Inicio Historia y Teoría KARL MARX Y FRIEDRICH ENGELS: «LA VIDA REAL DETERMINA LA CONCIENCIA»

KARL MARX Y FRIEDRICH ENGELS: «LA VIDA REAL DETERMINA LA CONCIENCIA»

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EL PORTEÑO

Las premisas de que partimos no son bases arbitrarias, ni dogmas; son bases reales que sólo en la imaginación podemos abstraer. Son los individuos reales, su actividad y sus condiciones materiales de vida, tanto las que encontraron ya preparadas como las que han podido crear con el propio esfuerzo. Estas bases son, pues, comprobables por vía puramente empírica. La condición indispensable para cualquier historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivos. El primer hecho a establecer es, pues, la constitución física de estos individuos y la situación en la cual ésta los deja frente a la naturaleza.

No podemos hacer aquí, naturalmente, un estudio a fondo sobre la constitución física del hombre, ni sobre las condiciones naturales —geológicas, orográficas, hidrográficas, climáticas y otras— que la tierra le ofrece. Toda historia ha de partir de estas bases naturales y de su modificación por el esfuerzo humano durante su transcurso. Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión y por todo aquello que se quiera. Ellos mismos empiezan a distinguirse de los animales en el momento que empiezan a producir sus medios de existencia, paso hacia delante determinado por la propia constitución física. Dedicándose a la producción de estos medios de existencia, los hombres edifican indirectamente su propia vida material. La forma según la cual los hombres llevan a término esta producción depende, primeramente, de la naturaleza de los medios ya puestos a su disposición y que les es preciso reproducir.

Conviene no considerar esta actividad sólo como una reproducción de la existencia física de los individuos; representa ya una forma determinada de la actividad de estos individuos, una forma establecida de manifestar su vida, un modo de vida fijado. La manera como los individuos manifiestan su vida refleja exactamente lo que son. Lo que son coincide, pues, con su producción, tanto en aquello que producen como en la forma con que lo producen. Lo que son los individuos depende, pues, de las condiciones materiales de su producción. Esta producción aparece sólo con el crecimiento de la población. Presupone, por su parte, el establecimiento de relaciones entre los individuos. La forma de estas relaciones queda condicionada, a su vez, por la producción […].

El hecho es, por tanto, que determinados individuos, productivamente activos en un modo determinado, entran en unas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica ha de mostrar en los hechos de cada caso individual, sin mixtificación o especulación, la conexión de la estructura social y política con la producción. La estructura social y el Estado surgen continuamente del proceso vital de individuos determinados, pero no tal como estos individuos son representados en la propia imaginación o en la de otros, sino tal como son en realidad, es decir, cómo actúan, producen materialmente y operan sobre unas bases y dentro de unas condiciones y unos límites materiales determinados e independientes de su voluntad. La producción de ideas, de concepciones y de conciencia queda en principio directamente e íntimamente muy ligada con la actividad material y relación material de los hombres; es el lenguaje de la vida real. Las representaciones, el pensamiento y la relación intelectual de los hombres aparecen aún, en esta etapa, como la emanación directa de su comportamiento material. Igual sucede con la producción intelectual, tal como es representada por el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de todo un pueblo. Son los hombres los que producen sus representaciones, sus ideas, etc., pero los hombres reales, activos, condicionados para un desarrollo determinado de sus fuerzas productivas y de las relaciones correspondientes, hasta las formas más vastas que puedan tener. La conciencia no puede ser nada más que el ser consciente y el ser de los hombres es su proceso real de la vida. Si en toda ideología los hombres y sus relaciones nos aparecen invertidas como en una cámara oscura, el fenómeno es debido a su proceso histórico de vida, de la misma manera que la inversión de los objetos en la retina es debida a su proceso de vida físico.

En contraste directo con la filosofía alemana, que desciende del cielo a la tierra, ascendemos aquí de la tierra al cielo. Dicho de otro modo, no partimos de lo que los hombres dicen, se imaginan y representan, ni de aquello que son según las palabras, el pensamiento, la imaginación y la representación de los otros, para llegar a los hombres de carne y hueso; no es así; partimos de los hombres en la actividad real, a partir de su proceso de vida real, mostramos los desarrollos, reflejos y repercusiones ideológicas de este proceso vital. Los fantasmas del cerebro humano son sublimaciones necesarias del proceso material de la vida de los hombres, el cual puede ser empíricamente constatado y reposa sobre bases materiales. La moral, la religión, la metafísica y toda otra ideología, juntamente con las formas de conciencia correspondientes, pierden con este hecho cualquier apariencia de existencia autónoma. No tienen historia, no tienen desarrollo; son los hombres los que, desarrollando su producción material y sus relaciones materiales, modifican juntamente con su existencia real el propio pensamiento y los productos del propio pensamiento. No es nunca la conciencia lo que determina la vida real, sino que es la vida real aquello que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si fuese el individuo viviente; desde el segundo, correspondiente a la vida real, se parte de los individuos vivos, reales y concretos y la conciencia es considerada únicamente como su conciencia. […]

Esta forma de considerar las cosas no deja de tener sus presupuestos. Parte de bases reales y no las abandona ni un solo momento. Pero son unas bases constituidas por los mismos hombres, no aislados ni estáticos de algún modo imaginario, sino presos dentro de su proceso y afán de desarrollo real en determinadas ocasiones, un desarrollo empíricamente visible. Cuando se examina este proceso de actividad vital, la Historia deja de ser un montón de hechos sin vida —caso de los empiristas, aún abstractos— o una actividad ilusoria de sujetos imaginarios —caso de los idealistas. Donde acaba la especulación y donde se examina la vida real es allí donde empieza la ciencia real, positiva, el análisis de la actividad práctica del proceso de desarrollo práctico de los hombres. Desaparece la fraseología sobre la conciencia y es reemplazada por el conocimiento real. La filosofía como actividad independiente pierde su medio de existencia con el estudio de la realidad; podrá ponerse en lo alto, en lugar de ella, una síntesis, en el mejor de los casos, de los resultados más generales que sea posible abstraer a través de un estudio del desarrollo histórico de los hombres. Aisladas y separadas de la historia real, estas abstracciones no tienen el más pequeño valor. Sólo pueden servir para facilitar la clasificación de materiales históricos, para indicar el orden sucesivo de sus hechos. Pero no nos dan nunca, como pretende la filosofía, una receta o esquema que nos permita distinguir claramente las diferentes épocas históricas. Por el contrario, las dificultades empiezan cuando nos proponemos examinar y ordenar el material —de época pretérita o reciente— y representar la realidad. La eliminación de estas dificultades depende de premisas que nos es imposible desarrollar aquí y que hay que buscar en el estudio del proceso de vida real y de la actividad de los individuos de cada época. Vamos a tomar ahora algunas de estas abstracciones y las utilizaremos respecto a la ideología, explicándolas con ejemplos históricos […].

Con los alemanes privados de todo presupuesto, es preciso afirmar, ante todo, el presupuesto de toda existencia humana y, por lo tanto, de toda la Historia: que los hombres han de poder vivir para poder hacer la Historia. Pero resulta primordial e indispensable para vivir poder beber, comer, alojarse, vestir y aún algunas cosas más. El primer hecho es, pues, la producción de los medios que permiten satisfacer estas necesidades; la producción de la vida material en sí es, verdaderamente, un hecho histórico, una condición fundamental de toda la Historia que aún hoy, como hace miles y miles de años, es preciso realizar cada día, cada hora, sólo para mantener a los hombres en vida. Hasta cuando la realidad necesaria es reducida a un bastón, al mínimo estricto como es el caso de san Bruno, implica actividad productora de aquel bastón. Resulta así que la primera exigencia de toda concepción histórica consiste en observar este hecho fundamental y tenerlo en cuenta en toda su importancia y extensión. Es cosa sabida que los alemanes no lo han hecho nunca; se han encontrado, pues, sin ninguna base terrestre para la Historia, y nunca han tenido, en consecuencia, ni un solo historiador. Los ingleses y los franceses han visto bajo un ángulo muy estrecho la relación entre este hecho y aquello que llaman Historia, sobre todo mientras han estado sometidos por la ideología política; pero han sido los primeros que han intentado dar a la Historia una base materialista escribiendo antes que todo las historias de la sociedad burguesa del comercio y de la industria.

El segundo punto consiste en que, una vez satisfecha la primera necesidad, la acción de satisfacerla y el instrumento ya adquirido de esta satisfacción hacen surgir nuevas necesidades, y esta producción de nuevas necesidades es el primer hecho histórico. Es aquí donde se puede ver enseguida de qué clase de madera está hecha la gran sabiduría histórica de los alemanes: allí donde se encuentran escasos de material positivo y no disponen de estupideces teológicas, ni políticas o literarias, para discutir, nuestros alemanes no ven ya Historia, sino “época prehistórica”; no nos explican por otra parte qué clase de paso hay desde este absurdo de la “prehistoria” a la Historia propiamente dicha, aunque, de todos modos, su especulación histórica se lanza preferentemente sobre esta “prehistoria” porque se cree libre de los embates del “hecho bruto”, y también porque en ella puede dejar libre su instinto especulativo, montando y deshaciendo las hipótesis a millares.

El tercer hecho, que entra ya aquí de lleno en el desarrollo histórico, consiste en que los hombres, puestos decididamente a renovar cada día la propia vida, empiezan a crear otros hombres, a reproducirse: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, es la familia. Esta familia, que es al principio la única relación social, se hace más tarde una relación subalterna (fuera de Alemania), cuando el incremento de las necesidades engendra nuevas relaciones sociales y el aumento de la población crea nuevas necesidades; el tema de la familia ha de ser tratado y desarrollado, por tanto, de acuerdo con los hechos empíricos existentes y no según el “concepto de familia”, como hay costumbre de hacer en Alemania. No es preciso comprender, por otra parte, estos tres aspectos de la actividad social como tres estadios diferentes, sino simplemente como tres aspectos o, como tres “momentos” que han coexistido desde el comienzo de la Historia y de los primeros hombres y que se manifiestan todavía en la Historia actual.

Producir la vida, tanto la propia con el trabajo como la de los otros con la procreación, nos aparece así desde ahora como una doble relación: natural por una parte y social por otra (social en el sentido de acción conjugada de diversos individuos, no importa en qué condiciones, de qué manera y con qué finalidad). La consecuencia es un modo de producción o un estadio industrial determinados que van siempre ligados a una forma de cooperación o a un estadio social determinado, y este tipo de cooperación es él mismo una “fuerza productiva”. Otra consecuencia es la masa de las fuerzas productivas de que dispone el hombre, la cual determina el estado social y, por lo tanto, es preciso estudiar y elaborar la “historia humana” en relación con la historia de la industria y del intercambio. Pero resulta también bien claro que es imposible escribir una Historia así en Alemania, ya que a los alemanes les falta para poder hacerla, aparte de la facultad de concebirla y los materiales necesarios, también la “certeza sensible”, y que no se pueda experimentar sobre las cosas del otro lado del Rin porque no hay transcurso histórico. Es manifiesta, pues, de entrada, una interdependencia materialista de los hombres, condicionada por las necesidades y la forma de producción, tan vieja como los mismos hombres; una interdependencia que adopta continuamente nuevas formas y presenta con todo una “Historia”, sin que en cambio exista aún cualquier absurdidad política o religiosa que agrupe a los hombres.

Fuente: Fragmento del primer capítulo de La ideología alemana, texto escrito por Marx y Engels entre 1845 y 1846 y publicado por vez primera en 1932. Incluido en el libro de Constantino García Noval Marx Esencial, editado por Ed. Montesinos.

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