por Gustavo Burgos
Transitamos por una crisis histórica, mundial, entre capital y trabajo. Su magnitud en Chile sólo puede compararse a aquella que se abrió en 1968, la segunda mitad del Gobierno de Frei Montalva, el de la Revolución en Libertad. Hace minutos terminó el quinto cambio de gabinete de Piñera, rubricando, igualmente, a un Gobierno que finalmente sólo se sostiene gracias al gran Acuerdo por la Paz con que los sectores patronales pretendieron y pretenden desactivar el levantamiento popular del 18 de Octubre.
En este contexto, la unidad de la clase trabajadora y la definición programática de un camino de lucha por el poder, es una necesidad acuciante para los explotados y una responsabilidad de primer orden para la vanguardia que se reclama de la causa de los trabajadores y el Socialismo.
Nos hemos acostumbrado a entender por «programa» un pliego de reivindicaciones y hablar de «unidad» sólo cuando se enfrenta una elección. Es la consecuencia de eludir los debates sustanciales al proceso revolucionario y reemplazar esta necesaria discusión, por el intercambio epistolar de grupos y no pocas sectas, que conforman la llamada micro izquierda o izquierda revolucionaria chilena.
Este año se cumplen 50 años del nacimiento del frente electoral de la Unidad Popular que llevara a Salvador Allende a La Moneda, motejado por la prensa reaccionaria de la época como el «primer marxista» que llegaba al poder por la vía electoral. Conocemos el trágico desenlace de este proceso. Conocemos también las conclusiones que el grueso de aquella izquierda sacó de la misma: la hemos experimentado durante estos treinta interminables años de transición democrática.
En efecto, el Partido Socialista y Comunista, vertebradores de la UP, fueron a su turno los responsables -en la práctica- de sacar esas conclusiones y transformarlas en la política con que enfrentaron a la Dictadura de Pinochet y posteriormente en la interminable transición democrática de los 30 años.
Efectivamente, ese balance -escrito a veces, balbuceado la más de las veces- se limita a concluir que la derrota del proyecto de la UP fue consecuencia de que se fue muy rápido, que a Allende la ultraizquierda (PS-MIR) lo dejó solo y que no se tuvo una política de alianzas que acercara al progresismo democristiano y contuviera al golpismo y a las FFAA.
Una parte importante de la política laudatoria de la UP, que practica hoy el PC, la izquierda del PS y el espectro del Foro de Sao Paulo, se inscribe en esta línea. Son los que «recrean» el ideario allendista y lo proyectan en figuras como Hugo Chávez, Evo Morales, Mujica y hasta los Kirchner. Son la interpretación bolivariana, del socialismo del «Siglo XXI». Sabemos a dónde apuntan estos sectores, siguen explotando la contradicción entre democracia y neoliberalismo. Su objetivo preferente: la papeleta electoral.
Hay otro enfoque, que sostiene una parte del mirismo (gutierristas y pascales) y sectores de izquierda que orbitan en torno al ideario guerrillero, FPMR e independientes de izquierda: este plantea que la UP fue derrotada por lo inverso, por su lentitud en la transformaciones e incapacidad de desarrollar una fuerza militar autónoma.
Ambas críticas a la Unidad Popular se quedan en lo táctico y soslayan lo central, lo estratégico. Esto es, que la UP fue básicamente un pacto electoral de los principales partidos obreros chilenos (PCy PS) y su objetivo político fue reformar el régimen capitalista, consumando la llamada segunda independencia nacional: nacionalizar el cobre y hacer la reforma agraria.
A ese objetivo político se le significó como socialista, sin embargo las cosas son lo que son y no aquello que deseamos que sean. La UP no se planteó la expropiación de la burguesía ni la destrucción del Estado burgués. El propio Allende lo enuncia con nitidez en su famosa entrevista con Regis Debray, cuando señala que «no queremos revolución rusa ni Dictadura del Proletariado», y afirma que se identifica con la revolución francesa y el antiimperialismo. Una forma plebeya de jacobinismo, para seguir en la paráfrasis.
La tragedia de la UP, desde que asume Allende, es de clase. Desde el mismo día que asume el nuevo Gobierno popular, los trabajadores sobrepasan el proyecto reformista y ocupan masivamente fábricas y fundos. Visto de esta forma, la cuestión estratégica pone al desnudo qué clase social es la que protagoniza la revolución: la burguesía progresista o el proletariado. La respuesta a esta interrogante está escrita con la sangre de los miles que cayeron bajo la bota fascista, en los términos expuestos en la Carta de los Cordones Industriales a Salvador Allende.
Esta discusión la consideramos crucial, si se quiere fundacional, para el desarrollo de una tendencia revolucionaria en el movimiento de trabajadores en Chile. Qué fue la UP y por qué fue derrotada, son cuestiones fundamentales en el diálogo de los revolucionarios con la clase trabajadora. El aprendizaje de tal experiencia ES el programa de la revolución socialista en nuestro país.
Cuando hablamos de Socialismo, con mayúsculas hablamos por cierto de la toma del poder y de la construcción de un partido que encarne tal proyecto. Pero no es en abstracto que hay que plantear tal perspectiva. Es en concreto, haciendo un severo balance de nuestras victorias y derrotas.
La necesidad del programa, que moldea al partido y que orienta nuestro accionar en la lucha de clases, encuentra en la crítica de la UP un punto de partida. Porque la superación del ideario reformista importa hoy en día, trazar una línea de clase que ponga a las Asambleas Populares, a los compañeros de la Primera Línea, a las Ollas Comunes, a los comités de cesantes y las organizaciones de trabajadores que se han levantado en contra de Piñera, no cómo un fenómeno periodístico expresivo del llamado «descontento social», sino que como la prefiguración de la revolución de los trabajadores.