Reproducido de Socialism Today, número175 – Febrero 2014 [Archivo]
En un intento de responder a la descripción de Lenin por parte de los historiadores capitalistas como un dictador brutal, algunos en la izquierda recurren a Lars T Lih. Éste ha intentado reinventar al líder de la revolución rusa como una especie de liberal bobalicón. Al hacerlo, escribe PETER TAAFFE, se corre el riesgo de perder la comprensión de cómo construir un movimiento capaz de transformar la sociedad.
Lenin
Por Lars T Lih
Publicado por Reaktion Books, 2011.
En la reciente «revolución» en Ucrania – dirigida contra los intentos de Vladimir Putin de chantajear al gobierno ucraniano para mantenerse dentro de la esfera de influencia de Rusia – una multitud demolió la última estatua de Lenin que quedaba en la capital, Kiev. Estatuas como ésta fueron erigidas en el pasado en la antigua «Unión Soviética» por las privilegiadas élites burocráticas estalinistas, que deseaban protegerse de la ira de las masas amparándose en la autoridad política de Lenin. En realidad, les separaba un abismo colosal de las verdaderas ideas de Lenin sobre el socialismo y la democracia obrera.
En el Occidente capitalista había pocas estatuas de Lenin, si es que había alguna, que pudieran ser derribadas. Así que los historiadores y académicos capitalistas, particularmente después del colapso del estalinismo -y con éste, desafortunadamente, de las economías planificadas en Rusia y Europa del Este- hicieron lo siguiente mejor. Vilipendiaron a Lenin y a su colíder de la revolución rusa, León Trotsky, en un intento de desacreditar sistemáticamente las ideas del socialismo y del auténtico marxismo.
En una serie de pesados tomos, un pequeño ejército de «historiadores» modernos, como Richard Pipes, Orlando Figes, y sin olvidar al inimitable Robert Service, emprendieron una colosal reescritura de la historia. Figes fue expuesto públicamente criticando las obras de otros historiadores mientras escribía en secreto reseñas elogiosas de sus propios libros. La «biografía» de Service sobre Trotsky, a la que respondimos tan pronto como se publicó, ha sido desacreditada incluso por los historiadores no marxistas por carecer de toda objetividad.
Hoy, sin embargo, se requiere un nuevo enfoque más «sutil» dada la prolongada crisis del capitalismo, que ha visto un renovado interés en el socialismo y el marxismo. Ya hay una revuelta en el mundo académico contra la anterior concentración en la enseñanza económica pro-mercado y capitalista. Los estudiantes y profesores exigen cada vez más que se les familiarice con las ideas de Karl Marx, así como con las de los economistas keynesianos más «radicales». En esto se puede percibir un elemento de la reaparición de los años 60 dentro de las sagradas instituciones de enseñanza. La enorme radicalización de estudiantes y académicos que se desarrolló entonces fue un reflejo y, hasta cierto punto, precursor de los movimientos de masas de los trabajadores en las décadas de 1960 y 1970.
Este libro de Lars T Lih -publicado por primera vez en la serie «Vidas críticas» en 2011- es una respuesta a esta nueva situación. En él, y en sus otros escritos, simpatiza más con Lenin que los historiadores mencionados anteriormente. Pero la afirmación que figura en la cubierta de que el libro «presenta una sorprendente nueva interpretación de la perspectiva política de Lenin» es, como mínimo, exagerada. El propio Lars admite: «Mi visión de Lenin no es particularmente original y coincide con la mayoría de los observadores de Lenin y su tiempo». Desgraciadamente, «la mayoría de los observadores» siguen sin «simpatizar» con los puntos de vista de Lenin. Este es particularmente el caso cuando se trata del carácter del tipo de partido que la clase obrera necesitará para una lucha exitosa contra el capitalismo y por el socialismo.
Obreros y campesinos
Trotsky, que apenas se menciona en este libro, ofrece un relato mucho más rico de la historia real del bolchevismo en su fase inicial en su inacabada biografía de Stalin, aunque de forma esquemática. También esboza claramente los puntos de vista de Lenin sobre las cuestiones cruciales del carácter del partido revolucionario necesario, y sobre las estructuras y prácticas de dicho partido, incluyendo el centralismo democrático y sus orígenes.
Lars, en cambio, escribe de forma engañosa, turbia y abstrusa: «Lenin tenía una visión romántica del liderazgo dentro de la clase. Trató de inspirar a los activistas de base… con una idea exaltada de lo que su propio liderazgo podía lograr». En la misma línea, el libro está irritantemente salpicado de frases como el «escenario heroico» de Lenin. Luego hay afirmaciones burdas sobre las relaciones entre la clase obrera y el campesinado en Rusia: «Su insistencia en el campesino como seguidor no excluía una visión exaltada, incluso romántica, de los campesinos en la revolución. Los líderes heroicos requerían seguidores heroicos».
Por supuesto, Lenin, como la mayoría de los marxistas, podía ser entusiasta. A su vez, podían entusiasmarse con el espectáculo de los trabajadores en lucha, especialmente cuando se alcanzaba un punto álgido de la revolución. El marxismo está saturado del espíritu del optimismo. Al mismo tiempo, Lenin es mortalmente realista sobre las perspectivas de la lucha de clases en general y sobre todas las cuestiones relacionadas con el destino de la clase obrera. Su visión de la dirección, al igual que la necesidad del partido, no era «exaltada», sino práctica y surgía de lo que era necesario.
Por otra parte, qué podemos pensar de las conclusiones de Lars al final del libro cuando escribe: «El viejo bolchevismo se definía por su apuesta por las cualidades revolucionarias del campesinado. Sin embargo, menos de una década después de su muerte, el régimen fundado por Lenin estaba haciendo la guerra a los campesinos e imponiendo una revolución desde arriba durante la campaña de colectivización, contribuyendo a una hambruna devastadora». (p202)
En primer lugar, el bolchevismo nunca apostó por el campesinado, sino que reconoció que nunca podría desempeñar un papel independiente. Por lo tanto, la cuestión era quién los dirigiría en la revolución, quién satisfaría su demanda de tierra: ¿la clase obrera o la burguesía? La historia atestigua que la clase obrera satisfizo al campesinado en la acción, después de que la burguesía y sus partidos demostraran que nunca darían la tierra, así como la paz y el pan, a las masas, incluidas las masas campesinas. En segundo lugar, es ridículo identificar «el régimen fundado por Lenin», como hace Lars, con el presidido por Stalin, ya, diez años después de la muerte de Lenin, dominado por una élite burocrática privilegiada. De hecho, la viuda de Lenin, Nadezhda Krupskaya, declaró célebremente en 1926 que si Lenin hubiera vivido, habría sido encarcelado bajo el régimen estalinista.
El partido revolucionario
Hay muchas afirmaciones engañosas, y por lo tanto erróneas, como ésta en el libro y, por lo tanto, no puede aceptarse completamente como un relato correcto del papel de Lenin en la historia. Pero ha sido adoptado por algunos en la izquierda, incluso en ciertos círculos cuasi-marxistas. Esto se debe a que la presentación de Lars, particularmente en relación con el centralismo democrático, concuerda con un estrato que rechaza esta idea, el Lenin «duro», en favor de uno supuestamente «más abierto». No es la primera vez que nos enfrentamos a este fenómeno. En los años sesenta y setenta, revistas como New Left Review «descubrían» a necios «teóricos nuevos e innovadores» que luego desaparecían invariablemente casi tan rápido como habían aparecido.
Las ideas de Lars se han convertido en la moda actual de quienes huyen del marxismo genuino y de las verdaderas tradiciones de Lenin y Trotsky. En este sentido, es vital la necesidad de un partido revolucionario basado en las tradiciones del centralismo democrático. Esto no contradice en absoluto la tarea más amplia de organizar un partido obrero de masas en esta etapa. Necesariamente, éste deberá organizarse sobre una base mucho más flexible, que implique una forma de federación y que en Gran Bretaña, por supuesto, esté arraigada en los sindicatos. El mantenimiento de un núcleo marxista claro dentro de estas formaciones más amplias es absolutamente necesario. Sin esto, no habrá ganancias duraderas para la clase obrera.
La historia, incluida la reciente, refuerza este punto. Por ejemplo, las principales fuerzas detrás de la formación del Partido Socialista Escocés (SSP) en 1998 vinieron de nuestro partido. La dirección del Militant apoyó la formación de un partido tan amplio; de hecho, fuimos los primeros en promover esta idea. Pero los dirigentes del Scottish Militant Labour (SML) propusieron y llevaron a cabo, al mismo tiempo que se formaba el SSP, la disolución efectiva del SML en este partido. Esto, a su vez, llevó a su separación del Comité por una Internacional de los Trabajadores (CWI) en Escocia y a nivel internacional. No fueron expulsados, sino que se apartaron voluntariamente de nuestras filas.
En su momento advertimos que esto no sólo significaría el trágico debilitamiento de una organización y tradición revolucionaria distinta en Escocia, sino que, en cierta etapa, también la desintegración completa del SSP. Desgraciadamente, esto se confirmó. Un proceso similar ocurrió en Italia, donde diferentes organizaciones marxistas se unieron a Rifondazione Comunista (RC) cuando se formó en 1991, pero fueron incapaces, con el tiempo, de ganar las filas de este partido hacia una posición marxista clara. Ahora, RC se ha desintegrado efectivamente.
Compárese esto con los logros del Militant, tanto cuando estaba en el Partido Laborista -en 1964, no teníamos más de 40 simpatizantes- como durante nuestra expulsión a finales de los años 80. La conclusión que hay que sacar de esto es que tanto en el caso de Escocia como en el de Italia no había un núcleo marxista suficientemente organizado y políticamente capacitado, capaz de ganar una mayoría en el partido o al menos de ganar números más significativos, que pudieran entonces formar la base de una nueva organización o partido.
La clase, el partido y la dirección
Estos errores provienen de una comprensión incorrecta por parte de algunas fuerzas marxistas de la relación entre la clase, un partido y su dirección. El «centralismo democrático» -el término en sí- no fue una invención de Lenin, sino que fue utilizado por primera vez en el movimiento obrero ruso por los mencheviques dentro del Partido Laborista Socialdemócrata Ruso (RSDLP). Sin embargo, la concepción de un partido, sus métodos de organización y la forma en que deben llevarse a cabo las discusiones y los debates internos, tienen un largo pedigrí, que comienza con los propios Marx y Engels.
Esto se muestra, por ejemplo, en las reglas de la Liga Comunista de 1847, de la que Marx y Engels eran miembros. Incluso antes de que se utilizara el término «centralismo democrático», el concepto fue adoptado dentro de este, el primer partido internacional distinto de la clase obrera.
En sus estatutos, la Liga Comunista establece las condiciones de afiliación: «La subordinación a las decisiones de la Liga… La autoridad del círculo [que comprende una serie de «ramas», tal como lo entenderíamos hoy] es el órgano ejecutivo para todas las comunidades del círculo… Los distintos círculos de un país o provincia están subordinados a un círculo dirigente… La autoridad central es el órgano ejecutivo de toda la Liga y, como tal, es responsable ante el Congreso… El Congreso es la autoridad legislativa de toda la Liga. Todas las propuestas de modificación de los reglamentos se envían a la Autoridad Central a través de los círculos dirigentes y son sometidas por éstos al Congreso… Quien viola las condiciones de afiliación… es, según las circunstancias, apartado de la Liga y expulsado».
Lenin tomó estos y otros ejemplos de la experiencia histórica del movimiento obrero, incluida la socialdemocracia alemana, e intentó aplicarlos a las condiciones específicas de Rusia. El famoso libro de Lenin, ¿Qué hacer?, escrito en 1901, estaba dedicado a la necesidad de un partido centralizado en Rusia. Lars trata, no muy adecuadamente, algunas partes de la historia. Toca los desacuerdos sobre las fórmulas de Lenin en respuesta a la «escuela economista», que creía que había que concentrarse en las luchas puramente cotidianas. Lenin «dobló demasiado la vara», según sus propias palabras, en su descripción de cómo surge la conciencia socialista en el movimiento obrero.
La afirmación de Lenin de que la conciencia socialista sólo podía ser llevada a la clase obrera desde el exterior por la intelectualidad revolucionaria era errónea. También lo tomó prestado del líder socialdemócrata alemán y marxista de la época, Karl Kautsky. Aunque Lenin corrigió esto más tarde, se ha utilizado para justificar el enfoque altanero de los «líderes» autoproclamados, normalmente por organizaciones minúsculas, que proclaman ser «la» dirección de la clase obrera.
Trotsky rindió tributo al trabajo obstinado y minucioso de Lenin al sentar las bases, a través de la lucha de los bolcheviques, del enfoque del partido de masas. Sin embargo, subrayó que era el «vapor», la clase obrera, la fuerza motriz de la revolución. El partido, si actúa correctamente, desempeña el mismo papel que una «caja de pistones» para encauzar esto en una revolución.
Lenin enfatizó el mismo punto en oposición a los ‘comisionistas’ que tomaron forma en la clandestinidad. Desconfiaban de las iniciativas de los trabajadores. Trotsky había advertido de los peligros de la aparición de tales figuras en su folleto de 1904, Problemas políticos. Señalaba que este tipo de comités habían «olvidado la necesidad de apoyarse en los trabajadores, ya que habían encontrado apoyo en los principios del ‘centralismo'». Lenin reconoció los peligros de una interpretación unilateral de lo que intentaba construir cuando escribió: «No pude contenerme cuando oí decir que no había obreros aptos para formar parte del comité». Trotsky señala: «Lenin comprendió mejor que nadie la necesidad de una organización centralizada; pero vio en ella, sobre todo, una palanca para potenciar la actividad del obrero avanzado. La idea de hacer un fetiche de la máquina política no sólo era ajena sino que repugnaba a su naturaleza». (Stalin, p103, edición Pantera)
Centralismo democrático
Lars T hace comentarios generales e incorrectos sobre el centralismo democrático. Escribe que no hubo «una exposición del significado del término -Lenin lo utilizó de pasada para señalar puntos concretos». También afirma: «Los puntos de Lenin habrían sido: ‘El centralismo democrático no es posible en condiciones de clandestinidad. La auténtica democracia interpartidista es obligatoria cuando es posible y prescindible cuando no lo es'».
Pero se equivoca completamente al afirmar, sin ninguna base en la práctica real del bolchevismo, que el centralismo democrático se practicó en una etapa y se retiró de forma completamente arbitraria en otra. Los bolcheviques, como todas las organizaciones genuinamente revolucionarias, se basaron en todo momento en los principios generales del centralismo democrático: máxima discusión hasta llegar a una decisión y luego un esfuerzo conjunto de todo el partido, grupo u organización para aplicar la decisión. Incluso en ese caso, es totalmente falso que toda la discusión y el debate hayan terminado después de la toma de la decisión. La historia del auténtico movimiento obrero demuestra que la discusión vital sobre cuestiones no resueltas continuó en forma de boletines internos, debates, etc., fuera del marco del congreso nacional del partido.
Las diferentes vertientes de esta cuestión pueden ser difíciles de comprender para los intelectuales aislados, pero es una idea que la clase obrera comprende fácilmente, en particular sus capas más avanzadas y orientadoras. Se deriva de la propia posición de la clase obrera bajo el capitalismo.
Nunca en la historia el capitalismo ha estado más centralizado que hoy. Nunca los medios de coerción han estado tan concentrados en las manos del Estado capitalista, como demuestran las revelaciones de WikiLeaks, la vigilancia masiva por parte de los gobiernos capitalistas de sus propias poblaciones, así como de otros gobiernos. Por lo tanto, es inconcebible que una red suelta sea capaz de movilizarse para derrotar a este poder colosal. Sin un partido de masas centralizado capaz de unificar a los trabajadores y de actuar de forma decisiva cuando el momento lo requiera, es imposible llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad, el mayor cambio de la historia de la humanidad.
La clase obrera comprende instintivamente la necesidad de un partido centralizado y la disciplina que conlleva. Esto se demuestra en todas las luchas serias, especialmente en las huelgas, en las que participa la clase obrera. Cuando los delegados sindicales, por ejemplo, son llamados a discutir y debatir una cuestión, y a veces acaloradamente, normalmente se esforzarán por adoptar una sola voz al plantear la cuestión en una reunión de masas. Por supuesto, habrá ocasiones en las que una minoría de delegados y trabajadores no esté de acuerdo con una recomendación, y en esa situación los marxistas defenderían que se celebrara un debate completo.
Estos métodos, que implican elementos de centralismo democrático, son comprendidos por los trabajadores. Así lo demuestra la reciente declaración del Sindicato Nacional de Trabajadores del Metal de Sudáfrica (Numsa). Cuando anunciaron su ruptura con el CNA y apoyaron la idea de un nuevo partido obrero de masas, declararon: «Numsa es un sindicato revolucionario y, como tal, desempeña un papel de primer orden en la derrota del capitalismo y de la explotación que conlleva. Somos centralistas democráticos: creemos en un debate sólido, vigoroso y democrático que conduzca a una decisión y acción unidas».
Un equilibrio móvil
Lo que se plantea entonces es el equilibrio entre la democracia, los debates y discusiones plenas y la defensa de los derechos de todos los miembros a participar en la formulación de la política, y el centralismo, la necesidad de actuar de forma unificada, en cada etapa. Esto no puede decidirse a priori, mediante principios generales aplicables en todo momento con independencia de las circunstancias concretas. La organización, incluso en el partido revolucionario de masas, no es un factor independiente para un marxista. Es una inferencia de la política. Son la política, las perspectivas y el programa, así como las circunstancias concretas, los que determinan qué formas de organización deben aplicarse en cada momento. Pero no es cierto, como sugiere Lars T, que el centralismo democrático se aplique sólo en algunas circunstancias y no en otras. Para los marxistas, el centralismo democrático significa un «equilibrio móvil» entre la democracia y el centralismo, dando énfasis a la democracia o al centralismo dependiendo de las circunstancias concretas.
En condiciones subterráneas, los métodos centralistas tienden a dominar sobre la plena expresión del debate, los derechos y los principios democráticos. Pero esto no significa en absoluto un centralismo total con poca democracia. Por el contrario, mientras luchaban contra el brutal régimen zarista y su policía, los revolucionarios rusos, incluidos los bolcheviques, debatían y luchaban entre sí sobre el programa y la política. Esto era un medio necesario para afinar las armas políticas y teóricas en la preparación de la revolución. Incluso hubo congresos regulares, tanto en la clandestinidad como durante la guerra civil.
Había plena libertad de discusión y debate. Pero esto no significaba para los bolcheviques, especialmente para Lenin y Trotsky, que el partido revolucionario se convirtiera en un club de debate. A los que caracterizan este método como intrínsecamente «malsano», Trotsky les dio un consejo. Ante la desorganización en las filas de sus seguidores en Francia en la década de 1930, comentó: «Una organización más pequeña pero unánime puede tener un enorme éxito con una política clara, mientras que una organización desgarrada por las luchas internas está condenada a la podredumbre». Hay algunas organizaciones en Gran Bretaña y a nivel internacional para las que las palabras de Trotsky son muy adecuadas.
Lars T trata de presentar un Lenin más suave, más «abierto» y «democrático» que la figura «centralista», si no autoritaria, que suelen invocar tanto los historiadores burgueses como la mayoría de los «marxistas». Este ‘nuevo’ Lenin es casi un ‘liberal’ en su supuesta aceptación de la discusión abierta, pública y sin restricciones en un partido revolucionario.
Este nuevo enfoque hacia Lenin distorsiona sus verdaderos puntos de vista. Hubo momentos en los que Lenin y Trotsky abogaron por el tipo de discusión más abierta, incluso en foros públicos y en momentos difíciles, que hasta cierto punto tuvo lugar fuera del partido. Nikolai Bujarin y los llamados «comunistas de izquierda», que le apoyaban en su defensa de una «guerra revolucionaria» en la época de la controversia Brest-Litovsk de 1918, tenían un periódico que argumentaba contra las ideas de Lenin y Trotsky.
Los partidos comunistas de masas de Francia e Italia argumentaban en sus periódicos contra la idea del frente único. Pero al cabo de dos años se vieron obligados a aplicar la decisión de la Internacional Comunista.
Hay muchos otros ejemplos de este tipo, como el apoyo inicial de Trotsky a la minoría dentro del SWP estadounidense en los años 30 para una discusión pública sobre el carácter de clase de la Unión Soviética. Sin embargo, retiró su propuesta cuando sus copensadores estadounidenses señalaron que esta minoría apelaba en su mayoría al entorno pequeñoburgués fuera del partido que había dejado de apoyar a la Unión Soviética bajo la presión de la opinión pública «democrática». Esto no impidió un vigoroso debate en las filas del SWP sobre esta cuestión.
Estado de ánimo antipartidista
Parte de la campaña de los capitalistas tras el colapso del estalinismo fue alimentar el estado de ánimo popular, particularmente entre la nueva generación, contra los «partidos» y el modelo de partido supuestamente cerrado y autoritario de Lenin. Nosotros argumentamos en contra de esto, pero también reconocimos que cualquier cosa que pareciera estar manchada con la marca del estalinismo repelería a la nueva generación que buscaba una alternativa política.
Este estado de ánimo «antipolítico» y «antipartidista» representaba, en realidad, una profunda hostilidad hacia todos los partidos «oficiales», «tradicionales»; es decir, los partidos capitalistas, incluidos los socialdemócratas e incluso el Partido Comunista, que se identificaban con el viejo orden.
Además, este estado de ánimo duró un tiempo considerable y sigue siendo un factor importante en la situación política de muchos países en la actualidad. En España se produjo el fenómeno de los «indignados», con tendencias similares en otros países. En España, reflejaba el odio totalmente justificado hacia el llamado «Partido Socialista», el PSOE. Este fue un factor que contribuyó a la formación de los indignados en primer lugar. Pero esta hostilidad también se dirigía a menudo contra los grupos marxistas, aunque los promotores más activos de esto dentro del movimiento de los indignados eran ellos mismos miembros de pequeñas organizaciones políticas. Eran, en efecto, «grupos antigrupo».
¿Pero cuál fue el resultado neto de esta abstención política? En España, la desastrosa elección del actual gobierno de derechas del PP, que ha presidido una crisis devastadora, con niveles de desempleo juvenil muy superiores al 50%. Por ello, se ha producido una revalorización por parte de esta nueva generación que vuelve a retomar la idea de construir una alternativa política.
Un estado de ánimo similar estuvo presente en el movimiento Occupy, que se desarrolló a escala mundial a raíz de las iniciativas en Estados Unidos. La experiencia posterior demostró que un movimiento amorfo, aunque alimentado por la energía y el idealismo juveniles, pero que carecía de una dirección y organización claras, representaba poco peligro para las fuerzas altamente centralizadas y organizadas del capitalismo. Se buscó un nuevo camino y una capa importante de trabajadores y jóvenes lo encontró en las espectaculares campañas electorales de Seattle y Minneapolis.
La elección de un socialista para el consejo de Seattle por primera vez en 100 años representa un verdadero salto adelante en la posibilidad de las luchas políticas no sólo en EEUU, sino en todo el mundo. Socialist Alternative tomó la iniciativa en este caso, pero movimientos políticos radicales similares se expresaron en otros lugares: en Nueva York con la elección de Bill de Blasio, y su invocación a una «historia de dos ciudades», con el 73% de los votos, y la elección de 24 candidatos laboristas independientes en el condado de Lorain, Ohio.
Un proceso similar se ha desarrollado en Argentina, donde un frente electoral trotskista recibió 1,2 millones de votos en las recientes elecciones. Esto se debe a que la situación ha cambiado completamente en comparación, por ejemplo, con 2001. Entonces, a pesar de una situación económica catastrófica, los partidos estaban desacreditados; los partidos marxistas, en particular, avanzaron poco.
Estas elecciones indican que la situación ha cambiado por completo, ya que los trabajadores más conscientes son ahora conscientes de la necesidad de organización y de partidos. En consecuencia, una capa ha transferido sus esperanzas a este «frente de izquierdas», que se encuentra en una situación especialmente favorable para crecer si emplea las tácticas correctas y se abre a las nuevas capas de la clase obrera que buscarán un partido de masas propio en las batallas venideras. Es probable que esto implique el mantenimiento de un núcleo revolucionario -en una organización distinta y separada- que busque una base más amplia en una formación de masas mayor. Ha habido otras oportunidades en el pasado que se han perdido porque no se ha adoptado este enfoque abierto.
Mira a Lenin en la ronda
Millones de trabajadores están buscando un nuevo camino para avanzar. Esto puede ser proporcionado por la construcción de nuevos partidos de masas de la clase obrera. Debido al período que hemos atravesado, es poco probable que éstos adopten inmediatamente un programa revolucionario y marxista claro en la mayoría de los países. Pero una organización marxista, que trabaje de forma honesta y abierta, será bienvenida en sus filas por los mejores trabajadores que busquen un camino a seguir.
Desgraciadamente, libros como éste de Lars T -y en particular los que alaban acríticamente sus ideas- no podrán preparar a los trabajadores para el tormentoso pero apasionante periodo que se avecina. No presenta las ideas de Lenin con claridad. Ignora escandalosamente la contribución de Trotsky, en particular.
Nuestras críticas no se limitan al plano organizativo. El autor no explica adecuadamente las ideas de Lenin en relación con las perspectivas de la revolución rusa. La idea central de Lenin de la «dictadura democrática del proletariado y el campesinado» era diferente a las ideas de los mencheviques, que veían a Rusia desarrollarse en una dirección capitalista con el socialismo relegado a las brumas del futuro. Lenin rechazó por completo la idea de que los débiles capitalistas rusos pudieran llevar a cabo las tareas de la revolución capitalista democrática: de reforma agraria, solución de la cuestión nacional, introducción de la democracia, etc. Sólo una alianza de obreros y campesinos, la inmensa mayoría de la población de Rusia, era capaz de llevar a cabo estas tareas.
El punto débil en el escenario de Lenin, que Lars T no explora completamente, es quién sería la fuerza dominante en la alianza entre el proletariado y el campesinado. Toda la historia atestigua el hecho de que el campesinado nunca ha desempeñado un papel político independiente debido a su heterogeneidad. Sus capas superiores tienden a fusionarse con los capitalistas, sus capas inferiores tienden a hundirse en las filas de la clase obrera.
Aquí es donde entra la famosa teoría de la revolución permanente de Trotsky, que anticipó correctamente cómo se desarrollaría la revolución rusa. Aunque minoritaria, la clase obrera, por su posición social en la sociedad y sus características especiales, dinámica y organizada en la gran industria, sería capaz de dirigir a la masa del campesinado en la revolución para derrocar a la autocracia. Una vez llegado al poder, pasaría a las tareas de la revolución socialista en Rusia y en el mundo. En las Cartas desde lejos de Lenin, así como en sus Tesis de abril, coincide completamente con estas ideas de Trotsky. Esto ni siquiera se menciona en este libro.
El libro de Lars T Lih presenta sin duda un avance respecto a las distorsiones maliciosas de las ideas de Lenin y Trotsky. Pero al mismo tiempo, a menos que se complete y corrija, introducirá más confusión en cuanto a lo que Lenin y Trotsky realmente representaban.