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LA CLASE OBRERA FRENTE A LA PANDEMIA DEL CORONAVIRUS

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EL PORTEÑO.

por Gustavo Burgos

La pandemia del coronavirus es una catástrofe que se cierne sobre el conjunto de la humanidad, en tanto la misma pone al rojo vivo las contradicciones que abrirán paso a monstruosas convulsiones de la economía mundial. La pandemia tensiona al máximo a las clases socisles y propicia choques entre las potencias imperialistas. 

Lo que sólo ayer se observara como una bufonesca guerra comercial entre EEUU y China, mañana agitará las aguas del militarismo y el curso a conflagraciones de alcance planetario. No se trata de que Alemania vuelva a invadir Polonia, ni que retrocediendo en el tiempo los camisas negras marchen nuevamente sobre Roma, porque los hechos históricos nunca vuelven a repetirse. El abismo que se abre ante nuestros pies es el metódico resultado de la lucha de clases, de la descomposición del orden capitalista y de la crisis de dirección del proletariado. Las leyes que rigen el desenvolvimiento del proceso histórico invariablemente enfrentarán a la revolución con la contrarrevolución.

En nuestro pequeño país, terminamos la primera quincena de cuarentena con el COVID-19 como protagonista de la escena política. Al menos en Chile la expansión del contagio ha seguido la curva ascendente de los países que han enfrentado la pandemia siguiendo el “modelo italiano” de improvisación, ensayo/error, que sin ser el negacionismo de Bolsonaro o AMLO, caracteriza a países con gobiernos débiles, economías en deterioro y un sistema de salud erosionado por décadas de privatización, absoluta y totalmente incapaz de hacerse cargo de tal crisis.

Al momento de escribirse estas líneas la cantidad de contagiados a nivel mundial es 1.309.439contagiados, 273.546 recuperados y 72.638 fallecidos. A los efectos de realizar un análisis meramente aritmético –los datos puntuales los pueden verificar en Google- la tasa de mortalidad en Italia, España, UK y EEUU supera el 10%. En el caso de los primeros dos con una proporción de contagiados y de fallecidos enorme respecto de la población. En el otro extremo, como seguidores del “modelo chino” Alemania y Corea del Sur exhiben tasas de mortalidad inferiores al 1% y muy bajo contagio. China, por su tasa de recuperación de un 90% se considera como superadora de esta crisis y la tasa de mortalidad no alcanza el 3%.

Estas referencias, son meramente aritméticas, porque no consideran períodos o tiempos de desarrollo de la pandemia, desarrollo del sistema de salud, formación de los profesionales, cultura de la población, estación del año, etc., que son factores que permiten integrar estos datos y transformarlos en información útil de análisis. Sin embargo, se trata de datos objetivos que permiten iniciar una comprensión del problema, cosa que en general está ausente de los análisis por una tendencia a realizar observaciones “técnicas” o meramente “sanitarias” que no se hacen cargo que una pandemia es ante todo un fenómeno social que incide en una estructura de clases, en un aparato productivo, históricamente considerado.

Hechas estas referencias y prevenciones podemos convenir que hoy Chile reconoce 4471 contagiados, 528 recuperados y 34 fallecidos. Nos encontramos en esta situación con un alto contagio y con una mortalidad bajísima 0,5% igual que Alemania y Corea, pese a que el Gobierno ha sido incapaz e articular una política coherente y que nuestro sistema de salud se cae a pedazos. Afirmo esto porque el modelo latinoamericano, digamos de los “chinos” del barrio, Argentina con el flamante Alberto a la cabeza, han observado un estricto régimen de cuarentena lo que les ha permitido reducir el contagio a 1554, 266 recuperados, pero su tasa de mortalidad   46 fallecidos que cuadruplica a la chilena. 

La comparación con Argentina y no con Ecuador por ejemplo, parece pertinente porque con los trasandinos compartimos mayores similitudes en cuanto a acceso a la salud, disciplina social, desarrollo económico, etc.. Brasil, Colombia, Venezuela, el mismo Ecuador son países que tienen un peso rural muy importante y desarrollos muy desiguales en sus aparatos de salud lo que ocasiona una mayor dificultad de acceder a datos fiables que permitan hacer un paralelo.

Un amigo me decía hace algunos días que el brusco giro, dominado por el terror de las masas,  que experimentamos en la situación política mundial resulta homologable a los tambores de guerra que quebraron a la socialdemocracia europea con ocasión del voto a los créditos de la Primera Guerra Mundial. En tal época el socialchauvinismo corrió abrumadoramente a las polleras del patriotismo dando la espalda a toda la tradición socialista, acorralando a los revolucionarios en la Conferencia de Zimmerwald, que al decir de Lenin, hizo ver que los internacionalistas del mundo en ese momento cabían en cuatro automóviles. La imagen es precisa para caracterizar las brutales presiones de que seremos objeto  quienes postulamos la necesidad de una revolución social de aquí en más. Aún cuando sea por una fase acotada de tiempo, la pandemia no sólo amenaza nuestra salud, sino que ataca de manera inmediata y necesaria todo espacio de acción política, del momento que igual que frente a una guerra, al menos por un período las masas tienen a alinearse con sus Gobiernos.

Proponemos, para el debate, seis elementos de análisis en la perspectiva del desarrollo de un programa marxista revolucionario frente a la crisis:

La pandemia es lucha de clases

La primera constatación es que no existe una relación directa, absoluta, entre las políticas para enfrentar la pandemia y los efectos de la misma, como lo demuestra la comparación de las situaciones de Chile y Argentina. Países con una enorme capacidad tecnológica y sistemas de salud muy desarrollados no han sido capaces de sustraerse de la catástrofe sanitaria. En mi opinión la razón es muy sencilla, el COVID-19 expresa y hace evidente una crisis subyacente. Actúa como detonante –no como fuente- de la crisis capitalista y se desarrolla mundialmente capturando la totalidad de la crisis del aparato productivo. 

Como ya hemos anticipado quienes creen que esta crisis puede enfrentarse de forma “técnica” con súper hospitales, súper cuarentenas, súper médicos y súper vacunas, se inclinan a concebir la pandemia como algo “transversal” que nos ataca a todos por igual. Los que creen en la salida “técnica” creen en realidad en el Estado de Bienestar, en la sociedad de derechos, en la posibilidad de resolver los conflictos sociales dentro de los marcos de la sociedad capitalista. 

Nunca alguien en esta coyuntura, como Izkia Siches (Presidenta del Colegio Médico) fue tan brutal y precisa al formular esta idea cuando planteó que debíamos estar tras nuestras autoridades, reforzarlas, porque ya no había conflicto político, sino que algo superior, la salud de todos.

El trabajo explotado en el centro de la crisis

La segunda cuestión, que deriva de la anterior, el carácter político de la pandemia, es que el COVID-19 es presa de los intereses de clase en pugna y en ningún caso una tregua de la lucha de clases. 

Cada clase social a su manera, con sus limitaciones, tratará de aprovechar la contingencia para llevar agua a su propio molino. No corresponde acá pasar revista a cada una de las medidas que en el mundo entero han tomado los gobiernos capitalistas buscando descargar sobre las espaldas de los explotados el peso de la pandemia. La musculatura de cada burguesía, la estabilidad de su dominación, el desarrollo económico y muy particularmente del mercado interno, el grado de control que tengan sobre el movimiento de masas, etc., serán factores determinantes para configurar su política sanitaria de emergencia. Sin embargo, tales políticas sanitarias estarán condicionadas igualmente por sus propios intereses de clase explotadora. 

Los sistemas de salud en los países capitalistas no están concebidos para proporcionar salud a la población, ni aún en aquellos países en que se le ha catalogado como un “derecho fundamental”. La verdadera finalidad del sistema médico y de sus profesionales es garantizar la explotación capitalista, dar continuidad  a la extracción de la plusvalía y optimizarla, porque si el trabajador se enferma -o su familia- la fuente de apropiación y acumulación del capitalista habrá desaparecido. 

Por esta razón estructural el modo de producción capitalista es el principal obstáculo para acabar con la pandemia, del momento que el sistema capitalista sólo puede existir en tanto haya trabajo explotado.  Capitalismo es explotación del trabajo humano y la paralización comunista de la fuerza de trabajo -condición necesaria para enfrentar la crisis sanitaria- se le presenta como un obstáculo insalvable. Larrain Matte, Presidente de la CPC, confesó este hecho hace unos días en El Mercurio: “la paralización del aparato productivo nos transformará en los más pobres de América Latina”. ¿Cómo entender esta declaración de quienes hasta hace unos  minutos atrás proclamaban como base de desarrollo la inversión del capital extranjero?

El mercado, obstáculo en la lucha contra el COVID-19

La apropiación privada de la riqueza producida colectivamente, como base de sustentación de la propiedad privada y el mercado, como espacio de realización de las mercancías, se yerguen -secundariamente- como inhabilitantes del orden capitalista frente a la pandemia. La maximización de las ganancias y el aprovechamiento  de la crisis en términos comerciales, pulsión dominante del capital, opera en concreto como un obstáculo para dar una solución social, comunista, a la crisis. 

La guerra de los laboratorios por alcanzar posiciones dominantes en el mercado no tan sólo en la producción de una eventual vacuna, sino que en la venta de los insumos médicos primarios para abordar la crisis sanitaria,  son expresión no de la falta de valores o de la avaricia del obeso mórbido capital, sino que por el contario, es expresivo de la vitalidad capitalista, del ímpetu burgués de subordinar esta crisis a los intereses generales de la clase explotadora. Tal ímpetu por incrementar sus ganancias y la anarquía que tal impulso ocasiona en el aparato productivo, en concreto, conduce a la humanidad a la barbarie. 

A guisa de ejemplo: el sábado pasado Trump prohibió a 3M exportar a Canadá y Latinoamérica las máscaras N95 y los guantes quirúrgicos-material básico y primario para el personal médico-  con el supuesto interés de garantizar la provisión del mercado interno, pero tal intervención, por simple reciprocidad, disminuirá la provisión de tales insumos en EEUU agravando la escasez y exponiendo la vida de miles y miles de infectados en un país en que al menos 80 millones de personas (cesantes, inmigrantes ilegales y trabajadores precarios) ni siquiera tienen acceso a prestaciones básicas de salud. Esto no ocurre en Nueva Guinea, ni en las Guyanas, ocurre en la primera potencia capitalista a escala mundial.

La apertura de un giro histórico

Los elementos que hemos expuesto, que permiten caracterizar la pandemia del COVID19 como un elemento clave en el desarrollo internacional de la lucha de clases y que desnuda la incapacidad capitalista para darle respuesta. En el mismo sentido, la pandemia es el purgatorio de la Depresión -no hablamos de un simple ciclo recesivo- que espera a la economía mundial. De esta forma, la incapacidad genética de la burguesía de dar respuestas comunistas a la crisis, dará lugar al hundimiento de áreas completas del aparato productivo, millones de trabajadores -los economistas conservadores hablan de 25 millones- serán arrojados al desempleo en un concierto en que hasta la economía informal estará quebrada. 

La profundidad de esta crisis arrasará no sólo con las bases materiales de las democracias imperialistas y su “Estado de Bienestar”, también lo hará con los presupuestos del llamado “Consenso de Washington” que echó las bases de la dominación imperialista desde la caída del Muro de Berlín y que conocemos como “neoliberalismo”. 

Objetivamente, desde un punto de vista material, la respuesta del gran capital será un nuevo ajuste contra los explotados y un ataque masivo a sus condiciones de vida; la periferia semicolonial latinoamericana, africana, medio y sur oriental, con sus economías extractivistas barridas, serán sometidas a ataques económicos que harán ver a Hiroshima y Nagasaky como Disneylandia. 

Piñera ya ha abierto las compuertas para este ataque a los explotados se lleve a cabo: el Dictamen de la Dirección del Trabajo que pretende amnistiar a los patrones para que despidan libremente; el proyecto para suspender indefinidamente las negociaciones colectivas; y su corolario, el saqueo a manos del capital financiero de 58.000 millones de dólares de los fondos jubilatorios administrados por las AFP. 

Este ataque se lleva adelante en todo el mundo, con distintas formas, abriendo paso a un derrumbe social que se extenderá por toda la década que iniciamos, tal colapso abrirá paso a la masiva resistencia e indignación de los explotados, de ahí que el desenlace de esta crisis esté muy lejos de resolverse fatalmente. La guerra declarada, guerra imperialista, civil y de clases, será la simiente de un nuevo y mundial proceso revolucionario que hará del Octubre Rojo de 2019, sólo un preludio.

Naturaleza de la crisis de dirección

Los marxistas, con Trotsky, afirmamos que la crisis de la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado. Internacionalmente, la socialdemocracia europea, los escombros del estalinismo restaurador y el impotente discurso nacionalista, han contribuido desde diversas esferas al fortalecimiento del ideario demócrata liberal, haciendo del cretinismo parlamentario a estas alturas casi la única forma de colaboración de clases, en un concierto en que ni el discurso reformista logra articular algún tipo de respuesta a la crisis. Las direcciones tradicionales y sus satélites han observado una pusilánime y criminal colaboración con el gran capital, resultando a estas alturas indistinguibles de sus gerentes y relacionadores públicos.

El surgimiento, sucedáneo de las anteriores,  de la llamada izquierda “multicolor” o “hípster” los Syriza, Corbyn, Unidas Podemos, las sardinas italianas, etc.,  todos estos movimientos o tendencias sucesoras del fenómeno “indigandos”, signadas por el particularismo new age, no tienen pulmones ni tan sólo para pretender jugar algún papel en la clase obrera. 

Siguiendo este proceso, en Chile, consecuencia de la apertura de una situación revolucionaria, hemos avanzado en este debate y comprobado con nuestros propios ojos el perturbador espectáculo que han dado las direcciones políticas  de las masas y los trabajadores. El hundimiento de las tradicionales direcciones obreras del PS y el PC merced a la interminable Transición Democrática de 30 años, tuvo como centro la transformación del PS en un partido de la burguesía, pilar gravitacional del régimen burgués y al PC devenido en un grupo liberal-pipiolo, cuya única respuesta política es la profundización de la democracia capitalista, el destrabe de los enclaves dictatoriales y la participación popular. 

El agotamiento de este discurso, de indisimulado contenido patronal, hizo que a partir del estallido estudiantil del 2011, sectores de la pequeñaburguesía buscaran participar de este proceso de forma autónoma, dando cuerpo al referente electoral del Frente Amplio. La efímera vida de este agrupamiento, efímera en tanto referente para los explotados, tiene en la fotografía del Chile actual una pintura trágica: todos los demócratas de pacotilla apuntalando al gobierno de asesinos y piratas de Piñera, primero con el Acuerdo por la Paz, luego con el fraude plebiscitario y ahora con la cobarde mordaza autoimpuesta por la cuarentena del coronavirus. Hoy en Chile la llamada “oposición” parlamentaria ha desaparecido y hasta el PC contribuyó con sus votos a abrir la puerta al plan económico de Piñera, votando favorablemente la ley que permite suspender la relación laboral y hacer pago de lkos sueldos con el subsidio de cesantía.

Respuestas comunistas a la crisis y la construcción del partido

Ya lo hemos anticipado no hay respuestas capitalistas. Sólo el comunismo, entendido como las políticas de la clase obrera, puede enfrentar esta crisis. Políticos y medios de clara identificación capitalista lo reconocen. La propiedad privada de los medios de producción y los Estados nacionales, conspiran agravando la pandemia. No es un problema de voluntad, educación o “conciencia”. Se trata de cuestiones en las que lo que está en juego son intereses de clase y en momentos como estos el gobierno de la minoría explotadora de plutócratas se nos presenta en toda su esperpéntica impotencia. Este es el momento de agitar la necesidad de transformar la sociedad sobre bases socialistas, es el momento para explicar a los trabajadores y al activismo cómo y por qué el capitalismo no sólo es impotente frente a la pandemia, sino que lo es frente a todo problema social. 

Es el momento de advertir y explicar que tras la mascarilla política que se nos ha impuesto, se está gestando una crisis social, una depresión de insospechadas consecuencias. La crisis en Chile, la de un país que vive “al día” y de fiado, arrasará con lo que hemos conocido como vida social. Los que tuvimos la suerte de conversar con nuestros abuelos podremos actualizar las traumáticas experiencias vividas a fines de los 20 y durante los años 30. La crisis del 81, con cerca de un 30% de cesantía y bajo la bota militar, nos servirá como un mínimo referente. La defensa de los puestos de trabajo, del salario, el acceso al alimento, vivienda y salud, son los cinco reclamos fundamentales para articular una política de resistencia y de clase frente a la crisis. Esto debe estar en el centro de toda nuestra actividad política.

En base a estos rudimentos políticos debemos desarrollar una agresiva política de frente único obrero, con el planteamiento de que los padecimientos de los trabajadores los resuelven los propios trabajadores. En este sentido es prioritario explicitar, con un lenguaje sencillo y accesible, que las direcciones políticas tradicionales, usurpadoras de la conducción de la CUT y principales organismos de clase, se han quedado del lado de la burguesía, que su discurso democrático es totalmente vacío para los trabajadores y que esa democracia burguesa, patronal, sólo nos depara miseria, hambre y explotación. Sólo esta puede ser la línea de delimitación volcada hacia una perspectiva unitaria y de movilización.

Es previsible, luego de pasada la crisis sanitaria, por lo mismo un abrupto derrumbe de las ilusiones democráticas. Tal derrumbe debe ser aprovechado para fortalecer la confianza de los explotados en sus propias fuerzas. Debemos tener la capacidad de apoderarnos de la riquísima experiencia de las asambleas populares y de los grupos de autodefensa de la Primera Línea. La confiscación de hospitales, clínicas y material sanitario, el control obrero del plan contra la pandemia y el ingreso mínimo universal garantizado, deben dar cuerpo a nuestra lucha en contra del Gobierno piñerista. La situación revolucionaria no se ha cerrado y a cada intersticio aflora la creciente, a veces desesperada, indignación de los explotados. La prolongación de la cuarentena y la inaudita y abrupta agudización de la miseria, pondrán a la orden del día la cuestión del poder, es imprescindible abrir este debate y poner piedra sobre piedra del  programa de los trabajadores.

La perspectiva señalada tendrá avances y retrocesos. La burguesía no va a esperar pacíficamente contener esta crisis con una papeleta electoral. Crecientes sectores burgueses y de la pequeñaburguesía claman por una salida militar, golpista, para reestablecer la disciplina social. La lucha de la revolución y contrarrevolución se expresará descarnada y feroz.

 No sabemos cuántos de nosotros vamos a superar la pandemia y por lo mismo es imprescindible que desde las organizaciones de trabajadores se adopten las medidas de cuidado que nuestras circunstancias permitan. La vida de cada uno de nosotros debe ser preservada esto es fundamental para  garantizar la continuidad de nuestra lucha. Debemos pensar, y actuar, como si estuviésemos en una guerra, porque esa es la dinámica social que domina nuestro accionar. Salir del embotamiento que ha provocado este brusco cambio en la situación política es la primera tarea, a partir de aquí construir y fortalecer organizaciones para dar respuesta a la crisis, respuestas de clase, respuestas que la burguesía no puede ni quiere dar. La catástrofe es el capitalismo y la cura, la revolución obrera. De esta catástrofe saldremos unidos y en lucha.

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