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Revolución social española de 1936 - Wikipedia, la enciclopedia libre

Durante cuatro días de mayo, ahora hace 84 años, las calles de Barcelona y de otras ciudades de Cataluña se poblaron de barricadas.

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez

Durante cuatro días de mayo, ahora hace 84 años, las calles de Barcelona y de otras ciudades de Cataluña se poblaron de barricadas.

En ellas trabajadores armados, anarcosindicalistas y poumistas, defendieron desesperadamente lo que habían conquistado a lo largo de nueve meses de una revolución que habían ganado cuerpo a cuerpo a la sublevación militar-fascista, cumpliendo así una lejana aspiración liberadora. Lo hicieron con más amargura que fe en la victoria, como reflejan las diversas crónicas de aquellas jornadas, especialmente en el “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell, traducido en multitud de idiomas, y el mayor clásico sobre la guerra (y la revolución) española, tantas veces reeditado. Todos estos testimonios corroboran que Mayo no pudo ser como julio del 36, entre otras cosas porque pesaba entre los trabajadores no solamente el temor por Ias ventajas que pudieran extraer los mal llamados “nacionales” de un enfrentamiento armado en el campo de la izquierda, sino también la comprensión del precio que se está pagando por las concesiones y compromisos del período anterior.

Las tensiones venían de atrás, la restauración republicana se estaba extendiendo, y estaba impaciente por cerrar la fase revolucionaria. El primer 1 de mayo de la Barcelona roja y negra, no se pudo celebrar. El 3 de mayo, lunes, allá por las tres de la tarde, Rodríguez Sala, militante del PSUC, comisario general de Orden Público del Gobierno de la Generalitat, actuando de acuerdo con el conseller (ministro) de Seguridad Interior del gobierno, Aiguadé, militante de Esquerra Republicana de Cataluña, asalta la Telefó­nica de Barcelona, empresa con­trolada desde las jornadas de julio del 36, por un comité UGT­-CNT, dominado por la CNT. Los consejeros cenetistas en el go­bierno exigen sin resultado la destitución inmediata de Rodrí­guez Salas y Aiguadé. Cuando se va conociendo la noticia del asalto, Barcelona se llena de barricadas levantadas por militantes de la CNT y también del POUM. “El espíritu del 19 de julio se ha apoderado nuevamente de Barcelona”, declara la ejecutiva del POUM.

Azaña, instalado en Barcelona y tan preocupado por su seguri­dad personal como por el “orden público”, hace llegar a Largo Ca­ballero una petición de refuerzos policiales. Aiguadé hará lo mismo, de acuerdo con Companys, solicitando “el envío urgente de 1.500 guardias indispensables para sofocar el movi­miento”. En el cinturón obrero de Barcelona, los militantes de la CNT eran dueños de la situa­ción; en la barriada de Sants, por ejemplo, el comité local de la CNT detiene a 400 guardias republicanos. El día 4, martes, Largo Caballero no se decide a enviar refuerzos. Se recrude­cen los enfrentamientos en la calle, como “guerra de posicio­nes”, manteniéndose los combatientes en sus barricadas o edificios ocupados, pero sin tratar de conquistar posiciones enemigas. A las dos de la tarde, la CNT y la FAI dan la orden de alto el fuego: “¡Deponed las armas! ¡Comprended que somos hermanos! Si nos combatimos entre nosotros mismos estaremos perdidos”.

La Batalla, órgano del POUM, llama a permane­cer “en estado de movilización permanente”.

Largo Caballero propone que una comisión de la UGT y la CNT se traslade a Barcelona para buscar el fin de las hostilidades y “para evitar la incautación de los servicios de orden público por el Gobierno Central”. Los mi­nistros del PCE, junto a Prieto y los de Izquierda Republicana, presionan a Largo Caballero para que el gobierno se incaute el control del orden público y la política militar en Cataluña. A la una de la tarde, Companys da prácticamente el “visto bueno” a esta posibilidad de incauta­ción. Largo Caballero espera to­davía el resultado de las gestio­nes de la comisión UGT-CNT. En nombre de la ejecutiva del POUM, Juan Andrade anima diversas reuniones con la dirección de la FAI buscando un acuerdo. La última propuesta la basa en considerar que casi toda la ciu­dad de Barcelona, salvo el centro en torno al Palacio de la Generalitat, está en manos de las fuerzas de la CNT y el POUM. Se trataba pues de “un avance metódico, dirigido por especialistas militares, de las fuerzas combatientes cenetistas y poumistas hacia el centro de la Generalitat, para tomar ésta.

5 de mayo, miércoles, al mediodía el gobierno central suprime las compe­tencias de la Generalitat sobre orden público y defensa. Prácticamente desaparece la autono­mía catalana, pero Companys declara: “El Gobierno de la República, con más medios de los que dispone la Generalitat, puede hacer frente a las necesi­dades del momento. No son horas de comentario, y lo único que se puede y se debe recomen­dar, si queremos defender los intereses de la guerra contra el fascismo, es la colaboración leal y resuelta con el gobierno de la República”. Se constituye un gobierno pro­visional de cuatro consejeros, uno de cada fuerza política: ERC, CNT, Unió de Rabassaires y UGT-PSUC. Antonio Sesé recién nombrado consejero en representación de UGT -PSUC es asesinado. El PSUC acusa del crimen a “provocadores trotskistas al servicio del fascismo”. Por su parte, “Los amigos de Durruti” un pequeño grupo escindido de la CNT-FAI difunde una octavilla donde afirma: “Se ha formado en Barcelona una Junta Revolucio­naria. Todos los elementos res­ponsables del intento subversivo que maniobran al amparo del gobierno deben ser pasados por las armas. En la Junta Revolu­cionaria tiene que admitirse al POUM, porque se ha situado al lado de los trabajadores”. Andrade define a este grupo di­ciendo: “no eran nada en el plano orgánico y eran un monu­mento de confusión en el terreno ideológico”. Nunca llegó a cons­tituirse realmente esa “junta re­volucionaria”.

Prosiguen los llamamientos de la UGT y la CNT a la calma. Mientras el PSUC redobla los ataques contra el POUM. Miguel Valdés, uno de sus dirigentes, declara: “Compañeros de la CNT, no hemos de malgastar un minuto más; hay que acabar con el trotskismo criminal que desde sus periódicos sigue incitando a los antifascistas de Cataluña a que se maten entre sí”. En la madrugada es asesinado Camilo Berneri, anarquista italiano, una de las figuras más respetables del mo­vimiento libertario. La situación va calmándose. El POUM da la orden de retirarse de las barri­cadas y volver al trabajo. Los obreros vuelven al trabajo mientras que 1.500 guardias de asalto en­viados por el gobierno central se aproximan a Barcelona; no será necesario bombardear como se llegó a plantear. El 7 de mayo, viernes, llegan los guardias a Barcelona, junto a una fuerza de carabineros enviada por el entonces ministro de Hacienda Juan Negrín. Por tierra y mar siguen llegando refuerzos, hasta sumar en pocos días 12.000 hombres. La CNT da instrucciones a sus militan­tes de no obstaculizar su llegada a Barcelona.

Desde el lado revolucionario, la discusión no pasa tanto por las perspectivas que se abrían. Ésta era una convicción que resultaba muy minoritaria. La defienden con entusiasmo los jóvenes trotskistas que se hacen llamar bolcheviques-leninistas y que están en conflicto abierto con el POUM, y “Los Amigos de Durruti”, y no sin dudas. Pasa por lo tanto más por crear una correlación de fuerzas que permita unas garantías contra la represión. En el lado de las barricadas no se comprendió todo lo que estaba realmente en juego en aquella batalla en la que los dirigentes de la CNT ya no estaban por la labor. Aún hoy causa estupor leer el primer comunicado de la dirección del POUM tras el abandono de las barricadas el 6 de mayo; “El proletariado ha obtenido una importante victoria parcial (…). Ha desbaratado la provocación contrarrevolucionaria. Le ha asestada un serio golpe a la burguesía y al reformismo”. Esto es justo la historia revés.

En el otro lado de las barricadas sí había una conciencia de lo que estaba en juego. La hubo en realidad desde el 19 de julio de 1936, cuando Companys consiguió convencer a la dirección de la CNT que dejaran en pie la institución de la Generalitat republicana, y la hubo después día a día en la paciente tarea de reconstruir el poder democrático burgués y poner fin al poder embrionario establecido por los comités y las milicias obreras. El papel decisivo en esta tarea correspondió al PSUC, y en especial al sector compuesto por consejeros y expertos enviados por Stalin. Ellos fueron los –tristes- vencedores de las jornadas de mayo. Una victoria que hoy ya nadie reclama.

La controversia sobre el significado de los hechos de mayo de 1937 en Barcelona sigue en pie, aunque en el presente solamente una minoría más bien patética se atreve a refrendar la actuación estaliniana. Nadie puede defender seriamente las calumnias estalinistas sobre una “conspiración fascista” a través del POUM, y por lo mismo, toda la trama que acompaña al secuestro, tortura y muerte de Andreu Nin. Una trama que ya ha sido desvelada en buena parte por el documental del investigación producido por TV3 Operació Nikolai, un modelo de investigación periíodística.

Sin embargo, esto no quiere decir que existe una “justificación”, aunque sea -ironías de la historia- en clave anticomunista. La actual historiografía dominante interpreta los acontecimientos de entonces en clave democrático actual, situando al movimiento obrero como elemento subalterno a la burguesía republicana. La democracia representativa –nos dicen- es una garantía contra la aventura revolucionaria, a la que la derecha amputa la principal responsabilidad del estallido de la guerra. Desde esta perspectiva, contemplan lo que sigue a los hechos de Mayo como algo turbio y lamentable, pero finamente justificable. Aceleró la restauración del orden republicano anterior a la sublevación militar-fascista. El paso siguiente es atribuir el “trabajo sucio” a los comunistas, o a los soviéticos, en exclusiva.

Para la izquierda con vocación alternativa, los “hechos de mayo” tienen un enorme poder simbólico, amén de una importancia histórica de muy amplio alcance. Como recordaron algunos durante las jornadas francesas de mayo del 68, en hojas en las que se rememoraba la revolución en Cataluña durante la guerra civil en general y mayo como parte de ella, estas jornadas representan una de las escasísimas experiencias en Europa occidental de lucha de masas por una revolución socialista liberada de la burocracia. Pero por supuesto, esta es una interpretación. Actualmente es parte de un debate abierto entre los historiadores, pero también entre sectores de la izquierda, y muestra de ello la tenemos en las actividades que entidades como la Fundació Andreu Nin y otras, están tratando de impulsar a través de jornadas, conferencias, ediciones. Hablamos de debates abiertos, plurales, porque no hay respuestas sin controversias.

Sin embargo, lo que para la izquierda debe de quedar fuera de toda duda es la necesidad de recordar y homenajear a las víctimas de la represión estaliniana, y muy especialmente a militantes de la categoría moral e intelectual de Andreu Nin, del anarquista italiano Camillo Berneri o del poumista austriaco Kurt Landau, sin olvidar otros nombres menos conocidos. Debemos de recuperar aquel grito de ¡Ber-ne-ri-Nin!, ¡Ber-ne-ri-Nin! que los trabajadores indignados impusieron en el mitin que la CNT celebró a continuación, con el POUM ilegalizado. Un grito que fue expresión de la más alta conciencia social y humana de aquel trágico momento histórico que Walter Benjamín definió como de “medianoche en el siglo”, título por cierto de una novela del emblemático Víctor Serge dedicada a los líderes del POUM desaparecidos o encarcelados. Esta tentativa de reproducir en Barcelona los métodos estalinianos (“la guerra contra el trotskismo”, al decir de Santiago Carrillo que sabe de lo que habla) será la mancha más triste y sucia de la España republicana.

En síntesis:…la respuesta al golpe militar-fascista es ante todo obra de los sindicatos y partidos obreros. El golpe provoca una revolución…a medias. Mientras que por abajo se colectiviza, por arriba se establece una cohabitación con un gobierno que gradualmente tratará de restablecer su autoridad. Esta tarea coincide con la mutación estalinista de la URSS y de los partidos comunistas. Desde entonces el PCE-PSUC abandona la línea unitaria inaugurada en octubre de 1934 para situar la liquidación de la “quinta columna” o sea contra “trotskistas” y anarquistas como una tarea prioritaria. Un giro que adquiere una significación inequívoca a las jornadas de mayo de 1937, que coinciden tanto con el proceso de restauración gubernamental  y con el papel ambivalente de una ayuda soviética que envía militantes pero también policías.  Dicha de otra manera, se trata de la página más oscura y controvertida de la resistencia republicana, la que explica que sea el acontecimiento histórico más controvertido en las interpretaciones de las izquierdas.

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